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Un día con el Padre Pepe

Contar la misma historia pero de una manera diferente

El Padre Pepe es uno de los párrocos que lucha contra las drogas desde el interior de las villas porteñas. Vivía junto a otros sacerdotes en Villa 21, pero debió dejarla en 2010 tras sufrir amenazas de los narcos. Conocé cómo es un día del cura José Di Paola.

Por Fernando Maldonado

La caja de cambios funciona al 50%: en cada semáforo, tiene que luchar con la palanca para poner primera y lograr avanzar. Cuando la luz pasa de roja, a amarilla y, finalmente, verde, José María “Pepe” di Paola acelera, pero el auto no se mueve. “Esta cosa ¡Siempre me hace lo mismo!”, se queja. “El profe”, así es el apodo de Miguel Altube, que está sentado en el asiento del acompañante y lo ataja: “Y, si vos no lo mandas a arreglar, va a estar así y peor”. La pintura de la carrocería está gastada y en mal estado. Encima de la guantera, hay un pequeño ventilador a pilas que Pepe usaba para refrescarse: usaba, porque ahora los cables están cortados y sólo sirve de adorno. El limpia parabrisas parece ser una de las únicas funciones del auto que responde correctamente. “Craccc”, cruje la caja de cambios mientras Pepe pregunta indignado: “Qué buena idea tuvo el que inventó el semáforo, ¿no?”. El cura villero es dueño de un Toyota Luna modelo 99, que corcovea cada vez que se pone en marcha. “Es un auto viejo, lo compré hace varios meses gracias a una amiga que me ayudó con el pago —relata— Pero me resulta barato porque anda a gas: si le cargo 20 pesos tira el día entero. En fin, te arreglas con lo que tenés”. Es medianoche y di Paola sigue frente al volante, después de casi dos horas de manejo. “Ya estamos llegando a La Cárcova, por suerte por acá no hay tantos semáforos”, dice y se ríe.

El sacerdote José María di Paola —o “el padre Pepe”, como todos lo conocen—, nació el 12 de mayo de 1962 en Burzaco, y se ordenó en 1987. Es hijo de José y María, un médico y una ama de casa, y el mayor de tres hermanos.
Durante 14 años, fue párroco de la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa 21–24 y Zavaleta, Barracas, de donde tuvo que irse tras recibir amenazas de muerte por su trabajo en la prevención del consumo de drogas. Tras dos años de intensa labor en Campo Gallo, Santiago del Estero, Pepe volvió para instalarse en uno de los asentamientos más pobres del conurbano bonaerense. Desde hace casi 1 año, vive en villa La Cárcova —localidad de José León Suarez, Partido de San Martín— donde, hasta entonces, no lo había hecho ningún cura.

Hoy, tiene a cargo un área pastoral que abarca villa La Cárcova, cercana a la cual se ubica la capilla Nuestra Señora del Milagro, y los barrios 13 de Julio (también conocido como Ciudad de Dios) e Independencia. En éste último hay dos capillas, San Francisco Solano y Virgen de Itatí. Las villas se encuentran ubicadas a orillas del río Reconquista, uno de los dos más contaminados del país, y se estima que entre las tres viven aproximadamente 20 mil personas.

“Cada cura tiene su carisma particular. Mi vocación siempre fue el trabajar con los jóvenes y en los barrios marginales. En Santiago del Estero estaba muy bien, hacía falta, y han quedado dos sacerdotes continuando la tarea; pero lo mío tiene que ver más con esto que estoy viviendo ahora o que viví en la villa 21–24”, explica di Paola mientras maneja. “Por eso la decisión de volver. Y éste fue el lugar elegido dado que San Martín es una diócesis en donde las villas son muchas y no hay prácticamente sacerdotes dedicados a ellas”.

Pepe detiene la marcha frente a Nuestra Señora del Milagro, a una cuadra de la villa, y guarda el auto en el garaje de un amigo y vecino del barrio. “¿Qué comemos hoy Pepe?”, pregunta “el profe” mientras se bajan del desvencijado Toyota. “Mmmmm, no sé, habría que ver, ya es tarde y los kioscos seguro están cerrados”, duda Pepe mientras se cuelga al hombro una mochila y cierra tras de sí la puerta del garaje. “Chau, y perdón por venir a hacer ruido tan tarde”, le dice al dueño de casa, que responde: “No pasa nada, padre, nos vemos mañana”.

