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Encuentro 1: Lazos humanizantes – Oscar Ojea

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Encuentro 1: Lazos humanizantes – Oscar Ojea

Oscar Ojea

Simplemente mi intención en estos párrafos es poner en medio de ustedes mi experiencia como cura con respecto al trabajo social. Hace diez años que soy Obispo, ahora soy Obispo de San Isidro, antes de ser Obispo fui Párroco 25 años en Parroquias diferentes y los otros 10 años anteriores fui Vicario en distintas parroquias de la provincia de Buenos Aires. La mayoría de las Parroquias donde estuve son de clase media, nunca trabajé inserto en una villa o en un barrio marginal. Más bien tuve una preocupación propia de las parroquias de clase media: poder hacer algún tipo de trabajo social. Es desde esa perspectiva desde la cual les voy a hablar.

No tengo la riqueza vital de vivir con los hermanos más pobres, por eso quiero decirlo de entrada. Sin embargo, me han enseñado muchas cosas en los tiempos en que hemos podido estar compartiendo más de cerca, en misiones, encuentros, compartidas, miles de momentos felices de mi vida… pero no he vivido en una parroquia en una zona marginal.

En la experiencia de quienes trabajamos habitualmente en tareas de servicio social en las parroquias y en distintas agrupaciones aparece con claridad el hecho de ser ganados por el utilitarismo de la cultura que respiramos, convirtiendo a los demás, los hermanos más pobres, en una ocasión de trabajo con la cual, aun con enorme provecho, cubrimos expectativas laborales. En otros casos lo hacemos con un sentimiento de deber, apaciguando la culpa que en algunos nos produce el haber nacido en un medio socio cultural diferente de las personas con las que trabajamos. Otras veces nos armamos de una necesidad espiritual pero dejamos la tarea antes para volver pronto a nuestro medio natural al que vivimos como nuestra auténtica realidad. Es decir, tocamos un poquito pero después buscamos zafar de la tarea y del encuentro porque percibimos la distancia que hay entre nuestro modo de vida y el modo de vida de nuestros hermanos.

Nuestros sufrimientos no son sus sufrimientos, no son exactamente los mismos dolores, entonces muchas veces cuando digo relación utilitaria estoy diciendo que muchas veces usamos a los pobres para ganar experiencia o para hablar después mucho de ellos. Por ejemplo, el actual Papa Francisco, siendo yo su Obispo auxiliar, participó de la Conferencia de Aparecida, entonces él nos comentaba después de la conferencia: “hablamos mucho a los pobres pero estuvimos poco con ellos”. Entonces, cuando digo relación utilitaria digo buscar aquellos con los que trabajamos para tener una experiencia de vida o de búsqueda espiritual personal.

En todos estos casos el otro aparece como un objeto a partir del cual yo obtengo algún beneficio. No niego que este vínculo puede estar acompañado de afecto y de buen trato, implicando muchas veces también un beneficio para el otro, pero nosotros mantenemos con él una relación sujeto-objeto. Nuestros mundos son distantes y nuestras realidades son diversas. Nos guía la búsqueda de una espiritualidad, de una experiencia, búsqueda de saber también pero que muchas veces los pobres son opción. Los pobres son muy visitados.

En mi diócesis, la Parroquia de la villa La Cava, es la más visitada de todas. De modo que, la pregunta es: ¿cómo hacer? Estoy hablando de mi caso personal, para abandonar nuestra carga personal de necesidades previas y el trabajo, tengo que ir a trabajar, el trabajo incluso pastoral y dejarnos conducir a una auténtica relación llana, sujeto-sujeto, que la otra persona responda solamente a nuestro nombre sin ningún título previo y sin ninguna misión previamente establecida por la sociedad de donde procedo. Es decir, llegar a tener una relación verdaderamente transformante, fundamentalmente interpersonal, verdadera, auténtica entre esta persona y la otra persona.

Una de las obras sociales en las que trabajé fue un Hogar de hombres en situación de calle. Al poco tiempo de estar trabajando allí me pasó esto: ellos venían al hogar todos los días a las 6 de la tarde, las condiciones eran estar un mes como máximo y tener la experiencia de ir buscando una salida laboral para superar la situación de calle. Es una población, ustedes saben, donde hay muchos casos psiquiátricos, donde hay alcoholismo. Nosotros procuramos ir atendiendo a esa población buscar la manera que, al estar unos días en ese hogar, pudieran recomponer sus vidas, rehacer algunos lazos familiares y reinsertarse a la vida social.

