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Equipo profesional, reflexionando sobre nuestras prácticas – Lourdes Molina

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Equipo profesional, reflexionando sobre nuestras prácticas – Lourdes Molina

Lourdes Molina

Granja Madre Teresa, Gral
Rodriguez, Prov. Buenos Aires

Mi mirada tiene mucho que ver con el tema de infancia. Estoy recibida
hace muchos años de psicóloga, y camino el territorio en distintos ámbitos a nivel público. Reflexionar sobre nuestras prácticas nos sirve para repensar -aunque sea una palabra que es fuerte- ¿cómo acompañamos?, y si el acompañar acompañar es o no una intervención. A veces tenemos como sesgos a la hora de ciertas palabras. Pongo un ejemplo: disciplina. ¿Qué nos resuena? Disciplinar, orden, algo muy estricto y autoritario. Y, sin embargo, disciplina viene de discípulo: quien enseña a seguir a otra persona. Fíjense los sesgos que tenemos a partir de las experiencias que hemos tenido. Es algo que nos atraviesa.

A veces con la palabra intervención. ¿A qué la asociamos? Voy a intervenir. Los artistas hablan de intervención y se trata de una intervención artística. Los médicos también y frente a un problema de salud realizan una intervención, no un acompañamiento.
¿Qué quiero transmitir? Que más allá de las denominaciones y lo que nos sucede internamente con ellas, nosotras y nosotros tenemos una mirada que es fruto en parte de la formación recibida. Con los sesgos o con el adoctrinamiento recibido -podríamos decir también-.

Muchas veces los profesionales del campo psi en la Argentina, de acuerdo a los años, fuimos educados, adoctrinados o formados en determinados marcos referenciales muy parciales. Cuando se le pregunta a algún profesional de la psicología hace unos años: “¿De qué corriente sos?, en general hay una o dos opciones. Lo mismo quizás se dé en el campo de lo social con algunos términos. Sin embargo, los profesionales del campo de lo social, quizá por la misma formación y por el tipo de mirada, lograron insertarse en el Hogar de Cristo de una manera más amigable y más fluida. Al menos es lo que me han transmitido.

Las grandes dificultades se presentaron en la articulación con la intervención de los profesionales del campo psi. Sin embargo, a la hora de soñar una red de equipos que puedan sumar una mirada profesional, sin considerarse superiores sino como pares, hay que reconocer también que cada uno aporta una especificidad. Porque si es todo igual, entonces ¿para qué están las ciencias? Necesitamos personas que intervengan específicamente en función de las problemáticas que acompañamos, y las personas sufren distintos tipos de problemas.

Yo he trabajado, y trabajé mucho, acompañando mujeres en situación de prostitución y de explotación sexual. Hay situaciones de adicciones, de violencia, de abuso sexual, de maltrato psicológico, de incesto que son también las que vemos aquellos que estamos en el Hogar de Cristo. Propongo algunas preguntas: Aquellos que tuvimos el privilegio de poder estudiar ciertas cuestiones. ¿Qué es lo específico que podemos aportar a Hogar de Cristo? Siendo pares, pero ¿qué es lo que podemos aportar?

Cuando hablamos -quienes lo hacen- de intervenciones terapéuticas:¿Entendemos lo mismo o no? ¿Tenemos que llegar a una construcción común de lo que es una intervención terapéutica? Más allá si las llamamos así o no. Porque ciertamente nosotros acompañamos –y planteamos una mirada nacional – distintos ámbitos, distintas culturas – y si hiciésemos una lectura del abordaje similar de las villas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en Jujuy, en san Luis, o en Misiones, nos vamos a equivocar. ¿Cuánto nos importa a la hora de acompañar una persona de dónde? El tema de los migrantes.

Considerar la cultura como el marco de la intervención, del acompañamiento, también es un posicionamiento. Para quienes vienen del campo de lo social, quizás para los docentes también, puede resultar más claro, pero muchas veces los profesionales del campo psi carecemos un poquito de esta mirada. Consideramos que todo consiste en interpretar desde algunas teorías escritas en Europa hace 100 o 150 años atrás y aplicarlas a todas las personas en todo el país.