El cielo está nublado y relampaguea; las calles, inundadas. Ya no llueve, pero unas horas antes diluvió sobre la Capital y el conurbano bonaerense. Mientras “el profe” y Pepe caminan rumbo a la villa, el cura marca un número en su celular y dice: “Voy a llamar a casa para ver qué hay para comer”. Del otro lado, alguien atiende. “Hola, ¿Alejandro?”, pregunta y, tras la respuesta, vuelve a interrogar: “¿Qué hay para comer?”. Pasa un instante. “¿Nada?”. Silencio. “¡Pero el arroz no me gusta!”. Le pide a su interlocutor: “Bueno, igual hacete el arroz para acompañar el pescado enlatado”. Y termina la conversación: “Listo. ¡Aaaahh…! ¿Hay vino?”. Tras la respuesta, agrega: “¡Noooo! El vino de misa no; el común, para acompañar la cena”, y se ríe. “Bueno dale, en un rato llegamos. Chau”.

Guarda su celular y empieza a llover nuevamente. “Profe vamos a ver si encontramos por el camino un kiosco abierto, pero rápido porque nos mojamos”, dice el sacerdote a su compañero. A cada paso, el barro cubre más los zapatos negros de Pepe. En una esquina, refugiados debajo del techo de chapa de una casilla, un grupo de jóvenes toma cerveza y juega a las cartas. “Buenas, muchachos”, los saluda di Paola. “Buenas noches, padre”, responde el grupo al unísono. El cura y “el profe” siguen caminando por la calle embarrada.

A lo lejos, se distingue un cartel con letras en imprenta mayúscula: “MAXIKIOSKO”. El kiosquero los atiende detrás de una venta enrejada. Pepe hace el pedido: “¿Me das una Coca Cola, una Levité, soda, una cerveza y lo principal: un vinito de un litro?”. Pagan y se van llevando los víveres: el padre, agarra el vino y la soda; lo demás, lo carga el profe.

Los pasillos de la villa están cubiertos de agua. “Profe, tené cuidado, te podés caer; y después no te levantas más, ¡ya estás viejo!”, bromea Pepe. “El profe” no se queda atrás: “Te aseguro que ahora no me voy a caer: ¡menos con las bebidas en las manos!”.

A unos metros del portón que da a la casa de madera en que vive Pepe, dos vecinos con el torso desnudo hacen una canaleta para que corra el agua. “Hola padre, ¿cómo anda?”, saluda uno de ellos. “Un poco mojados, pero bien, ¿entró agua a la casa?”, les pregunta di Paola. “No, pero si no hacemos que corra, va a empezar a entrar. Padre, ¿tiene algún animal adentro de su casa?”, pregunta el otro hombre, mientras sostiene una pala. “No, ¿por qué?”, se sorprende el cura. “Na, porque se escuchan ronquidos y, a veces, hay otro que canta”. Las risas estallan. “¡Noo, seguro son Alejandro y Luis, dos amigos que están adentro”, dice Pepe y los despide.

Afuera, llueve a cantaros; pero, dentro de la casa, no hay agua: se olvidaron de cargar el tanque. La casilla del sacerdote tiene una pequeña sala con una mesa con sillas y un televisor. Además, hay tres habitaciones: en cada una, apenas si caben las camas de una plaza y alguna mesita, nada más. En la cocina, hay una heladera que a veces se apaga y, arriba de la hornalla, una olla de aluminio con el arroz que acaban de preparar Alejandro y Luis, dos amigos a quien Pepe conoció cuando era párroco en Barracas y que ahora, incondicionales, lo siguen a donde vaya.

“Chicos, ¿pueden hablar más bajo? Porque se escucha todo: recién el vecino me dijo que escuchó ronquidos y a uno que cantaba”, los increpa Pepe. “¿En serio? Es el boludo de Luis, que cuando se pone los auriculares crotos, empieza a cantar horriblemente —se defiende Alejandro—. Lo peor es que cuando se duerme, como ahora, ronca como un cerdo”.

