El Hogar de Cristo te atraviesa la vida
Paulina
Granja Madre Teresa – Gral. Rodríguez y C.B. Gauchito Gil – José León Suárez, Prov. Buenos Aires
A partir de las experiencias vividas en los Centros Barriales del Hogar de Cristo, especialmente a partir del encuentro con estos hermanos que venían golpeados, con sus vidas quebradas, cargando una cruz, y de la relación de amistad que se iba formando en ese encuentro empezamos a sentir que nuestras vidas y mirada se transformaba. Sentimos que toda nuestra vida estaba atravesada por una búsqueda. Una búsqueda de Dios: el Dios de la vida, un Dios cercano, y una profunda sed de comunión. A partir de la experiencia del Hogar de Cristo y del encuentro empezaron a aparecer respuestas a esa búsqueda. Surgían hallazgos importantes y empezaba a calmarse esa sed de comunión.
El año pasado, después del primer encuentro nacional, el padre Charly propuso armar un espacio en donde pudiera vivirse una consagración, una alianza. En algunos corazones resonó como una invitación. Un llamado difícil de esquivar como cuando el pastor toca la campanita y algunas ovejitas la seguimos. Entonces, empezamos a reunirnos en espacios distintos a los Centros Barriales. En alguna parroquia nos juntábamos para rezar, reflexionar, discernir, y poner los acontecimientos de la vida, y especialmente nuestro camino en el Hogar de Cristo a la luz de la fe. Sobre todo empezamos a preparar el corazón, a reflexionar y a discernir sobre esto de la consagración.
¿Qué era consagrarse? Les aclaro que quienes nos juntábamos veníamos de distintos caminos y de diferentes experiencias comunitarias, religiosas y espirituales. Muchos éramos ex algo… Encontramos en este espacio nuestro lugarl, aquello veníamos buscando y que a veces en la misma estructura de la Iglesia nos costaba encontrar. En este espacio sentíamos que encontrábamos nuestro lugar y descubrimos que consagrarse es descubrir lo sagrado que hay en la vida de cada uno.
Cada uno de nosotros es una historia sagrada porque lo sagrado es descubrir ese sello amoroso de Dios en la vida de cada uno. Cuando vos descubrís eso aparecen dos cosas. Por un lado, un deseo de entregarte. En realidad uno se entrega a lo que conoce: en quien confía y a quien ama. Cuando te enamoras empezás a perder un poco el control de tu vida. Ese sentimiento va inundando todos los aspectos de tu vida. De esta manera, te vas entregando, te vas soltando la vida.
Asimismo, descubrimos que consagrarse es descubrir aquello que nos apasiona. Con la hermana Yolanda estuvimos compartiendo una reflexión muy linda sobre qué es lo que nos apasiona y nos lleva a entregar la vida. Fuimos descubriendo que en el Hogar de Cristo nos apasiona –en palabras de Brenda– enamoramos del dolor. Nos enamoramos de la fragilidad, nos enamoramos de un Jesús que tiene un rostro concreto -con quien queremos compartir la vida, con quien construimos una amistad-. Nos enamoramos de alguna manera de todo lo que el mundo le cierra la puerta. Por eso es un poco contradictorio.
Enamoramos de la fragilidad, del dolor, es un poco entrar en el misterio de las bienaventuranzas. Las bienaventuranza dicen: “felices los que lloran, los que tienen sed de justicia, los que sufren, porque recibirán el cielo y serán felices”. Eso es lo que experimentamos. Es entrar en ese misterio.
Después de ir preparando el corazón en estos encuentros el año pasado y comprender un poco más qué era la consagración, en el encuentro del cumpleaños de los 10 años del Hogar de Cristo en Luján decidimos hacer explícito esta entrega adelante de la Virgen de Luján. Lo hicimos con el gesto del lavatorio de los pies porque sentimos que simboliza muy bien cómo queremos vivir esta misión de recibir y acompañar la vida como viene.
