Nuestra Mirada
Hna. Yolanda
Federación Familia Grande Hogar de Cristo
No hay una mejor introducción a las palabras que quiero compartir que la canción “La vida como viene” porque expresa todo lo que es la mística de los Hogares de Cristo. Nosotros nos dejamos seducir por esa mística que nos lleva a estar aquí y hoy queremos profundizarla un poco.
Lo que ocurre en los Hogares de Cristo, es una vivencia, es una experiencia. A esa experiencia la queremos transmitir. Para poder hacerlo tanto a aquellos que vienen por primera vez para que conozcan lo que son los Hogares de Cristo, como para quienes ya estamos ahí podamos renovar y profundizar la mirada de cómo se acompaña la vida que viene a los hogares de Cristo.
Vamos a compartir tres relatos. En primer lugar, Brenda que es de la villa 21 del Hogar de Cristo Hurtado y Niños de Belén. En segundo lugar, César de villa 1 – 11 – 14 de Bajo Flores, del hogar Santa María. Por último, Daiana del Hogar de Cristo de Gualeguaychú, de Nazareth y Casita de María.
El aporte de ellos es de mucho valor y mucha importancia porque ellos conocen los dos lados, las dos miradas: fueron en algún momento los recibidos, acogidos, acompañados por los hogares de Cristo, y ahora son ellos que acogen y acompañan a otros. Para nosotros va a ser un testimonio desde la vida: lo que son los hogares de Cristo y como acompañan la vida.
Brenda
Hogar de Cristo San Alberto Hurtado y Niños de Belén Villa 21-24 , CABA
Muchos de los lemas del Hogar, desde: “la vida como viene”, “el cuerpo a cuerpo”, esta mirada que tenemos hacia el otro. Pensaba en el logo, que tiene la cruz y que rompe las cadenas, ¿saben ustedes lo que significa? A mí me toca llegar al Hogar a los 15 años. No llegar… miento, sino que en ese tiempo nos iban a buscar: era muy distinto. Era ir a buscarnos, ir a encontrarnos. Era enojarnos con ese que nos iba a buscar: que por qué me buscaba.
Hoy quisiera compartir estas palabras no sólo por mí sino por muchos de los que están ahí sentados, por los que ya no están, por los que estuvieron y por los que se fueron, y por los que espero que el día de mañana lleguen.
Eso va a ser trabajo de quienes están hoy en los distintos Hogares, y también va a ser el trabajo de quienes llevamos cada uno de los espacios, y se va haciendo referente y te vas haciendo fuerte. ¿Fuerte a qué? A ese que sabés que está ahí en la calle y no es que no podés hacer nada -que lo sentís-. Uno tiene que ser fuerte para ese otro que te necesita, para esa parte del equipo que quizás todavía le tiene miedo a lo que no conoce.
Estoy por cumplir 25 y cuando llegué -muchas veces lo digo- era Brendita, y fue difícil ser Brenda. Al llegar al espacio quizás podés ser grande. Podés tener 20 años, 35 años y se podría pensar: “ya tiene que saber lo que quiere o tiene que ponerle voluntad”. Pero imagínate que vos podés tener los años que tengas pero si no tenés amor… Eso que siempre se dice en el Hogar. Ese amor, ese cariño: “te acepto como sos”. Que quizás a veces le pase al otro que no lo acepten como es como persona, más allá de si consume o no.
Yo sé que muchos que hoy llevan nuestros equipos adelante cuando llegaron tenían esa necesidad de que iban a ayudar al que estaba mal y sé que en estos 10 años al final terminaron también siendo ayudados por muchas de las personas: de los chicos, de las chicas, de los hijos, de nuestras hijas.
Con Yolanda hemos conversado sobre la seducción, porque creo que varios se enamoraron del dolor. Y quizás sea algo sano. Por más que alguno no lo entiende. ¿Cómo me voy a enamorar del dolor del otro? Ahí es cuando para mí aparece realmente ese cuerpo a cuerpo: si uno realmente se enamora de sus angustias, de su tristeza, del que siempre fue malo, del que nunca pudo. ¿Saben que lindo era cuando nos iban a buscar? Cuando recién arrancó era así, que te busquen y quizás decirle: “salí”. Me acuerdo que Marco se metía en cualquier pasillo o rancho a buscarnos.