Todos ayudan a servir la mesa y, a los dos minutos, no hay espacio para nada más: están las botellas de Coca, cerveza y Levité; el vino y la soda, queso rallado, dos rollos de servilletas, una bolsa de pan, una lata de pescado abierta, escarbadientes, un paquete de sal, y un espiral para espantar los mosquitos que no dan tregua. Ya está todo listo para empezar a comer.

“¿Por qué molestan tan tarde? Ya no es hora de que estén haciendo ruidos, ¡me despertaron!”, se queja Luis mientras sale sin remera de su cuarto. “¡Tapate la panza, gordo!”, le grita Alejandro. “Yo sé que te gusto”, contesta Luis mientras vuelve a meterse al cuarto para salir con una camisa y sus anteojos puestos.

Al cabo de media hora, se terminan casi todas las bebidas. “¡Uyyy, ya se terminó el vino, che!”, dice Pepe. “¿Y qué esperabas, si lo tomas como agua?”, contesta Luis riéndose. “El profe” cabecea del sueño en su silla. “Bueno chicos, vamos a dormir porque mañana tenemos que hacer muchas cosas. A las ocho hay que estar arriba”, anuncia el cura. Cada uno levanta su plato y, luego de limpiar la mesa, se van a sus respectivos cuartos.

En su habitación, Pepe tiene un ventilador que permanece encendido toda la noche, aunque no haga calor. “Lo uso para espantar los mosquitos”, se justifica. Además de la cama, hay una mesita de madera llena de libros y un reproductor de CDs que, al igual que el ventilador, funciona sin pausa: reproduce una y otra vez el mismo disco de folklore argentino.

Domingo

Cuando a las ocho de la mañana suena el despertador, todos se levantan sin quejas. Pepe sale del baño con el cepillo de dientes en la mano y la toalla sobre la espalda. Alejandro prepara el mate, saca un paquete de galletitas y los pone en la mesa. “Ya está listo mi cielo, vení vamos a tomar unos matecitos”, le anuncia entre risas a Luis, que le responde mientras se sienta: “En cualquier momento me caso con vos”. “Esta pareja loca, ¡siempre se están peleando!”, bromea el cura. “Y, es normal, porque este boludo de Luis no me respeta”, le responde Alejandro mientras seba el primer mate. Luis se prende: “¡Si sos peor que una mina!”.

Mientras, Pepe conversa con “el profe”, a quien llaman así por ser quien da apoyo escolar a los chicos del barrio. “Che profe, vos siempre tenés cara de sueño. ¿Dormís poco?”. “Sí, sólo cuatro horas al día, por eso me quedo dormido en todos lados”, le responde. Di Paola, dice: “En Santiago del Estero, la siesta de una hora era un requisito para poder seguir con las actividades: todo el mundo se toma esa siesta. Pero acá, ¡olvídate!”.

Amaneció nublado, pero sin la lluvia de la noche anterior. Cada uno agarra sus cosas y se preparan para empezar las actividades del día. Pepe, con su inseparable mochila sobre la espalda, abre la puerta y sale; los demás, lo siguen. Mientras camina por las calles de tierra de La Cárcova, los vecinos se acercan y lo saludan. El sacerdote los invita a participar de la misa; ó, sencillamente, a que se acerquen a la parroquia y lleven a sus hijos.

“Todavía no están acostumbrados a ver a un sacerdote caminar todos los días por la villa, porque es la primera vez que un cura vive adentro de La Cárcova”, explica Pepe.

Levantada sobre basurales, en el cordón del CEAMSE (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado), esa villa toma el nombre de una de las calles que marcan su límite y responde al apellido del pintor argentino —Ernesto de la Cárcova— cuya obra más célebre es, paradójicamente, el óleo “Sin pan y sin trabajo”, (ver en la galería de arriba) en donde se muestra la miseria en que vive una familia pobre.

Al llegar a la Iglesia, Pepe abre las puertas y, cada tanto, hace sonar las campanas. Mientras, llama a Alejandro y al “profe” para pedirles que, al final de la misa, lo encuentren en la estación de trenes de José León Suárez, en dónde al costado se encuentra una ermita del Gauchito Gil. De a poco, la capilla se va llenando de gente. El coro —del que participan Emanuel, en el teclado; Joaquina, con la guitarra y Joaquín, a cargo del cajón peruano— practica las canciones. A la diez en punto, un Pepe despeinado y acompañado por dos monaguillos mujeres, entra y saluda con su habitual sonrisa. Durante la misa, habla sobre el trabajo que va a realizar en el barrio, y pide la participación y la colaboración de los presentes. “La unión de toda la comunidad hace que las cosas salgan bien”, les asegura.