Queremos servirnos los unos a los otros reconociéndonos como hermanos, amándonos fraternalmente y caminando humildemente juntos tratando de seguir la voluntad de Dios. Después, seguimos encontrándonos los primeros domingos de cada mes. Nos estamos juntando en el santuario de Liniers, en San Cayetano.
Principalmente, rezamos juntos y compartimos la fe. Cuando rezás con otro y compartís la fe se da un clima de mucha intimidad. Eso nos permite confiar y abrir el corazón para compartir la vida, lo que nos pasa, lo que sentimos. No es un lugar de catarsis pero cuando abrís el corazón para intentar escuchar a Dios lo empezás a escuchar no sólo a través de la Palabra, sino a través de los testimonios de vida que compartís con otros.
A este grupo le pusimos de nombre “Un lugar donde volver”. Así los sentimos, es un lugar donde vamos a nutrirnos, a nutrir nuestro espíritu, nuestro corazón. Vamos a poner nuestra vida a la luz de la fe. Una fe compartida. A poner nuestro caminar en el Hogar de Cristo. Son muy importantes los testimonios porque a través de ellos escuchamos lo que Dios quiere.
Quique
Carpa Solidaria Negro Manuel – Constitución, CABA
Pasé gran parte de mi vida en consumo. Hice mi proceso por fuera del Hogar. Fue un proceso personal que hice dejándome acompañar siempre por Dios. Creo que lo importante en esta historia es él y considero que hay que dejarse llevar de la mano y dejarse seducir. La verdad que no tenía idea lo que era el Hogar de Cristo y mucho menos lo que era la carpa.
La carpa es literalmente una carpa que armamos todos los días en plaza Constitución. Un día me invitaron a conocerla. Cuando llegó ese momento, sentí la intriga de dirigirme a la carpa y conocerla. Me llamaba la atención. Llegué y fue un amor a primera vista. Es un lugar al que siempre comparo con un oasis en el desierto.
Hace cuatro años que pertenezco al equipo de la carpa. Decidí quedarme en ese lugar donde daban de comer al hambriento, daban de beber al sediento. Un lugar donde te escuchan, no te juzgan y encima te acompañan. Creo que son los caminos por los que Dios te va llevando.
Empecé como voluntario en un comedor y fue ahí donde comencé a descubrir esa pasión por el servicio. Hoy por hoy es algo que amo y no cambio por nada. El Hogar de Cristo te cambia la vida, te cambia la mirada. Es el lugar que Dios quiere que esté y es el mejor lugar que uno puede estar… Pertenecer a esta Familia Grande. Dios no deja de sorprendernos.
Cuando surgió lo de la consagración la verdad fue un regalo y una bendición muy grande. Un camino muy lindo para recorrer y vivir en comunidad. El pan, el mate, y todo lo que se comparte en los encuentros además de la Palabra: alimentamos el cuerpo y el alma. Es un cierre, una alianza. Es como poner el sello al amor de Dios a través de nuestra Madre la Virgen.
Yolanda
CB San Alberto Hurtado – Villa 21-24, CABA
Pertenecí durante muchos años a una congregación religiosa y en un momento sentí que tenía que dar un paso y salir de la congregación. En ese momento, recibí la ayuda del cardenal Bergoglio que me dio una mano grande, y de otro sacerdote de Entre Ríos que me acogió y recibió en ese momento. Una comunidad de Entre Rios también me recibió pero sentí que tampoco era ese mi lugar.
Seguí buscando y me fui a vivir a Formosa con una amiga que conocía de hace muchos años y estaba trabajando con los Wichís y los Pilagá en un hospital. Ahí estuve dos años. Me parecía que ese era el lugar donde yo estaba buscando vivir mi vida consagrada en la Iglesia. Estando ahí, mi mamá se enferma de un cáncer y como no había quien la cuide tuve que renunciar e irme a vivir a Ledesma, Jujuy, de donde soy oriunda.
Mi mamá fallece en 2017 y en el 2015 un sacerdote me convoca a empezar un Centro Barrial en Ledesma. Nos visitan el padre Gustavo Carrara y María Elena Acosta contándonos sobre la familia grande del Hogar de Cristo. Vine a hacer una experiencia de un mes ahí en la Villa 1-11-14 y ahí conocí a esta mujer increíble a la que admiro muchísimo que es María Elena.
