Institucionalizar la misericordia en las obras de atención a la Infancia y Adolescencia de Cáritas San Isidro
Institucionalizar la misericordia en las obras de atención a la Infancia y Adolescencia de Cáritas San Isidro.
Por Ma. Guadalupe Sonego. Texto elaborado respondiendo a la pregunta de qué significa Institucionalizar la Misericordia y la relación justicia – misericordia en las obras de atención a la infancia y adolescencia de Cáritas San Isidro. Nov. 2015
Después de varios encuentros de la Subcomisión de atención a la Infancia y Adolescencia de Cáritas San Isidro, en los que se conversó acerca de las situaciones que se viven en los centros, la creciente complejidad social y cómo ésta repercute y/o sale a la luz en los niños y adolescentes que participan de dichos centros, fuimos viendo que como instituciones muchas veces generamos justificaciones que de algún modo “nos protegen” y nos evitan el tener que dar una respuesta distinta, un giro a nuestras prácticas. Frente a la interpelación de la realidad compleja la respuesta suele ser: ”En esto no nos podemos meter porque no estamos preparados”, “Este tipo de casos(que en realidad son personas y generalmente niños) no lo podemos abordar porque nos falta personal”, etc. Pareciera que la queja es la reacción frente a lo que nos interpela y nos descoloca, a lo que nos pone de cara al “no saber” en la intervención. Buscamos cambiar al otro o nos refugiamos en posturas nostálgicas en vez de replantearnos nuestro modo de vincularnos y acercarnos a esa realidad. La pregunta es entonces para qué estamos, cuál es nuestro aporte específico como centros educativos comunitarios de caritas. Cuál es nuestra novedad en el modo de pararnos frente al misterio del otro, frente a la vida que late en las comunidades, frente a la fragilidad de la vida amenazada. Si no podemos abordar la complejidad que hoy aparece en los centros y sólo reaccionamos desde posturas defensivas por ej. seleccionando a los pibes con los que vamos a trabajar y dejando fuera a los otros, ¿cuál es la novedad de Jesús que queremos presentar?.
En este sentido la idea de “institucionalizar la misericordia”, que nos proponía Mñor. Martín Fassi (Obispo Auxiliar de San Isidro) en el Retiro para directivos de colegios diocesanos en Agosto 2015 se me presentaba como la propuesta de materializar en lo concreto de cada práctica institucional un modo de hacer, un modo de mirar al otro y de vincularse con él, donde la exclusión o el descarte no sea una alternativa. Donde no nos estanquemos en la queja por como son “los pibes de ahora”, o por “las familias que no se ocupan”, sino que nos pensemos como parte de una sociedad en transformación, con subjetividades que cambiaron y asumiendo esas nuevas subjetividades y modos de ser, podamos repensarnos como instituciones y como educadores en esos nuevos contextos.
En este punto me resuena un diálogo entre Elina Aguirre y Diego Sztulwark, en el libro Des-armando Escuelas de Silvia Duschatzky:[1]
“E.A -Por momentos percibo un abismo de incomprensión entre los docentes y los chicos. Un gran signo de pregunta en los chicos cuando miran a los adultos y en los adultos cuando miran a los chicos (…).
…Es como si los adultos no terminaran de entrar en el juego y se guardaran en la manga las normas y la expulsión. Otra vez la pregunta ¿cómo sería estar con ellos sin contar con la “ventaja” de sacarlos del juego cuando ya no podemos lidiar con lo que se presenta? “
En este sentido el “institucionalizar la misericordia” podría ser entendido desde la necesidad de incluir a todos y de generar prácticas que sean activas en el salir al encuentro del otro, “recibiendo la vida como viene”, como nos propone Monseñor Ojea. Que en nuestras propuestas pedagógicas no nos paremos desde el lugar de la seguridad, la moral, el saber, trazando líneas que nos separen, sino desde la fragilidad, la incertidumbre, la reciprocidad, la necesidad de construir con el otro, de caminar a la par, de aprender unos de otros.
Creo que como instituciones tenemos que gestarnos como espacios contraculturales, es decir espacios que se planten frente a la cultura hoy hegemónica del descarte, del individualismo y del consumismo, asumiendo algunas tensiones:
- Inclusión – exclusión de los que nos desestructuran y desordenan
- Gratuidad – cultura del mérito, del merecimiento y esquemas de premios y castigos
- Misericordia, como reconocimiento de nuestra propia necesidad de ser sanados, de ser perdonados, frente a esquemas simplistas o moralistas del Bien y el Mal.
- Reciprocidad como respuesta a la idea de una cultura superior- capitalista y cultura inferior- popular y comunitaria
Es importante señalar que la idea de “institucionalizar” no la planteamos desde el estructurar, rigidizar, sino lo contrario, el hacer carne en los equipos y en el ser institucional: la misericordia, la gratuidad, la ternura, la reciprocidad. Modos de ser que acojan la vida, la alojen con toda su complejidad.