Cuando termina la celebración, vuelve a saludar uno por uno a los feligreses mientras se retiran. “Luis, ¿qué vamos a comer? Yo estaba pensando en una picada, ¿qué decís?”, le pregunta Pepe a su amigo, una vez que termina de despedir a los vecinos. El cura se saca la sotana y, tras meterla adentro de su mochila, sale caminando rumbo a la estación de trenes, ubicada a 20 cuadras, cerca de la cual volverá a celebrar misa. “¡Mirá, es el padre Pepe!”, dice una señora que tiene un puesto de diarios en la estación cuando lo ve pasar.

Alejandro y “el profe” lo estaban esperando. En plena calle, frente a una ermita del gauchito Gil, habían colocado una mesa de un metro y medio de largo, dos parlantes y un micrófono. “Hay que motivar a la gente buscando cómo se expresa religiosamente acá: y eso es a través del gaucho Antonio Gil. Así como cuando llegué a Barracas veía ermitas de la Virgen de Caacupé en cada casa, acá es el gauchito”, explica el padre Pepe. Durante la celebración, bautiza a varios chicos y una pareja, vestida con el traje típico del gauchito, le regala una remera roja con la cara del venerado correntino. Todos quieren sacarse fotos con el cura y le piden la bendición. “¡Estamos muy contentos con el padre en nuestro barrio!”, dice una señora cuyo hijo acaba de ser bautizado.

Mientras tanto, Luis y otros amigos que visitan a Pepe los domingos, lo esperan con una mesa de 15 metros preparada en el patio de la casa del cura: la picada está lista. “Al fin llegaste, ¡ya te empezaba a extrañar!”, le dice Luis, sentado en la cabecera, cuando lo ve llegar. Además, preparan un asado: “Va a estar a eso de las 15”, dice un asador amateur mientras intenta prender los carbones. “¡Menos mal que íbamos a comer a las 12!”, se queja Alejandro. En la mesa hay 25 personas, ocho botellas de Coca-Cola, una ensaladera con arroz frío y arvejas, una soda y un vino de litro y medio junto a Pepe. Cada 15 minutos, le suena el celular: tiene una agenda muy apretada, pero siempre está dispuesto a escuchar a todos. Al cabo de una hora y media, la carne está lista. “Panza llena, corazón contento”, dicen sonrientes los comensales. “Estaba sentado justo acá cuando nos enteramos de que Bergoglio era el nuevo Papa”, recuerda Pepe en la sobremesa. “La verdad que la noticia nos sorprendió a todos”.

A las 17, tiene que ir a celebrar la última misa del día en la capilla San Francisco Solano, en el barrio Independencia. Se sube a su auto, pone primera, acelera y, esta vez, arranca sin problemas.

Sentados en sillas blancas de plástico, los fieles lo reciben como a un amigo de toda la vida. El cura sonríe y da comienzo a la misa: con la mano derecha agarra el micrófono y guarda la izquierda dentro del bolsillo. “Participar en la vida de la Iglesia no es solamente venir y estar en la misa, eso es sólo un culto”, les dice a los presentes.

Luego de misa, acompañado por Carlos, vecino de Independencia, recorren uno de los sectores más desoladores del barrio. El aire está saturado del humo que desprende el llamado “cementerio de autos”, un lugar donde se incineran carrocerías maltrechas, y la respiración se vuelve dificultosa. Las casillas allí son aún más precarias que en resto de la villa. Los niños juegan entre los desechos. Para ellos, el paisaje es habitual. Pepe saluda a los chiquitos que se agolpan a su alrededor. Emocionado, el sacerdote afirma: “Con la fe, se puede lograr lo imposible”. Su vocación siempre fue ésa: el trabajo con los niños y jóvenes de los barrios marginales.

Luego de despedirse, vuelve a subirse al auto. Enciende las luces, se acomoda en el asiento, se coloca el cinturón de seguridad, pone primera, acelera, y avanza satisfecho sobre una calle sin semáforos.