El hogar sigue estando, gracias a Dios, teníamos un excelente profesional que había trabajado mucho en empresas y sabía cuáles eran las changas que había durante el día, entonces ellos sabían adónde poder ir a la mañana, con ropa limpia, bien dormidos y bien comidos, sabían cómo podían ir a hacer su changuita para ir buscando salidas laborales. Yo iba a cada rato al hogar.

Un domingo a la tarde me encuentro con uno que recién venía y me dice “Padre, me afanaron la radio”. Imagínense que en la Parroquia del Socorro conseguir una radio no es tan complicado, entonces yo, buscando la eficiencia, lo primero que pensé es: “tiene que tener una radio, así que vamos a buscar una radio”. Le dije: “mirá dame un tiempito y te consigo la radio”. En ese momento, él me agarró de la mano y me dijo: “no, no. No sabe lo que es para un hombre solo no tener la radio”.

Entonces me senté y empecé a hablar como un hombre “solo” y empecé a encontrarme de veras con otra realidad. Me encontré a una persona respecto a quien yo tenía que activar distintas cosas, distintas prácticas, no tenía que hacer nada más que escucharlo y poner mi persona en actitud de enriquecerse y conocer.

Este es el primer gran regalo de Dios que experimenté en el Hogar en los tiempos de su fundación. Allí fui aprendiendo de a poquito que si me zambullo en un vínculo en el cual el otro toca mi propia realidad, su pobreza toca mi pobreza (como dijo el Papa, en la pastoral de cuaresma del año 2016, cada uno tiene su propia pobreza que no podemos negar), si el límite del otro toca mi propio límite y su violencia y sus sufrimientos tocan los míos, su alegría toca la mía y su necesidad de hacer fiesta toca mi profundo deseo de comunión y si su necesidad de afecto toca mi propia necesidad de afecto y su soledad toca mi soledad; empezamos a involucrarnos. Es decir, cuando se bajan estas barreras y nosotros empezamos a involucrarnos verdaderamente con el hermano, descubrir la fraternidad entonces yo creo que comienza el trabajo en serio.

En esta perspectiva descubro que entre nosotros se puede crear un espacio libre, una atmósfera, un clima en el cual cada uno puede ser único para el otro porque, en cierto sentido, necesitamos ser únicos para los demás. El hijo necesita ser único para la mamá, exclusivo para la mamá y este formato que tiene el amor humano, esta necesidad de singularidad requiere también que para el otro necesitamos ser únicos. “Este que soy yo, esto que me pasó que me robaron la radio y no pude escuchar el partido de futbol el domingo”. Ese hombre necesitaba esa comunicación singular. Esto responde a una búsqueda primaria de amor.

Jesús también necesitó ser único, por eso tanto en el bautismo como en la transfiguración él necesita escuchar la voz del Padre que lo reconoce como hijo. Le dice: “vos sos mi hijo más querido”. Porque Jesús necesita también y sabe que el Padre lo quiere pero necesita oírselo decir, eso también es muy humano. Entonces esta singularidad que nosotros tenemos a imagen de Jesús nos lleva a buscar estos espacios vinculares en los cuales se afirma nuestra persona en aquello que tiene de más propio y en aquello que lo hace singular y que lo distingue de todas las demás criaturas.

En este sentido, el Evangelio es como una gran pedagogía de la fraternidad y, de alguna manera, Jesús nos enseña a ir pasando de hijos a hermanos porque primero somos hijos. A veces somos muy hijos, y nos quedamos ahí nada más. Y se requiere un esfuerzo superior, más hondo, para mirar a los costados y descubrir a los hermanos.

Fijémonos en las grandes parábolas del Evangelio. Por ejemplo, El hijo pródigo. Recordemos que en ella el hijo que se va lejos, le pide la herencia; tiempo más tarde él vuelve, el padre lo ve de lejos, lo abraza. El hermano mayor se pone celoso y le dice: “pero este hijo tuyo que se fue con mujeres y vos lo abrazás y demás y ahora hacés una fiesta y matás lo mejor…”, Y el padre se rompe todo para que el hermano mayor vea que ese es su hermano. Le ruega: “pero ahora todo lo mío es tuyo pero mirá tu hermano”. Al mostrarle al hermano lo invita a pasar de hijo a hermano, a un horizonte más amplio. El descubrir al hermano es descubrir como un eco profundo de nuestra propia persona; salir de la relación vertical de hijo a padre para poder mirar a los costados, en ese universo amplio que es el hermano.