Por eso, aunque hoy en día los pibes lleguen, nunca se olviden de ir a buscarlos. Porque quizás hay algunos que no llegan, que todavía no conocen el Hogar de Cristo, o que no se animen. Obviamente todos saben que al otro le cuesta pero también la cuestión es ustedes creciendo con nosotros y nosotros crecer con ustedes. Es acompañar siendo acompañados. No es dejar de consumir sino aprender a vivir.
En estos años uno aprende algo diferente, uno mama diferente el amor. Muchas veces decimos que la recaída es parte del proceso de cada una de las personas que llegan al centro barrial pero saben qué lindo es saber que hiciste cagadas, que hiciste las cosas mal y no es que vas a llegar a ese espacio y te van a estar retando, te van a estar cagando a pedos (lo que uno ya espera que te diga el otro). Al contrario, cuando vos llegás que te digan: “Vení ya está… Esta es tu casa, esta es tu familia, acá estamos”.
Ese “estamos” es estar en muchos procesos de cada uno. Hoy me toca ser mamá. ¿Saben lo difícil que es drogarte y cuando te querés dar cuenta de golpe tenés una criatura al lado tuyo?. Y ahí te decís: “¿Qué puta hago con esta criatura? si ni siquiera sé “ser yo para mí”, ¿Cómo tengo que ser con ese otro? Después de eso acompañamos a esa mamá, al bebé, a la pareja y al todo… al todo.
Cuando uno llega y participa de estos encuentros escucha muchas cosas y a veces es difícil porque obviamente cada dispositivo es diferente, cada uno tiene su característica, pero siempre la mística tiene que ser una para todos. Uno como acompañante está con personas que quizás son mucho más sensibles al dolor que otros, que son mucho más humildes que otros, y son esas personas que para el afuera siempre fueron y siguen siendo los malos.
Creo que ninguno de los que fuimos llegando en estos años al Hogar conocía la Biblia y mucho menos se la sabía de punta a punta. Quizás lo fuimos aprendiendo con el tiempo. Cuando me siento a hablar con los curas que van llegando a estos lugares te van enseñando que con lo que a nosotros nos tocó vivir muchas veces nos enojamos con Dios.
Estar ahí en ese momento y que vos no seas nada, te enoja con Dios. Llegar a un lugar que trata de estar ahí, de escucharte, de entenderte. Me acuerdo que hablando con Charly le decía: “Si me equivoco, deja que me equivoque; y si estoy mal, espero que estés ahí”. Imagínense lo difícil que es estar acostumbrada a hacer todo mal y empezar a estar bien. ¿Cómo hago? Si me aburre estar bien. Ahí entra el enseñarle a cómo seguir… Que también la vida del otro tiene problemas, y también se enoja, y también se frustra… Quizás en este momento nos toca a nosotros tres compartir estas palabras, pero ustedes saben que lo hacemos por cada uno de sus espacios, cada uno de los lugares donde están.
El momento, el instante en el que muchas cosas cambian es cuando uno mira al otro con otros ojos. No es solamente el fisura, el drogón, el chorro, la rastrera, o lo que sea que le puedan poner las personas. Como cuando algunos se presentan y perdón el ejemplo dicen: “yo soy el psicólogo, yo soy la trabajadora social”. Antes que nada uno es persona. Quizás nosotros hoy si nos presentamos, decimos: “soy Brenda”, “soy César”, “soy Dayana”… con toda una historia atrás.