La noche de la caridad, la primera vez en mi vida que salía a repartir la comida con el padre Tano y el padre Carrara fue ese Cristo que te habla. Ese Cristo que vino a tu encuentro con su dolor, el hambre y la sed. Me conmovió profundamente el modo de acercarse, ese modo tan particular que tiene que ver con el amor. Continué con este proyecto en Ledesma y el año pasado vine al primer Encuentro Nacional.
Mi mamá había fallecido en abril y escucho esto de la consagración que dijo el padre Charly. Lo dijo así como al voleo en un ratito que intervino: “aquellos que quieran y vayan sintiendo esto de consagrarse, nos vamos a encontrar. Quien quiera después hablamos.” Sentí algo y antes de irme le dije que quería hablar con él. Como estábamos con muchas cosas me dijo que me llamaba en quince días y fue así.
Me propuso venir cada dos meses al retiro y tuvimos el primer encuentro en San Isidro con Monseñor Ojea. Recuerdo que el Evangelio era del ciego de Jericó. ¿Qué le diríamos a Jesús, que le pediríamos a Jesús? El ciego le pedía ver. Fui haciendo ese camino cada dos meses, venía al retiro… Como fue el padre Charly con el que me contacté en lugar de ir a la Villa1-11-14 me fui a la Villa 21-24.
Había una familia que me acogía y desde ahí fui conociendo a la granja, el Hurtado y tuve la propuesta de venir a vivir a la villa. En este discernimiento decidí venir y estoy viviendo en una casita frente a la capilla de Itatí. Empecé a trabajar en el Hurtado donde también recibí esa acogida, ese amor sin conocerme, de esta familia grande que está en el equipo del Hurtado.
Es gente que ni me conocía ni la conocía, y me recibieron como si me conocieran de toda la vida. Me abrazaron. Fui sintiendo durante todo este tiempo ese abrazo que te da la familia grande del Hogar de Cristo. Creo que quienes estamos dentro trabajando en esto vamos de a poco encontrándole el sentido y la profundidad que tiene tanto el abrazo como el recibir. En mi caso, venía de una vida también rota, y de pronto, a esta altura de mi vida –tengo 52 años- siento que Dios me da la oportunidad de vivir en plenitud del Evangelio en lo cotidiano.
El hecho de dar un pedacito de jabón para que un chico se bañe, en recibirlos, en preparar el desayuno. En todas las variantes que se viven en el Hurtado. Para mí fue una gracia enorme poder consagrar mi vida a Dios viviendo los votos de castidad, pobreza y obediencia ante el pueblo de Dios. Recibió mis votos Monseñor Carrara en una fiesta pública que era la misa de San Juan Bautista el 23 de junio.
Hacer los votos dentro de la Familia Grande, en la parroquia de Caacupé, me hace sentir plena y feliz. Por supuesto hay cosas con las que luchar diariamente. Cuando nos encontramos los primeros domingos con el grupo compartimos esto de sentir que estar en la Familia Grande, en el Hogar de Cristo, en el Hurtado, es entrar en el dinamismo de la conversión donde fui encontrándome a mí misma, donde los mismos chicos te van diciendo por dónde va el camino, qué es lo que hay que corregir, qué es lo que no está bueno. Siento que estoy en un proceso de conversión bellísimo, gratuito, y estoy agradecida a Dios. Agradecida de tanta misericordia, tanto amor.
El Hogar de Cristo te va devolviendo también personas, te va devolviendo perdón, te va devolviendo el gozo y la alegría.
Oscar
Casita Massantonio “El hospitalito” Villa 21-24, CABA
Soy un muchacho que estoy haciendo mi recuperación en el Hogar. Llegué al Hogar hace cinco años todo destruido, todo lastimado. Lo primero que hicieron no fue juzgarme sino darme un abrazo y decirme: “Bienvenido, esta es tu casa.” Ahí empecé un tratamiento. Hoy, en la actualidad, acompaño a otros chicos que están en situación de calle con problemas de consumo de PACO y enfermedades complejas como HIV y TBC.