Otra de las cuestiones a preguntarnos es qué entendemos por salud.
También lo problematizamos: ¿La salud existe? ¿La salud la definimos desde la enfermedad o la salud es un constructo anterior a enfermedad? Tal vez digan, en Hogar de Cristo con los despelotes que tenemos no nos sentamos a pensar esto.

En una de las reuniones de equipo, tuvimos un debate fuerte sobre las
profesionales y los profesionales que venimos de determinados campos a sumarnos a los equipos –incluso de quienes venimos de determinado ámbito del Estado-. El planteo era si formamos o no parte de la Familia Hogar de Cristo, o si nos consideramos solamente como profesionales a quienes nos derivan una intervención y la acompañamos pero lo hacemos desde fuera. Esto también marca una diferencia a la hora de a ver a quién incorporamos a nuestros espacios con una formación específica. El perfil de esta persona es sumamente importante porque si la cantidad no se traduce en calidad es mejor quedarse con los que estén. Me centro específicamente el perfil de aquellas personas que definimos muchas veces el modo de nuestros acompañamientos para que lo que hagamos sea terapéutico. Podríamos decir: ¿Qué es ser terapéutico? ¿Cuándo mi acción, mi intervención, o mi acompañamiento es terapéutico o no? Cuando le aporta algo a la persona, cuando le brinda un alivio. Otros colegas del campo psi dirían: “Depende del marco en que esté.” Depende cómo me defina: si desde una mirada más sistémica, más global, una mirada ecológica, o una mirada gestáltica, o una mirada psicoanalítica -lacaniana, kleiniana, freudiana- o de la TCC o comportamental o de la tercera ola. Hay una variedad muy grande de técnicas, y estas cuestiones que responden a determinados modelos tienen un impacto en los equipos porque tienen un impacto en las personas que acompañamos.

Intencionalmente con ustedes –aunque lo hago también siempre- nombro en femenino y nombro en masculino. Deténgase a escuchar en el Hogar de Cristo que se nombra siempre en masculino, así como también se nombran a los adultos como chicos. Detenernos a pensar sobre el modo de nombrar ayuda a pensar cómo intervenimos, cómo acompañamos. Cuando acompaño adultos y adultas me pasa que juego con ellas y ellos. Ese juego también es terapéutico porque ahí nos encontramos. Y esto implica también -más allá de la formación que tengamos- el desarrollo de flexibilidad para adaptarnos a lo que la persona necesite y me pida. Cuando a quienes tenemos determinada formación específica se nos convoca a acompañar procesos: se nos pide algo. Alguien nos pide algo. Y una cosa es lo que nos piden y otra lo que consideramos que tenemos que hacer. La otra vez me pedían una intervención con una pareja que atravesaba una situación muy delicada. Una vez que veo a la pareja, digo: “Acá se necesita una intervención de familia. Que vengan todos los chicos.” Los empezamos a escuchar también a ellos, y desde ahí vamos replanteando toda la intervención. Esto se puede hacer cuando hay confianza entre el equipo con una especificidad profesional y quien nos convoca: ya sea el sacerdote, el educador, el referente, no importa quién. Se puede hacer cuando hay confianza en el equipo que se reúne; hay respeto de lo específico que uno puede aportar y se dice: “Si vos planteás esto, allá vamos.” En algunos equipos se ve, y en otros no.

Sé que, a veces, en algunos centros hay tensiones entre el equipo profesional y el equipo no profesional en un sentido. Es importante reconocerlo para ver qué transformación se necesita hacer. Ciertas personas, a veces, podemos volvernos muy narcisistas: “Esta es mi verdad”. Narcisismo que puede pasarnos a todos: profesionales, cura, monja, educador, educadora. Puede pasarnos a cualquiera. Es la tentación de ese espacio de poder que tenemos.

Otra dificultad que se suma para construir comunidad es que a veces no tenemos conocimientos compartidos. Por eso es importante pensar y definir juntos, más allá de lo que nos pidan y lo que busquemos, cuáles son los objetivos principales de aquello que entendemos que tenemos que hacer a la hora de acompañar una persona.