Hoy podemos estar porque hubo personas que están del otro lado que también estuvieron. Hoy nos toca acompañar a un montón de otras personas, y también están ahí para guiarnos, porque te frustras ante el dolor del otro. Cuando lo vas a buscar y no viene, cuando llega mal y cuando no sabés qué hacer. Te quedas esperando y cómo hacer, cómo explicarle si vos también sentís ese dolor. Si vos también quisieras que esa persona esté… Y ahí es cuando uno aprende un montón del esfuerzo que muchas veces hacen los equipos: las frustraciones que traen, los dolores que les traen. Pero si con el tiempo uno le enseña a vivir, se lo hace más fácil la vida.
Muchos descubrimos a este lugar como nuestra familia, porque con nuestras familias cuesta mucho más decir las cosas. Mientras haya amor y entendimiento se puede descubrir que aún cuando se deja de consumir también se cargan un montón de cosas. Acompañar en el hospital, en el penal, cuando esa mamá que está en la calle va a tener a su hijo, a ese papá que te cae con el hijo después que los lleva y se baña en el hogar, que tu hermanito se está drogando. Por eso no solamente el problema es la droga, sino todo lo que vamos aprendiendo.
Somos personas con toda una historia atrás que en un momento hacemos un clic cuando el Hogar entra en la vida, tanto de ustedes como nuestra. Quizás nos hagamos un mundo diferente, pero les puedo asegurar, que muchos de los que se fueron y ya no están, que son un montón en cada centro barrial, se fueron conociendo un poco más de amor. Alguien los miró y estuvo ahí. Alguien los miro y simplemente les dio un abrazo. Los acompañó en cada proceso, y también entendió que aunque siguieran consumiendo si llegaban a fallecer, como pasó con muchos, el Hogar los iba a velar porque eran su familia. Esta era la familia que iba a estar ahí. Es lindo que se sume gente al baile. Muchos integrantes son de las parroquias.
Creo que si les pregunto con quién murió Jesús, quiénes eran las últimas personas que estaban al lado de él me van a saber decir que murió entre ladrones. Si él caminaba entre personas que eran ladrones, personas que eran leprosas, ciegos, cuando ustedes tengan miedo de acercarse a ese pibe o piba que está mal, imagínense que si esa persona en la que a nosotros nos enseñaron a creer y que existe aún cuando muchas veces lo odie por no estar en mi vida… ¿Por qué no van a creer ustedes que lo mamaron mejor que yo? que saben quizás la Biblia mejor que yo. Simplemente ponerla en práctica.
Cada uno de los pibes que hoy vamos siendo referentes de los espacios, de esos centros barriales, que también es un peso grande porque acompañar como un par también te duele. Deben animarse y seguir enamorándose y seduciéndose por el dolor del otro. Y ahí realmente vamos a crecer mucho porque hay algo diferente, que se puede, para nosotros y para darles fuerza a los que van a ir llegando. Los quiero mucho a todos. Son muchos acá que pasaron en estos 10 años. No los nombro porque son un montón, pero todos son un retazo de mi vida.
No tengan miedo a lo que no conocen porque les puedo asegurar que de los que estamos muchos habremos sido bien tumberos, bien malditos, y les puedo asegurar que uno entrega el corazón en un montón de cosas diferentes, y al final ese que uno se queda pensando que no llega y que es el malo, ustedes se terminan enamorando. Los quiero mucho a todos.
César
Hogar Santa María – Villa 1-11-14, CABA
Cuando me dijeron que iba a abrir el encuentro dije: “qué responsabilidad enorme, qué difícil, ¿por dónde empiezo?, ¿de qué hablo, qué digo?” Alguien me dijo tenés que hablar de lo que pasa a partir de… Porque no voy a hablar sobre mi vida, voy a hablar sobre la vida que empieza un 13 de abril de 2017 cuando decidí pedir ayuda en mi centro barrial, de mi querido San José.
Yo había oído hablar cientos y cientos de veces del Hogar de Cristo, del hogar Santa María, de los centros barriales. No tenía la más pálida idea qué función cumplía un centro barrial, para qué servía, qué se hacía ahí adentro. Había pasado muchas veces por la puerta, pero nunca había ido a pedir ayuda. Ni a tocar la puerta para saber de qué se trataba.