El Buen Samaritano, también en el Evangelio, cuando se detiene frente al hermano caído y le da todo su tiempo y lo que tiene y después lo sube a la cabalgadura y lo lleva y lo cuida, en realidad se ve a sí mismo en el hermano caído, está pensando ese soy yo o ese puedo ser yo mañana. Entonces, de alguna manera, cuando uno lee la Parábola del Buen Samaritano, uno piensa ese que se detuvo quedó transformado, vivió una profunda conversión a sí mismo, a lo más profundo de sí mismo, a la raíz misma de él, cuando pudo hacer algo por su hermano. Se descubrió a sí como en un espejo, impresionante. Yo diría que, claramente, el Buen Samaritano queda enriquecido en la parábola. El hermano, el hermano es ese compañero de camino.

Una experiencia que se relaciona con esto de pensar al hermano, me ocurrió en la última Parroquia que estuve en San Miguel. Un señor mayor vino una tarde a decirme que se había muerto su hermano. Me lo dijo de esta manera, me dijo: “Padre, se murió mi hermano, o sea, se murió mi propia historia”. ¡Qué retrato! Con el hermano nosotros hacemos la historia, caminamos juntos, el hermano nos va espejando. Hermano es la infancia, hermano es compartir mil cosas, que no se dicen todo el tiempo pero que uno las sabe. Este hombre decía, con mucha sencillez: “mi hermano es mi propia historia”.

Entonces, es descubrir en el hermano a quien estamos visitando, con quien estamos compartiendo, un compañero de historia, un compañero de camino. O sea, allí donde reconozco al otro como hermano hay una cantidad de barreras que se van bajando y que ayudan muchísimo a poder enriquecernos como personas, a poder recibir de nuestros hermanos muchísimos bienes, aprender a vivir, aprender el sentido de la vida de los otros, a descubrir nosotros una cantidad de cosas.

En este modo de pensar al hermano, hay algunas notas de una espiritualidad para los hogares de Cristo, para el mundo en el que ustedes están trabajando y que están descubriendo también, en el compartir con estos hermanitos nuestros. Allí diría es importante ver algunas notas de una mística, de una espiritualidad, es una palabra un poco pretenciosa “espiritualidad”. Si ustedes quieren, como ir descubriendo una serie de motivaciones profundas que tiene mucho que ver con el trabajo que nosotros estamos realizando.

En primer lugar, tiene que ser una espiritualidad de la vulnerabilidad, es decir saber que yo tengo mis límites, mis pobrezas, mis agujeros, mis lagunas. No se puede trabajar de arriba para bajo con mis hermanos, no se puede trabajar sintiendo que somos nosotros los que damos porque no es real.

Y, además, no sirve, son intervenciones que en este caso no nos modifican. En un encuentro fraterno con los hermanos, con quienes caminamos, no podemos quedar igual, algo tiene que ser modificado en los dos. En el buen samaritano algo tiene que ser modificado, de lo contrario, en un encuentro que no tuvo ningún eco en mi historia, queda como una cosa más que hice de tantas cosas que hago; pero no es un encuentro profundamente humano, profundamente fraterno.

Por ello, hablo de una espiritualidad de la vulnerabilidad. Yo voy con mi experiencia personal de haberme encontrado con Jesús. Jesús me encontró a mí y me encontró en mi pobreza, en mi debilidad y me dio su misericordia. Y yo he vivido profundamente eso y yo con eso voy. En segundo lugar, tiene que ser una espiritualidad encarnada. Una espiritualidad que lleve consigo la presencia, la cercanía y el vínculo concreto.

El vínculo con una persona con nombre; para Jesús los enfermos y los pobres que se encontraba tenían nombre. Es decir, una espiritualidad encarnada es una espiritualidad que no opone la relación con Dios y la relación con el prójimo como si una fuera una relación vertical. La misma espiritualidad, con el mismo amor, amor a Dios y amor al prójimo. Con el mismo amor me enriquezco. Son como dos instancias del latido del corazón, pero es un solo latido el del amor, amo a Dios y amo al prójimo. El que dice que ama a Dios y no ama al prójimo es un mentiroso. Entonces es un solo amor. Espiritualidad de la vulnerabilidad, espiritualidad encarnada. Una espiritualidad, que provoque sueños, y aquí es necesario detenerse.

Por ejemplo, les cuento otra experiencia que tuve que para mí fue providencial. Yo tengo un sobrino con síndrome de Down, se llama Emanuel, tiene 33 años, fue una bendición para toda la familia, para mí que soy el padrino especialmente. A raíz de él tuve muchísimo interés en trabajar en el mundo de la discapacidad. Me vinculé con un regalo de Dios, con Jean Vanier, a través de Margarita Moyano, que lo conocía personalmente. Con él y un grupo de personas de la Parroquia formamos el ARCA en la Argentina que es invitar a los chicos discapacitados que han sufrido abandonos muy profundos, a una casa en la cual todos somos igualmente participantes. Allí se entabla una relación horizontal con la conciencia que sólo el amor cura las heridas con las que vienen estos chicos que han sufrido abandonos.