Para leer la nota online en El Silvador: http://elsilbador.com.ar/dia-padre-pepe/

 

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Apasionarnos con la Vida.

Comunicarnos Nº 159 Marzo/Abril 2017

Para leer la revista online: https://issuu.com/comunicarnos5/docs/comunicarnos_marzo_abril_2017

En este número:

  • Caminar la Pascua – Mons. Eduardo García
  • Liga del Potrero – Pbro Damián Reynoso – Ciudad Oculta – Villa 15
  • El arte te puede salvar – Entrevista a Beto Romero .- artista plástico Villa 21-24
  • Los pibes y su música en los barrios – “Clan Oculto”, rap – Villa 15 – “Agitala”, cumbia – Villa Soldati.
  • Amanecer bajo los puentes: Teatro por la integración. – Francisco Ghiglino
  • – SANTUARIOS: Peregrinando al Santuario de Lourdes y “ Visita al “Curuzú Gil”
  • CASABIERTA A LA VIDA: un espacio para animar la vida (desde adentro) – Pbro Miguel Dedyn – Pquia Ntra Sra del Carmen, Benavídez, partido de Tigre.
  • Jugar en el barrio – Leandro Dellatorre – Programa Barrios en Juego – Subsecretaria de Deportes del GCBA
  • En lo cotidiano se juega la verdadera integración – Hermana Verónica Pérez y Omar Alzugaray, psicólogo – Centro de día y Hogar Sagrada Familia – Obra Don Uva.
  • Los pibes le dicen NO A LA BAJA (de la edad de imputabilidad)
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Declaración SOBRE LA INMIGRACIÓN Y EL RACISMO

En un contexto internacional donde hay un creciente deseo de levantar muros en lugar de tender puentes entre los pueblos, en un escenario local de declaraciones racistas y xenófobas de gran parte del arco político, replicadas hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación, surge un decreto de necesidad y urgencia que endurece las leyes de migración y de ciudadanía, salteando la discusión legislativa, espacio apropiado para el tratamiento de un tema tan delicado.

Los sacerdotes que vivimos en las villas, barriadas y asentamientos de GBA y CABA (Gran Buenos Aires y Ciudad Autónoma de Buenos Aires) estamos muy preocupados por las consecuencias discriminatorias de la medida implementada desde el gobierno nacional, y por su consecuente incentivación del racismo y la xenofobia en nuestro pueblo.

Rechazamos la estigmatización del migrante, identificándolo con el delito, responsabilizándolo del problema de la droga, la inseguridad y de todos los aspectos negativos de la sociedad. El problema no es la inmigración, el problema es el delito.

Advierte el Papa Francisco que “ningún pueblo es criminal o narcotraficante o violento. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”(1).

¿Cómo llamar “igualdad de oportunidades” a una medida que deporta a un extranjero sin condena, por el hecho de ser acusado de resistir a la autoridad, vender en la vía pública, ejercer la prostitución o ser protagonista de un accidente automovilístico grave? Entendemos que aunque el objetivo de la norma fuera el de dar celeridad a la deportación de narcotraficantes y delincuentes, en la práctica la medida lleva a una persecución de todos los inmigrantes, que ya no podrán ni sonreír delante de un policía por miedo a ser deportados.

¿Cómo hablar de “igualdad de oportunidades” cuando como sociedad escuchamos a diario el llanto de las niñas y niños, hijos de los migrantes, que en las escuelas sufren la discriminación y la violencia cotidiana; cuando vemos el modo en que muchos migrantes son explotados a causa de su situación aceptando trabajos indignos?

Como sacerdotes católicos afirmamos que los posicionamientos discriminatorios son profundamente anticristianos.

Como vecinos de las villas, barriadas y asentamientos en que vivimos somos testigos diarios del sufrimiento causado por la xenofobia y el racismo. Estamos convencidos de que la explotación que a menudo sufren los migrantes es causada por los muros invisibles de la discriminación, que nos separan de ellos como de los otros, insensibilizándonos e instalándonos en la defensa imaginaria de un miedo que sólo se justifica en el prejuicio.