Hasta que un día sumido en la desesperación más absoluta, hundido en el terror, y en el no puedo más solo. Me dije necesito pedir ayuda. Cuando crucé la puerta me recibieron y lo primero que encontré fue un abrazo, fue una mirada, una sonrisa. Cosas a las que me había desacostumbrado. La historia en mi vida no fue terrorífica como la de muchos de mis compañeros. No fui víctima de ninguna atrocidad, ni de violaciones.
Tuve una vida hermosa que en un punto cambió el rumbo. Yo lo cambié. Yo soy el responsable de mi propia debacle. Cuando llegué a San José, encontré toda esa armonía, todo ese lugar maravilloso, esa gente maravillosa que se preocupaba por el otro más que por sí mismo. Me preguntaba ¿por qué esta gente hace esto? ¿En calidad de qué? ¿Para qué? Porque siempre surge la desconfianza. Algo debe haber atrás de todo esto. Acá debe haber mucha plata. Esto debe ser un curro. Lamentablemente lo primero que surge es el mal pensamiento.
El Santa María fue mi casa, fue el lugar que me apoyó, y se me empezaron a disipar todas las dudas. Hasta el día de hoy sigue siendo mi casa aunque ya no vivo ahí, pero sí trabajo ahí. Si tuviese que agarrar un diccionario para buscar las palabras que significan lo que yo sentí a medida que pasaban los días, encontraría miles: acompañamiento, ternura, cobijo, protección, comprensión, contención, afecto, calor, familia. Esa familia que no pregunta nada. Esa familia que da por el solo hecho de dar, porque te ve mal, porque necesita que estés bien.
Uno se va incorporando y va cumpliendo etapas, y va subiendo pequeños peldaños de a uno. Hoy vas a sacar la basura y mañana pelás una papa, y pasado te ponés a disposición del hogar, porque vas viendo que hay un montón de gente que está haciendo cosas para vos.
Entonces uno dice : “¿cómo yo no voy a hacer esto? ¿Cómo no voy a colaborar, cómo no voy a participar?”. Entonces la pesadilla va quedando cada vez más atrás, van surgiendo cosas nuevas. Todos los días te predispones. Yo soy una persona que cuando arranco después no paro. Soy como el conejito de Duracell: y sigo y sigo. Me ves en una cosa, me ves en otra. Es la predisposición de uno pero también es lo que ves. Lo que uno mama después lo lleva a la práctica.
Cuando veo a personas como María Elena, como Paula, como Emanuel, como Nico, como los padres, como toda la gente que forma parte de mi centro barrial, y del hogar de Santa María, uno no puede más que seguirles el ejemplo. No se les puede seguir el tren porque son incansables, porque están todo el día conectados a 220 haciendo cosas para el otro. Qué bueno que es eso de hacer cosas para el otro.
Cuando uno ha deshecho su vida, ha despilfarrado, en mi caso 27 años, tengo 56 años. 27 años de mi vida me drogué. Es un horror dicho así ¿no? Mi presente es acompañar a los chicos que recién llegan. Tengo mi casita de san Benito. Soy acompañante de la casa de San Benito en el Hogar Santa María y tengo chicos de todas las edades. Algunos pueden ser mis hijos, mis nietos, y tengo que inculcarles todo eso.
Tengo que portarme de la misma forma que se portaron conmigo: no juzgarlos, no acusarlos, comprenderlos, entenderlos. ¿Cómo no los voy a entender y cómo no los voy a comprender si yo estuve ahí? Si yo fui uno de ellos. Si yo sigo en recuperación. No estoy superado, ni mucho menos. Entonces está muy bueno ser parte de un equipo que sigue trabajando incansablemente, denodadamente, que no tiene horarios.
La señora directora de nuestro hogar a veces se va a las 11 de la noche y yo la reto, le digo “María Elena andate, por favor”. No porque quiera que se vaya pero quiero que descanse, que esté bien para el otro día. Son tantas las cosas que tengo para decir de Santa María y del Hogar de Cristo que no entrarían en esta presentación.