En esto de acompañar la vida como viene, hay que diferenciar el tiempo
de los adultos y las adultas con la posibilidad que tienen de pedir ayuda, y de protegerse de los riesgos de la vida, al tiempo de los niños que no tienen tanto tiempo. En la Argentina, como en muchas partes del mundo, tenemos un alto índice de filicidios. Se habla de los femicidios y de femicidios vinculantes pero no se habla de los filicidios que son los niños que mueren por los padres, madres, o adultos cuidadores. Nosotros tenemos que pensarlo y comprometernos lo más posible para ayudar a esos adultos y adultas a modificar ciertas acciones que llevan a cabo. Es muy doloroso porque al acompañar la vida hay que pensar –como también decía Andrés-: ¿Cómo miramos a esos niños, niñas y adolescentes? No es lo mismo a la hora de pedir ayuda un niño pequeño de hasta 5 o 6 años, que un adolescente temprano de 12 con su capacidad expresión verbal y demás. O un adolescente de 14, 15 que se va a sobrevivir a la calle. Y bendito sea que está en la calle quizá, y no en su casa donde le pasan cosas terribles. En cada caso es muy diferente la intervención. Nos desespera mucho, sin perder la esperanza, cuando hablamos de chiquitxs de menos de cinco años porque sabemos que su posibilidad de pedir ayuda es muy limitada -desde sus limitaciones verbales-.

Les propongo abrir a preguntas, compartir miradas de nuestras perspectivas marco, y si creen que es posible construir una mirada desde lo específico profesional en Hogar de Cristo para Hogar de Cristo. Ustedes habrán visto que en la academia muchas veces la ciencia va por un lado pero no está basada en experiencias territoriales. Y sobre todo en el campo de la salud, esto deja unas huellas terribles: después tenemos profesionales de escritorio que no salen de su oficina para hacer un trabajo de campo o una entrevista en domicilio ni con un grillete. Lo mismo pasa con los profesionales de la psicología. Interpretan los dibujos sin preguntarse la cultura o cómo vive esa criatura. Hoy tendríamos que adaptar esas interpretaciones de dibujo -de hace 60 años atrás- a la realidad de los juegos de hoy, de la tecnología. Es decir, pensarlo en función del contexto en el cual esos chicos están siendo criando.

Una cuestión a pensar e intercambiar es: ¿Qué entendemos que nos sirvió, qué funcionó, qué ayudó a una persona a estar mejor? Con un equipo que trabajamos en “Nuestras Manos”, donde vamos atendiendo y atajando algunas cuestiones, vemos que todo el trabajo corporal, las técnicas de relajación y respiración ayudan muchísimo para bajar el malestar cuando no se puede poner palabras. En vez de insistir: “háblame de tu vida”; si la persona no te quiere hablar de su pasado porque en su pasado ha vivido historias de abuso y de violencia que no puede contar: dibujemos, pintemos mandalas. En este punto es importante desarrollar flexibilidad, y si no puedo convocar a quien sí la tenga. También un desafío que estamos asumiendo como federación, en la escuela, es poder transferir herramientas terapéuticas a personas aunque no tengan un título habilitante. Se me ha pedido que armase módulos para transferir herramientas a aquellas personas que quizás no van a tener la competencia profesional pero pueden de alguna manera utilizar ciertos recursos para a aliviar el malestar.

En definitiva: ¿Qué buscamos a la hora de acompañar? Cada una y cada uno de nosotros lo responderemos. Personalmente lo primero que busco es que la persona esté más aliviada, que se vaya un poquito mejor de cómo vino. Obviamente también tengo presente si va superando el cuadro de ansiedad o de impulsividad porque sé que la consecuencia de ello es en los chicos, en su vida. Si veo que a una persona no le estoy ayudando en un tiempo X me planteo si quizás soy la terapeuta para esa persona, o si tengo las herramientas para. Siempre me pongo un plazo de 6 meses para poder modificar algunas
cuestiones. No quiere decir que a veces acompañamos procesos muy graves donde el plazo es mucho mayor pero tengo que ver algunos pequeños cambios. Lo planteo porque algunos colegas del campo psi atribuyen la responsabilidad de todo lo que no puede modificar a la resistencia a la estructura de la persona. Y a veces somos nosotros quienes no les hemos dado el ámbito para generar algunos cambios pequeñitos. Porque hay cuestiones estructurales que quizás son más difíciles.

