Una reflexión sobre las Relaciones Humanizadoras de Pedro Trigo. Por: Oscar Ojea
Una reflexión sobre las Relaciones Humanizadoras de Pedro Trigo
por Oscar Ojea
En la experiencia de quienes trabajamos habitualmente en tareas de servicio social en las parroquias y en distintas reuniones de grupo, aparece con claridad el hecho de ser ganados por el utilitarismo de la cultura que respiramos, convirtiéndose los demás en una ocasión de trabajo con la cual, aun con enorme provecho, cubrimos expectativas laborales; en otros casos lo hacemos por un sentimiento del deber apaciguando la culpa que nos produce el haber nacido en un medio socio cultural diferente a las personas con las que trabajamos. Otras veces nos “armamos” de una necesidad espiritual pero dejamos la tarea en cuanto podemos, como buscando “zafar”, para volver pronto a nuestro medio natural al que vivimos como nuestra auténtica “realidad”.
Hablo de una relación utilitaria porque de alguna manera estamos movidos por un afán de posesión: sea posesión de conocimiento, de experiencia de vida o de búsqueda espiritual personal. En cualquiera de los casos, “el otro” aparece como un objeto a partir del cual yo obtengo algún beneficio. No niego que este vínculo puede estar acompañado de afecto y de buen trato reportando muchas veces un beneficio para el otro, pero nosotros mantenemos con él una relación “sujeto-objeto”. Nuestros mundos son distantes; nuestras realidades diversas. El modo como experimentamos la violencia o como vivimos el sufrimiento, es tan diferente que muchas veces sentimos que nuestros mundos no se tocan.
¿Cómo hacer para abandonar nuestra carga personal de necesidades previas (trabajo, conocimiento, búsqueda espiritual, trabajo pastoral) y dejarnos conducir a una auténtica relación “sujeto-sujeto” en la que nuestra persona responda solamente a nuestro nombre, sin ningún título previo y sin ninguna misión preestablecida por la sociedad de dónde procedo?
Si me zambullo en un vínculo en el cual “el otro” toca mi propia realidad; es decir si su pobreza toca mi pobreza; su límite, mi límite; su violencia y sufrimientos, los míos; su alegría, la mía; su necesidad de hacer fiesta, mi profundo deseo de comunión; su necesidad de afecto, mi búsqueda de él; su soledad, la mía; en esta perspectiva, descubro que entre nosotros se puede crear un espacio libre, una atmósfera, un clima en el cual cada uno puede ser único para el otro. Necesitamos ser únicos para los demás. Esto responde a nuestra primera búsqueda de amor. Así como el niño quiere ser exclusivo para la mamá, nosotros necesitamos esta suerte de exclusividad para los demás. En el bautismo de Jesús se oye la voz del Padre que le confirma su amor y su predilección diciéndole “Tú eres mi hijo único muy querido”. Esta singularidad que tenemos a imagen de Jesús, nos lleva a buscar estos espacios vinculares en los cuales nuestra persona se afirma en aquello que tiene de más propio y en aquello que lo distingue de todas las demás creaturas.
Cuando empezamos a experimentar en nuestro servicio esta relación que llamo “sujeto-sujeto”, cambia completamente el sentido mediatizado que tiene “el otro” para mí y descubro un nuevo sentido para mi tarea de servicio. Se van revelando mis propias necesidades que aparecen con mucha luz en el diálogo con los hermanos. Veo clara mi necesidad de amistad y de crecimiento en ella, se iluminan también muchas realidades de mi vida que permanecían ocultas, escondidas detrás de la actividad desenfrenada y de la búsqueda “posesiva” de conocimiento y de experiencias interiores individuales. Mi compromiso adquiere un nuevo fundamento que no está puesto sólo en la responsabilidad de un trabajo que debo realizar, sino en una nueva alianza conmigo mismo y con mi verdadera realidad que ya no alcanza plenitud, sin este vínculo “sujeto-sujeto”, experimentando que aquel que veía como diferente y lejano de mi realidad cultural y socio-económica ha tocado mi propia vida en una dimensión nueva que me transforma en hermano; es decir compañero de historia, compañero de camino, sin el cual me resulta dificilísimo seguir adelante. Experimentamos una auténtica conversión a nosotros mismos, a las raíces más hondas que nos hacen personas humanas necesitadas de vínculos auténticos y sólidos que influyan en la comunidad despertando una profunda comunión con los demás, lo que responde a las exigencias mas profundas de nuestra vida.
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