Para aquellos que no conozcan lo que significa el Hogar de Cristo o que hayan tenido una idea somera o muy vaga del Hogar de Cristo, básicamente es la recuperación de la vida, es la recuperación de los valores. Son cosas que yo tenía muy arraigadas en mi juventud, que después con el consumo se fueron perdiendo. El sentarme a una mesa, el compartir una mesa, el compartir un mate, una sobremesa, una charla, un partido de truco, baldear un patio con todos mis compañeros, escuchar música, divertirte, reírte, mirar una película. Es la vida. Lo que pasa es que el consumo nos lleva a otra cosa.
Nos llevó al paredón, nos llevó al playón, nos llevó al robo. Eso en el mejor de los casos. En algunos casos hay mucha gente que quedó en el camino y hoy están en cárcel o lo que es peor en el cementerio. Hay que grabarse una cosa en la cabeza que se la digo todos los días a los chicos: “la droga te abre solamente dos puertas la de la cárcel y la del cementerio”. No hay vuelta de hoja.
Tardé muchos años en darme cuenta y entender cómo eran las cosas. Hoy me doy cuenta y trato de revertirlo. Trato de que esos chicos que llegan atemorizados, con las mismas dudas, con las mismas incertidumbres que llegué yo, encuentren una palabra de aliento. De no preocuparme por si traen olor a pata o si vienen con berretines… Entender que vienen de un medio muy hostil, de una vida muy dura, de una vida llena de fracasos, donde a lo mejor no tuviera la familia que necesitaban, no tuvieron la comprensión y la contención. Y me dispongo para dársela, para acompañar al equipo.
Me da mucho gusto cuando llega un chico nuevo porque es una vida más que se rescata. No me pongo a pensar si va a durar cien días, dos días, o cinco horas. Vienen muchos chicos al centro barrial a San José de hecho que no están internados, que no están en Santa María pero de alguna manera esas cinco horas que están compartiendo con nosotros, esas cinco horas donde juegan al truco, donde se ríen, donde cantan, donde se pelean (porque ¡ojo! es una familia), pero también tenemos nuestros encuentros y nuestros desencuentros.
Esto no significa que seamos la familia Ingalls ni mucho menos. Nos peleamos y a veces nos peleamos bravo pero prima el amor, prima la ternura, las ganas de que vuelvan al otro día, y muchos repiten el suceso y siguen viniendo. Se acoplan y después vienen y se quedan dos días, y después se bajan y a uno le da bronca y mucho dolor porque decís puta porque se fue, si estaba bien, qué le pasó. Le pasa la vida, le pasa la historia.
Hay chicos que no se avienen a contar todo lo que les pasa, un poco por desconfianza o por vergüenza. Yo pasé por todas las etapas: desde primer umbral, la granja, los grupos terapéuticos. Hoy en día lo que más me gusta hacer en mi tarea, es justamente coordinar los grupos terapéuticos, porque es ahí donde se empieza a sanar, donde se empieza a curar todas las heridas, cuando uno habla de lo que le pasó, de por qué se llegó a donde se llegó, de por qué fuiste persona en algún momento y te convertiste en piltrafa, ¿en qué momento? ¿qué pasó? ¿dónde? Dónde está la parte de la historia que no conozco. Contamela porque a lo mejor no podamos solucionar nada del pasado o remediarlo pero si podemos moldear una persona nueva para el futuro.
Recuperar ese vínculo que te falta, reencontrarte con tu familia, porque también el lugar Santa María y también en San José sirven para eso. Tratamos de vincular a las personas con su familia, con su historia. A veces se puede a veces no. No sabemos lo que nos vamos a encontrar del otro lado. Pero si tu familia no te banca nosotros sí te bancamos.