Uno se podría preguntar: ¿Cuáles son las destrezas mínimas o que implica ser competente a la hora de la intervención? Habilidades para. ¿Qué tenemos que desarrollar para ayudar a algunas personas? Por ejemplo, yo tengo muy claro que no tengo las habilidades con personas con padecimiento psicótico de tipo esquizofrénico. Por un montón de motivos. Primero porque no tuve el entrenamiento específico. Puedo acompañar, abrazar, sostener, llevar a alguien, pero no estoy entrenada en problemáticas de psicosis o de esquizofrenia. Y además me genera angustia. No tuve ningún familiar ni nada, pero me genera malestar. Entonces buscó a alguien que sepa, y ahí soy una educadora acompañante. Nos pasa tanto a las personas que tenemos determinada formación profesional como a cualquiera de nosotros. Así como cuadros de cierta complejidad como puede ser -disculpen los términos específicos-cuando uno habla de un diagnóstico de depresión mayor que requiere de una especificidad y una formación que no es lo misma que para atender un cuadro de ansiedad. No todo es lo mismo. Bendito sea que hoy la ciencia ha avanzado y ha encontrado modelos de intervención para distintas problemáticas que se ha demostrado en estudios de investigación que son más eficaces que otras. El problema en la Argentina -en otros países de Latinoamérica no pasa tanto- es que a veces nos cuesta estudiar y mantenernos actualizadas y actualizados, y reconocer que hay cosas que no las sabemos. Es como si quisiéramos enlatar y pensar que todas las personas son para atención grupal o para atención individual, o que todo pasa por determinado modelo o marco terapéutico. Lo pongo en debate.

Podemos pensar diferente, lo importante es que desarrollemos algo juntas y juntos. Cuando acompaño estos procesos siempre me figuro como volcanes: un volcán un poquito más maníaco, otro más enojado, irritable. Se pasa de la manía a la irritabilidad y a la ansiedad. En general con el equipo que venimos acompañando algunos procesos nos encontramos con personas con alta sensibilidad, con alto nivel de impulsividad. Todo alto: alta intensidad, alta reactividad. En psicología muchas veces se habla de cuadros -se decía- borderline o trastorno límite o trastorno de desregulación emocional que requieren toda una intervención muy intensa. Por eso funciona mucho el Hogar de Cristo, porque es la presencia constante: es el estar y uno es alguien más que
aporta algo específico. Por eso acá funciona, porque hay muchas historias de abandono temprano, de violencia, de haber anulado para sobrevivir el niño herido. Entonces, uno trata de alguna manera, a veces, como esos agujeros que uno percibe… como un vacío que desde lo espiritual uno dice: ¿Quién lo llena? Y se va llenando encontrando la paz desde otros lugares. Para aquellos que tenemos una visión trascendente: la espiritualidad en el ámbito que sea; o que encuentra el sentido de la vida al mejor estilo de Víctor Frank. A quiénes lo hayan leído y a quiénes no les sugiero que lo lean: El hombre en busca de sentido. Un poco brinda como herramientas para que la persona encuentre el sentido de su vida. De ahí entra la rama cuidar a los que cuidan.

Nosotros también tenemos que tener claro por qué estamos donde estamos, porque uno no puede dar lo que no tiene. Quizás para cada una y uno de nosotros el cuidar y el nutrir represente distintas cosas. Quizás tenga que ver con el desde dónde nos alimentamos para poder acompañar. Lo uno también a esta concepción de salud -en un sentido muy amplio-: como un estado que uno va buscando en la vida y que va como nutriéndose de aquello que está cerca. Por eso el desafío para nosotras y nosotros de incorporar ciertas herramientas.

“Si algo me nutre realmente se ve en el hecho de que contribuye a mi salud sino por algo me pone enfermo, me afecta, me limita, me oprime. Hay situaciones, procesos, desarrollos que nos enferman y en lo que nosotros pareciera no podemos influir. A veces hay un contexto de violencia que nos impacta. También hay necesidades, tareas, procesos y condiciones previas que si nos preocupamos de que se hagan realidad nuestra vida contribuye a que permanezcamos sanos o por lo menos hacen todo lo que precisamos para que no nos enfermemos.”

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