A través de este acompañamiento pude consagrarme en el dolor mío y de los chicos. Porque un chico que está en la calle con una enfermedad, una tuberculosis, un HIV sufre mucho. Por un lado por los dolores, por otro lado, por el abandono y la discriminación. Siempre me gustó servir a los demás. Soy muy devoto de Francisco de Asís. Me gusta ayudar, colaborar. Siempre hablaba con el padre Charly que quería consagrarme para servir a Dios. No llegué, como la hermana, a los votos de castidad, pobreza y obediencia porque Dios me demostraba que no necesitaba eso para servir a los demás.
Un día Charly me mandó un mensaje preguntándome si quería ir a un grupo para consagrarme. Me gustó el ambiente. Nos juntamos una vez al mes y, lo que hacemos es compartir la Palabra, meditarla, pensamos cómo poder llegar más cerca a Dios para que nos vaya cambiando nuestra vida, nuestro pensamiento y así, poder ser servidores y no ser servidos.
La consagración a mí me cambió mucho. Me cambió mi modo, mi carácter. Soy más solidario. Antes no era tan solidario. Me sirvió para encontrarme con Dios y con las necesidades que Dios te pone en el camino. Todos los días en el barrio –en la 21-24- tenemos necesidades de pibes que están lastimados, por una pelea están heridos y no se acercan al hospital.
Descubrí que mi consagración es dedicarme al enfermo, al más sufrido, al que nadie lo quiere abrazar, a veces con olor. Me acuerdo cuando llegué al Hogar con un olor horrible y me abrazaron igual. A veces los pibes en la calle están 2, 3, 4 días o semanas sin bañarse. También hay que llevarles la medicación, porque a los chicos que no pueden ir a tomar la medicación se la llevamos nosotros. Encontré ahí la nueva consagración de Dios. Todos los días Dios te va consagrando en algo. A mí me consagra en el dolor.
Poder calmar al chico con un abrazo, una palabra o simplemente una sonrisa. O hablarle del Evangelio, de las cosas que a mí me hablaron y vamos aprendiendo en la consagración, la vamos poniendo en práctica en la cancha.
Gracias a Dios me consagré en el cumpleaños del Hurtado, le lava los pies al doctor Dardo y él me lavo los míos y fue algo diferente: mi vida cambió. Tengo más paz, más amor, y no me cansa ayudar a los demás.
Soy maestro repostero y capaz si tengo un trabajo en una panadería eso va a cansar, pero servir dedicarme a Dios y a la Virgen no me cansa. Eso lo que yo hago y lo que me sirve a mí en la consagración.
Paulina
Es un espacio de encuentro que está abierto. El Espíritu va soplando y despertando en los corazones el deseo. Nos juntamos los primeros domingos en el santuario de San Cayetano. En otras provincias sentíamos que sería bueno que en otros espacios pueda surgir también este deseo. Queríamos compartirles cómo fuimos dando estos pasitos y cómo nos fuimos juntando en estos encuentros.
Lo vivimos como una especie de jornada. Nos juntamos a las nueve más o menos y son cuatro o cinco horas. A partir de una palabra del Evangelio que nos ayuda como disparador para reflexionar o a veces vienen otras personas ya sean del Hogar de Cristo o de otros lados que nos introducen en esta reflexión, en la oración compartida. Después, hay un espacio de tiempo personal para reflexionar y luego compartir lo que fuimos discerniendo. Es ese espacio que digo testimonial donde compartimos nuestra vida y lo que vamos caminando. A continuación, tenemos un momento de gesto religioso que generalmente es la misa. A la mística le sigue la mástica: compartimos el pan, empanadas. Cerramos hasta el próximo encuentro.
El año que viene cuando sea de nuevo el cumpleaños de la Familia Grande del Hogar de Cristo vamos a volver a repetir la consagración invitando también a los que en otros lugares haciendo estén haciendo este caminito y también deseen consagrarse.
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