Esa es la premisa, ese es el concepto, que hay que inculcar a los chicos para que ganen confianza. Para que no quede en el eslogan, en la palabra hueca. Mucha gente dice: familia es un eufemismo. No somos familia, no nos une ADN, ni tenemos la misma sangre, pero estamos hermanados por el dolor. “Carajo, yo estuve donde vos estás, flaco”. Yo me drogué con la misma droga o con otra pero viví la misma pesadilla que viviste vos. Entonces cómo no te voy a entender, cómo te voy a juzgar, cómo te voy a sacar de mi vida porque te drogues o porque estás sucio o porque no sabes hablar o porque no te avenís a las tareas. Me enojo, les hablo, a veces mejor a veces peor.
Trato de que sea un vínculo certero, un vínculo duradero, que los pibes no crean que hoy me voy de acá y mañana lo cruzo por la calle y ni lo saludo. Cuando veo a chicos que estuvieron conmigo digo puta qué lástima pero la contención sigue más allá del centro barrial, y más allá del Hogar, y por eso algunos vuelven. Se dan cuenta que el vínculo era certero, era legal, era real. No es que porque no vengas al centro barrial te cortó el rostro y ya no existís. Eso no existe en el Hogar de Cristo, eso no existe el acompañamiento.
Incluso cuando se cae en desgracia, cuando se cae en la cárcel, cuando se va a hospitales tenemos grupos que armados pura y exclusivamente para eso. Para acompañar a los compañeros que ya no están con nosotros. Que sea por la delincuencia o por cualquier cosa de la vida que les haya pasado tuvieron que terminar en un penal. El Hogar de Cristo, el centro barrial, no se desentiende de aquellos que tienen una enfermedad o que están en un hospital, cuando necesitan o cuando están alquilando porque ya hicieron su proceso, o no lo terminaron.
El Hogar de Cristo y el centro barrial sigue acompañándolos desde lo afectivo, desde lo terapéutico, siguen participando de los grupos y desde lo económico, dándoles para que puedan venir, dándoles plata para que se paguen sus casas, su pasaje en lo sube, su bolso de mercadería. Es muy complejo y está lleno de amor. Está lleno de buenas intenciones. Como todas las cosas que se hacen hay cosas que salen mal, hay veces que salen bien. Hay cosas excelentes y hay veces que no salen tan bien, pero me voy a dormir todas las noches tranquilo porque sé que puse lo mejor. Y mañana es otro día y voy a hacer lo mismo: a intentar hacerlo mejor si algo no me salió.
El Hogar de Cristo es grandioso, el Hogar de Cristo no tiene límites. El Hogar de Cristo es un lugar angelado, es un lugar mágico, la gente que formamos parte del Hogar de Cristo somos muy buena gente. Habrá excepciones pero en su gran mayoría está integrado por gente que si no lo vivió el dolor en carne propia, se consustancia de todas las maneras para socorrer y para auxiliar al que necesita. No hace falta haber sido drogadicto, haber estado tirado en un playón, para entender lo que le pasa a un chico o a una chica que termina de esa manera.
Doy fe porque muchas de las personas que me acompañan a mí nunca en su vida probaron una línea de cocaína, ni una pitada de faso, ni ninguna droga, pero tienen su mente y su corazón abiertos para escuchar, para contener, y para abrazar. No es un eslogan, es la realidad. Lo viví en carne propia y quiero hacerles entender a todos los chicos que empiezan el tratamiento que crean, que se entreguen, que tengan todas las dudas que quieran pero que se las vayan sacando con el mismo andar. Los bendigo muchísimo porque está muy bueno esto del encuentro con gente de este hermoso país.
Estoy en el grupo misionero para poder, y me gustaría en algún momento, ir a jugar de visitante y llevar la palabra a chicos que estén en el interior. Muchos piensan que el horror de la droga está circunscrito a capital, al conurbano y no es así. Desde que estoy en todo esto me enteré que todo el país está azotado por esto. Hay veces que quisiera hacer de todo y quisiera estar en todos lados, pero bueno vamos a tratar de orquestar las medidas como para poder estar un poquito en cada lugar. El Hogar de Cristo está creciendo mucho y eso es una bendición de Dios.