En los centros experimentamos diariamente que no hay transformación posible sin vínculo, sin afecto y sin afectación personal. La formación y la transformación siempre se dan a través de los vínculos, de lo que se vive como experiencia personal en el propio cuerpo, lo que nos impacta porque nos interpela, nos sorprende, nos devuelve una mirada más amigable de nosotros mismos, una narrativa de nuestra propia identidad que muchas veces no alcanzamos a ver sin la ayuda de otros. Lo discursivo no sirve o al menos no es suficiente si luego no se respira en lo cotidiano de un hacer. Y posiblemente mucho más cuanto más herida se encuentra la persona. Pienso en los chicos que a veces han sido tan dañados que no puede creer que alguien se acerque a ellos gratuitamente, que los quiera sin pedirles nada a cambio. Alguna vez un chico del barrio que estaba internado en una comunidad terapéutica nos decía “yo no entendía porque ustedes nos buscaban, porque se preocupaban por nosotros, me generaba desconfianza”.
Pensando en el trabajo desde los centros educativos comunitarios creemos también que no basta con que los valores o el modo de vincularse, en este caso la mirada y el gesto misericordioso, se encarne en algunas personas. Es decir que la misericordia sea una práctica personal, que dependa de las características o afinidades personales de cada uno, sino que sea el modo de ser institucional. Que se plasme en las normas y pautas del centro, en el modo de vincularnos, en las respuestas a las transgresiones dentro y fuera de la institución, en la forma de mirar al otro, a las familias, a la comunidad. Una mirada que no parta de una postura de superioridad, sino que comprenda, reconozca, valore y aloje al otro en sus circunstancias, con sus límites y posibilidades, luchas, búsquedas y dificultades.
En el trabajo con los jóvenes vamos viendo que la vida no es prolijita ni entra en nuestros esquemas morales o éticos, la vida todo el tiempo nos desconcierta, nos obliga a ensancharnos para poder contenerla y no dejar nada afuera. Y esto no sólo a título personal, sino comunitario e institucional. La concepción de que los bienes que nos hacen posible la existencia (el amor, el cuidado, el alimento, el abrigo, la educación, la asistencia de la salud, etc) no se merecen según categorías morales sino que son derechos inalienables del ser humano resulta a veces tan contraria a nuestro sentido común urbano y capitalista (que pone precio a todo lo recibido gratuitamente como la tierra y el agua), que hay que recordarlo una y otra vez.
Resulta necesario gestar una Mística Institucional que dé forma a los valores en los que se quiere vivir y educar. Plantearnos qué valores estamos propugnando con las acciones que llevamos adelante, con los criterios, acuerdos, normas, sanciones que proponemos, los criterios de ingreso y permanencia, con el clima que se vive en el centro, con el modo de relacionarnos con los chicos y sus familias, etc. Y para esto diría el hno. Juancho Fuentes que hay que tener como institución una estrategia de transmisión de esa mística a los que se van sumando, ya que esto no siempre se da espontáneamente. Hay que diseñar acciones concretas en este sentido.
Algunos ejemplos que se me ocurren a partir de nuestra experiencia en un centro juvenil en olivos:
– Pasar de la cultura del mérito y la supuesta “justicia”, a la de la gratuidad y sostener esos criterios a pesar de que generen ruido. Ej,. Alumnos de gastronomía que cocinan solidariamente para los jóvenes que participan del grupo GABA (grupo de autoayuda en adicciones).
Los jóvenes del taller de gastronomía habitualmente se llevan lo que producen a sus casas, pero en un momento les propusimos que cocinaran un poco más y dejaran una parte para que almuercen los jóvenes de un grupo para el tratamiento de problemáticas de consumo que había comenzado a funcionar, ya que en el centro comunitario no tenemos cocinera/o. Esto al principio generó molestia en algunos chicos y en el profe ya que les parecía injusto que chicos que estaban “estudiando” tuviesen que trabajar para otros que “eran unos vagos, no hacían nada en todo el día y encima se drogaba”. (Lo digo exagerando pero algo de eso había). La respuesta institucional fue: ustedes reciben un curso en forma gratuita, se llevan lo producido a sus casas o se quedan acá y comparten la cena. Tienen el centro juvenil a disposición para lo que necesiten. Sólo les pedimos que compartan eso bueno que ustedes reciben y hagan su aporte para otros chicos que tal vez no están pudiendo aprovechar esto que ustedes sí pueden. Uno de los chicos dijo: “entonces voy a ir al GABA”. A lo que le respondimos que buenísimo, que lo esperábamos si el espacio le hacía bien. No hubo más quejas.
– Incluimos a todos y hacemos los cambios que hagan falta para garantizar esa inclusión, o hacemos nuestro camino y el que no encaja en nuestros esquemas o pautas queda afuera.