La Dirección Nacional de Política Criminal en Materia de Justicia y Legislación Penal publicó en 2016 el “Sistema Nacional de Estadística sobre ejecución de la Pena” (SNEEP) 2015. En el informe se indica que solo el 6% de los privados de su libertad son extranjeros. Es casi la misma proporción que la de extranjeros en la población general. Es decir, de los casi 2.000.000 de extranjeros que habitan nuestra patria, solo el 0,2 están privados de su libertad. ¿De dónde nace entonces la identificación del inmigrante con el delito? ¿Cuál era la urgencia que instaló el tema en la agenda política y mediática?

Vemos en este momento el inmenso riesgo de profundizar la fragmentación de nuestra patria, aniquilando nuestro sueño nacional de pueblo, y dejándonos con los horizontes fragmentados de grupos divididos y autorreferenciales. Esperamos que nuestros dirigentes, del espacio político que sean, nos ayuden a mirar más lejos, a vislumbrar el horizonte de Nación que como pueblo nos merecemos, superando la búsqueda cortoplacista del impacto mediático y el rédito político.

Entendemos el dolor y la impotencia de quienes sufrieron algún hecho de inseguridad, pero queremos afirmar que una cosa es ser delincuente y otra muy distinta es ser inmigrante, y que la relación entre ambas situaciones solo se origina en posicionamientos públicos, políticos y mediáticos nacionales e internacionales que calan hondo en el pueblo, conduciéndolo a la división y el racismo.

Estamos convencidos de que debemos recibir a los migrantes como recibiríamos al mismo Jesús. Que en lugar de los posicionamientos discriminatorios, xenófobos y racistas, nuestro pueblo tiene reservas morales que nos invitan a la solidaridad y a la hospitalidad. Por eso preferimos una legislación que no se enfoque tanto en castigos sino en tratar de dirigir todo el potencial de los migrantes para el bien común de nuestra Nación.

Creemos necesario señalar que los narcotraficantes, los delincuentes de la trata de personas, los terroristas y criminales, no ingresan por los controles migratorios. La droga no ingresa por los controles oficiales, y si lo hace, es con la complicidad de funcionarios que lo permiten. El endurecimiento de las medidas migratorias no es contra los delincuentes, sino contra la familia trabajadora.

 

APROXIMACIONES AL TEMA DESDE LA SAGRADA ESCRITURA, EL MAGISTERIO Y LA HISTORIA ARGENTINA

La Biblia está llena de migraciones.

A Abram, el padre de la fe, le toca vivir un momento muy difícil migrando al país de Negueb.

Migraba buscando nuevas tierras donde establecerse.

El pueblo de Israel estuvo esclavo en Egipto, y migró por el desierto rumbo a la tierra prometida, que estaba ocupada, viviendo la situación traumática de tener que instalarse precariamente en los alrededores de la ciudad. Luego, cuando el pueblo estuvo cómodamente establecido y había perdido la memoria de sus sufrimientos pasados, Dios le recuerda su deber de solidaridad. “También ustedes amarán al extranjero, ya que han sido extranjeros en Egipto”(2). Era necesario que Dios lo recordara porque la comodidad adormece el corazón, y el satisfecho deja de percibir el dolor de su hermano.

En el Antiguo Testamento los inmigrantes constituyen, junto con los huérfanos y las viudas, la trilogía típica del mundo de los marginados. Una y otra vez, se recuerda el deber para con ellos. En la actualidad, no están en una situación muy distinta.

En sus normas de conducta, Israel tiene clara la prohibición de oprimir, de explotar, atropellar, defraudar el derecho del migrante: “No oprimirás al extranjero”; “No lo molestarás”; “No lo explotarás”; “No defraudarás el derecho del emigrante”; “Maldito quien defrauda de sus derechos al emigrante”. Porque es muy fácil aprovecharse del inmigrante, incluso hoy pareciera que queremos y buscamos su trabajo (en la albañilería, los talleres textiles, las quintas, etc.) pero a ellos no los queremos (3).

Ya en el Nuevo Testamento María y José sufren la discriminación del migrante y son rechazados en Belén, llegando incluso a improvisar el lugar de nacimiento del niño Jesús en un establo.

Jesús, el Señor, eleva al extranjero a signo de la acogida de su Reino y se identifica personalmente con el inmigrante: “Fui extranjero y me acogisteis” (Mt. 25,35). La tradición espiritual de la Iglesia recoge la identificación, y la regla de San Benito sentencia: “El huésped es Cristo”.