Daiana
Casita de María – HC Nazareth – Gualeguaychú, Entre Ríos
¡Cuánta emoción! Es muy emocionante. El Hogar de Cristo recibe la vida como viene. Te abre las puertas, te recibe con un abrazo, te recibe así todo roto como llegas porque llegas destruido totalmente. Te da tanto afecto, tanto cariño, y ese famoso abrazo que te atrapa. Te atrapa de verdad. Yo hice mi camino de recuperación del Hogar de Cristo. Hoy puedo estar acompañando a mis compañeras en la casita corazón de María de Gualeguaychú.
Qué gratificante es cuando uno puede ayudar a sus compañeras y puede darles esa palabra de aliento, ese abrazo. Puede acompañar y decirle que uno también sintió lo mismo que ella está sintiendo. Como uno viene del caos total, de la destrucción total de la familia y ha perdido todo, la casita se encarga de ir ayudándote a reconstruir la vida. A reconstruir todo eso que has perdido: el vínculo con tu familia. Podríamos decir que el Hogar de Cristo es una escuela de vida, porque te enseña a ser mamá.
En mi caso he aprendido muchísimo del Hogar de Cristo. Me ha enseñado a ser buena madre. He aprendido millones de cosas, sobre todo, a reconstruir la vida. Uno cuando va empezando a estar bien necesita sentirse útil y para esto en la casita tenemos talleres, gente que se va sumando, gente del barrio que se intriga y quiere saber qué pasa ahí y se suma con su máquina de coser. Tenemos taller de costura, grupo terapéutico, grupo de convivencia, grupo de huerta, que son muy importantes para nuestra recuperación. De esta manera, vamos reconstruyendo y nos vamos sintiendo útiles y vamos encaminando, encarando la vida de otra manera.
Siempre digo que al Hogar de Cristo lo ha puesto el Señor. Es una gran obra del señor que ha puesto a toda esta gente en nuestro camino para que nos pueda dar una mano. Nunca me voy a cansar de decirlo : el señor ha salvado mi vida. Tal vez también alguien lo siente así y en el hogar tenemos un espacio muy importante que es el de espiritualidad. Es importantísimo para nuestra recuperación. La espiritualidad nos abrirá el corazón a Dios. Es muy importante abrirle el corazón a Dios.
Dejarse llevar, dejarse amar por el amor de Dios, dejarse guiar por él, confiar, tener fe. Con la mano de Dios se llega muy lejos. Esto cuesta muchísimo cuando uno recién llega porque uno está negado, no cree en nada. Pero Dios realmente siempre estuvo con nosotros y yo creo que él es el que nos lleva al Hogar de Cristo. En este espacio de espiritualidad con mis compañeras podemos ir de a poquito revolviendo lo que nos dolió tanto y nos hizo llegar a la destrucción total de nuestras vidas consumiendo alguna sustancia. Eso nos sirve principalmente para sanar nuestras heridas, para poder salir adelante.
El equipo del Hogar de Cristo es muy grande pero también el equipo del Hogar de Cristo Nazareth, la casita corazón de María hace un trabajo grandísimo, como lo harán todos los hogares. Realmente te ayuda a encaminar la vida y a reconstruir la vida.
Así que muchas gracias y bendiciones para todos.
Hna. Yolanda
Yo me permito resumir un poco. Todo esto fue la pura vida desde la vida. Los hogares de Cristo lo que buscan es recuperar la vida. Así como reciben la vida como bien así buscan recuperarla. ¿Cómo lo hacen? A través de una mirada amistosa, llena de amor, que ve en una persona rota una persona llena de posibilidades. Crean un clima de confianza dónde la persona puede dejar todo lo que está arrastrando por la vida y pueda abrirse a nuevos aprendizajes.
Por eso como en la familia, en los hogares de Cristo, es el aprendizaje de una vida nueva y esa vida nueva después se transmite a otros que vienen. Contemplando el ejemplo de Jesús y tratando todos los equipos de ser un poco como él porque esa es la mística de los hogares de Cristo.
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