Ej. Discusión en el equipo porque los chicos con problemas de consumo se anotan en los cursos de Formación Profesional[2]pero después no sostienen la asistencia regular. De nuevo el pedido de dejar afuera a los que no se adaptan a las exigencias del sistema. La respuesta fue que participar de los cursos es una oportunidad, una posibilidad que se les ofrece. Que si vienen todos los días aprovecharán mucho mejor esa oportunidad porque aprenderán mucho más y los que no puede sostener esa asiduidad probablemente no puedan aprender tanto y hasta quizás no obtengan el certificado, pero que cada vez que vienen es una oportunidad de trabajar con ellos y conectarlos con algo del deseo de vida, más allá del título que el curso les pueda otorgar. Que la casa de los jóvenes está sobre todo para esos chicos con mayores dificultades y eso es un principio irrenunciable porque hace a la identidad institucional y sueño de origen.
La idea es poder adaptarnos a las distintas posibilidades y situaciones personales y pedirle a cada uno lo máximo que puede dar en su situación particular de vida, y no poner una regla y dejar afuera a los que no la cumplen.
La gran pregunta es: Cómo construimos proyectos educativos que broten de la misericordia y que no se planteen desde lo aparentemente “justo”, entendido como dar a todos por igual,¿Estamos abiertos a modificarnos como institución para albergar la vida que no se amolda a nuestros esquemas y necesidades, a dar siempre una nueva oportunidad, más allá de nociones de merecimiento?
Creo que el desafío es trabajar permanentemente al interior de cada equipo y de nosotros mismos nuestra mirada, lo que creemos, lo que soñamos, nuestra concepción de persona, de comunidad, cuál es el tipo de sociedad que queremos construir, el lugar dado a la trascendencia, etc. para que la mística institucional se sostenga y se revitalice a lo largo del tiempo en un ida y vuelta con las exigencias de la realidad pero fiel a sus valores esenciales. Que sea el modo de ser institucional, que sea nuestro sello propio, el clima que se viva, que se respire, sea con quien sea que uno se vincule dentro del ámbito del centro comunitario.
Mirada que trascienda las acciones para ir al ser de las personas, mirada que intuya el misterio que cada uno alberga dentro, la potencialidad que espera ser desplegada. Pensar estrategias o modos de intervención específicos para cada uno en función de sus necesidades y capacidades. No perdernos a la persona confundiéndola con lo que hizo o hace. Volver a dar siempre una nueva oportunidad. Confiar, aunque no tengamos elementos para hacerlo, algo así de apostar en la oscuridad. Diría Agarrate Catalina: “quiero pelear en cada una de las batallas por perder”. Muchas veces nos ha pasado que el chico que menos esperamos hace un vuelco en su vida que nos sorprende.
Relación justicia y misericordia
En cuanto a la relación Justicia Misericordia podemos decir que muchas veces se nos ha criticado en nuestro trabajo en el barrio, acusándonos de alojar a los “chorros y drogadictos”. Y se nos pide dejar afuera precisamente a esos chicos con mayores dificultades, muchos de los cuales suelen estar en conflicto con la ley penal. Al respeto nosotros pensamos que nuestra sociedad, que tanto pide seguridad, se olvida de la desigualdad y al respecto hacemos nuestras las palabras del Papa Francisco:
“Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad…” (Evangelii Gaudium 59)
A nuestro modo de ver muchas veces se apela al concepto de justicia dando por sentado que todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades, la igualdad parecería entonces lo más justo. En nuestro caso creemos que en una sociedad tan desigual esa visión no alcanza, se queda demasiado corta. Lo deseable sería en todo caso dar a cada uno lo que necesita en función de sus circunstancias.
En lo concreto del trabajo intentamos sostener una mirada que no condena, que no juzga, sólo acompaña, tratando de comprender al otro en sus circunstancias y ayudarlo a conectarse con su ser más hondo, con su verdad más genuina, con el sueño de Dios que vive en él. Frente a lo que el otro trae como carga, lo escuchamos en su dolor, en su relato, en su fragilidad. Lo aceptamos como es, aunque a veces nos genere contradicción interna. Buscamos que pueda en primera instancia sentirse alojado con todo lo que es, aún con su oscuridad. Que sepa que uno apuesta por él, porque él en sí mismo es un regalo.
Esta visión no quita que también se trate de ayudarlo a discernir sus acciones, sobre todo si lastima a otros y a sí mismo. Tratar de conectarlo con lo que esas acciones provocan en él, de que pueda reconocer su responsabilidad en las elecciones de su vida más allá de los condicionamientos, que se reconozca como sujeto libre, que pueda ponerse en el lugar del otro, reconocer en su historia las heridas, sentimientos, los lugares desde donde actúa. En este sentido es muy lindo conversar con los chicos que están internados y que en la calle se han mandado toda clase de macanas y sin embargo cuando se desintoxican y pueden encontrarse con quienes son, con sus valores, con sus sentimiento y emociones, descubren su necesidad de reconciliarse con los que dañaron y con ellos mismos, su necesidad de reparar y la alegría de poder hacer algo por otros, de poder, a partir de su experiencia, invitar a otros a recuperarse.
[1]Des-armando Escuelas. Silvia Duschatzky – Elina Aguirre. Ed. Paidós, 2013.
[2]Cursos de oficios dependientes de la Dirección de Formación Profesional de la Pcia de Buenos Aires.
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