San Pablo proclamará que la unidad es más profunda que la división: “Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos sois uno en Cristo” (Gal. 3,28).

El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, en su decreto Erga Migrantis Caritas Christi del 2004, denuncia que la globalización es del capital pero no del hombre (4).

El tema aparece con mucha fuerza en el Papa Francisco, quien una y otra vez llama a la hospitalidad que nace de la fe y a la memoria familiar adormecida por la comodidad: “en la experiencia dolorosa de estos hermanos y hermanas volvemos a ver la del niño Jesús, que en el momento del nacimiento no encontró alojamiento y vio la luz en la gruta de Belén”(5); “las personas de este continente no le tememos a los extranjeros porque muchos de nosotros fuimos extranjeros. Lo digo como hijo de inmigrantes, consciente de que muchos de ustedes también descienden de inmigrantes”(6). “Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el emigrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si al llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se lo desprecia, se lo explota e incluso se lo esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades.”(7)

En nuestro país desde hace más de un siglo que el porcentaje de inmigrantes se ha ido reduciendo poco a poco. En 1917 el 30% de los habitantes era extranjero. Hoy apenas el 4% por ciento lo es. Sin embargo nos presentan una realidad ficticia donde estamos “invadidos de extranjeros”.

Desde el punto de vista cultural e histórico, nunca hemos considerado “extranjero” a un boliviano, a un peruano, a un uruguayo o a los latinoamericanos en general.

¿Cómo considerar extranjero a un boliviano si el primer Presidente de nuestro territorio fue Cornelio Saavedra, nacido en Potosí, titular de la Primera Junta en 1810?

¿Cómo considerar extranjero a un peruano, si Ignacio Álvarez Thomas, nacido en Arequipa, fue Director Supremo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, cargo equivalente a Presidente de la Nación?

¿Cómo considerar extranjero a un paraguayo, si fue Asunción la fundadora de Buenos Aires?

¿Cómo despreciar a los inmigrantes si históricamente muchos argentinos han debido emigrar por motivos políticos, laborales y de otra índole?

¿No fue José de San Martín el Libertador de Sudamérica?

En nuestra declaración del año 2007 sobre la urbanización de los barrios obreros habíamos señalado que: “Valoramos la cultura que se da en la villa, surgida del encuentro de los valores más nobles y propios del interior del país o de los países vecinos, con la realidad urbana. La cultura villera no es otra cosa que la rica cultura popular de nuestros pueblos latinoamericanos. Es el cristianismo popular que nace de la primera evangelización; el pueblo siempre lo vivió como propio, con autonomía, y siempre desde su vida de cada día. Es un cristianismo no eclesiástico, ni tampoco secularista, sino con auténticos valores evangélicos”.

Ya señalábamos el aporte de los migrantes. Ellos no se llevan nada. Llegan con sus manos llenas de experiencias, vivencias, historias y culturas que no hacen más que enriquecernos como personas y como sociedad. Incluso los jóvenes que vienen a estudiar nos aportan también sus conocimientos y mantienen nuestra amistad e influencia social y cultural. Los migrantes aportan una fuerza económica insustituible y dignificadora: el trabajo. La construcción de nuestras casas, la ropa que usamos, las frutas y verduras que consumimos, incluso el cuidado de nuestros enfermos y de nuestros mayores… todo está relacionado al trabajo de inmigrantes que nos ofrecen su cuidado y dedicación.

Que la Virgen de Guadalupe, patrona de toda América, nos enseñe el camino de la inclusión y la hospitalidad. Que no sea el miedo el que nos conduzca, sino el amor a todas las personas que pisan nuestro suelo argentino.

P. José María Di Paola: Villa La Carcova, 13 de Julio y Villa Curita. Diócesis de San Martín
P. Gustavo Carrara, P. Eduardo Casabal, P. Ignacio Bagattini: Villa 1-11-14. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Lorenzo de Vedia, P. Carlos Olivero, P. Gastón Colombres: Villa 21-24 y Zavaleta. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Guillermo Torre, P. José Luis Lozzia: Villa 31. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Domingo Rehin: Villa Lanzone, Villa Costa Esperanza. Diócesis de San Martín
P. Juan Manuel Ortiz de Rosas: San Fernando. Diócesis de San Isidro.
P. Basilicio Britez: Villa Palito. Diócesis de San Justo
P. Nicolás Angellotti: Puerta de Hierro, San Petesburgo y 17 de Marzo. Diócesis de San Justo
P. Sebastián Sury, P. Damián Reynoso: Villa 15. Arquidiócesis de Buenos Aires.
P. Eduardo Drabble. Santuario San Cayetano. Arquidiócesis de Buenos Aires.
P. Pedro Baya Casal, P. Adrián Bennardis: Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Juan Isasmendi, P. Joaquín Giangreco: Villa Trujuy. Diócesis Merlo-Moreno.
P. Nibaldo Leal: V. Ballester. Diócesis de San Martin.
Carlos Morena, Ángel Tissot, Mario Romanín, Alejandro León, Juan Carlos Romanín: Salesianos. Villa Itatí. Don Bosco.
P. Hernán Cruz Martín: Barrio Don Orione – Claypole. Obra Don Orione.
P. Dante Delia: Villa Borges. Diócesis de San Isidro.
P. Antonio Mario Ghisaura: Villa Tranquila. Diócesis Avellaneda-Lanús.
P. Eduardo González, Vicario general. Diócesis de San Martin.
P. Luciano Iramain, B° Los Polvorines. Diócesis de San Miguel.

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Francisco: El padre Pepe, el “cura villero”, es un gran ejemplo para la Iglesia

El padre argentino José María Di Paola “Pepe”, sacerdote “villero” (de periferia), amenazado de muerte  (suerte que le tocó el pasado 5 de octubre a su amigo, el padre Juan Viroche), fue propuesto esta mañana por el Papa Francisco como un ejemplo para la Iglesia y para los párrocos romanos, con los que se reunió en la Basílica de San Juan de Letrán.

El padre Pepe “es un grande”, dijo Bergoglio, quien contó un episodio de “un joven que se estaba recuperando en el Hogar de Cristo del padre Pepe en Buenos Aires. Decía que el padre Pepe lo había ayudado mucho. Que un día le había dicho que no podía más, que sentía mucho la falta de su familia, de su mujer y de sus dos hijos y que se quería ir, pero el padre le dijo: ‘¿Y antes, cuando ibas a drogarte y a vender droga, te faltaban los tuyos?’ ¿Pensabas en ellos?’”.

“Yo – le dijo ese hombre al Papa Francisco, quien recordó hoy sus palabras – hice gesto de ‘no’ con la cabeza, en silencio, y el padre, sin decirme nada más, me dio una palmada en el hombro y me dijo ‘Ve, basta así’, como para decirme: date cuenta de lo que te sucede y de lo que dices. Agradécele al Cielo que ahora sientes que te faltan’”.

“Ese hombre – comentó el Papa – decía que el sacerdote era un grande, que le decía las cosas en la cara y esto lo ayudaba a combatir, porque era él que tenía que poner toda su voluntad”. “Cuento esto – les explicó Francisco a los párrocos de la diócesis de Roma – para hacer ver que lo que ayuda en el crecimiento de la fe es tener juntos el propio pecado, el deseo del bien de los demás, la ayuda que recibimos y la que debemos dar nosotros”.

“A mí me gusta repetir – agregó Bergoglio, quien antes del encuentro había confesado a doce sacerdotes – que un sacerdote o un obispo que no se siente pecador, que no se confiesa, que se encierra en sí mismo, no progresa en la fe. Pero hay que estar atentos para que la confesión y el discernimiento de las propias tentaciones incluyan y tengan en cuenta esta intención pastoral que el Señor quiere darles”.

“No vale – concluyó Francisco – sentirnos perfectos cuando desarrollamos el ministerio y, cuando pecamos, justificarnos por el hecho de que somos como todos los demás. Es necesario unir las cosas: si reforzamos la fe de los demás, lo hacemos como pecadores. Y cuando pecamos, nos confesamos por lo que somos, sacerdotes, subrayando que tenemos una responsabilidad con las personas, no somos como todos”. (AN)

 

Link de la nota original en Faro Di Roma: http://www.farodiroma.it/2017/03/02/francisco-el-padre-pepe-el-cura-villero-es-un-gran-ejemplo-para-la-iglesia/

 

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