En este caso, dos estaban en el Hogar en Montes de Oca. Allí había una chiquita de 12 años, Sandra, que al principio expresó un enorme deseo de estar con nosotros y al poquito tiempo que la llevamos empezó a patear a aquel que quería tener con ella una muestra de cariño, empezó a tratar muy mal al que quería aproximarse. Estaba enojadísima con el mundo, con todo y nosotros estábamos preguntándonos qué hacemos o que no hacemos. Según Jean Vanier hay que perseverar en el amor, hay que soportar estos primeros tiempos, toda esa avalancha de violencia que viene de esos chicos que han sufrido abandonos y que sufrieron en la vida y no creen en nada. Han sido defraudados por todo.

Mientras nosotros tratábamos de vincularnos con Sandra, una señora de la comunidad, Agustina, se ofreció a contarle cuentos: “yo sé contar cuentos” dijo. Entonces, empezó a contarle cuentos y nosotros de a poquito, fuimos encontrando una Sandra diferente. De alguna manera debía pasar una serie de escollos. La habían abandonado. Primero la abandonó la mamá, después la mamá adoptiva que adoptó a ella y al hermanito, cuando se dio cuenta que ella tenía Síndrome de Down la abandonó en una estación de micros del gran Buenos Aires, a los 4 años y medio. Nunca le habían contado cuentos. Era increíble ver cuando pedía que le volvieran a contar los cuentos.

Yo creo que hay que descubrir la espiritualidad que nos enseñe a soñar, esto es encontrar horizontes de amor en nuestros hermanos. El amor en serio, no tiene miedo para soñar. Una espiritualidad que sostenga premuras en un mundo que da todas las respuestas, que pretende dar todas las respuestas.

Hay preguntas que no tienen respuesta entonces hay que sostenerlas. Hay que sostener los interrogantes. Los chicos se mueren y nos preguntan “¿por qué?” Por cada oración que se hace por los chicos que mueren con una crueldad tremenda, ¿por qué? Yo diría de hacer la misma pregunta con ellos, con quien pregunta porque cada pregunta es distinta. No es una pregunta que se contesta con una respuesta de libro, es una pregunta humana, existencial, durísima, que viene de un profundo dolor y que junta cada vez que puede un pobre.

Una señora que trabajaba mucho en la Diócesis que me decía: “mire Padre yo me pondría en la puerta del Cielo y le preguntaría a Jesús todos los días ¿por qué murieron estos? ¿por qué?, todos los días le preguntaría lo mismo. La espiritualidad del llanto, tomando aquello que el Arzobispo Bergoglio decía al cumplirse un año de Cromañón: “la ciudad no ha llorado todavía lo suficiente” y entonces invita a la ciudad a llorar.

Nosotros, sobre todos los más viejos, que nos habían enseñado que los hombres no lloran, yo cuando vi a mi padre llorar por primera vez casi me muero. Vi llorar a mi papá y se me vino el mundo abajo. Pero el llanto limpia la mirada, el llanto hace que uno pueda estar al lado de otro que también llora. El llanto es muy purificador también. Entonces hasta que no lloremos lo suficiente algunas cosas no salen, siguen.

Estas serían algunas notas de una espiritualidad que tenemos que trabajar, el espíritu, una mística que debemos trabajar para redescubrir al hermano en nuestras comunidades. Unir nuestra vida con mucha confianza, tenemos el privilegio de trabajar con ellos, hemos sido elegidos para trabajar con ellos, hemos tenido en nuestra vida, cada uno sabe, el propio encuentro con el Señor, desde sus límites y desde su pobreza, entonces es bueno que podamos ir creciendo en este espíritu y en esta búsqueda.

Pienso que en esta relación fraterna nosotros experimentamos una auténtica conversión con nosotros mismos, a las raíces más hondas que nos hacen personas humanas necesitadas de vínculos auténticos. Cuando nosotros nacemos estamos como buscando que nos den la bienvenida. Cuando uno llega a un lugar extraño uno busca que le den la bienvenida, que le digan “sentite cómodo”, “te estábamos esperando”, “hay un lugar en la mesa para vos, mirá está el lugar preparado”.

Sería ideal que todos los seres humanos, cuando naciéramos, fuéramos recibidos de esta manera. Pero sabemos que esto no ocurre, por miles de motivos, entonces ese primer mensaje que recibimos cuando llegamos a la existencia, no es el mejor. Entonces nuestros chicos poco a poco también buscan cómo hacer su lugar en el afecto, cómo encontrar un lugar en medio de tanta cosa complicada, sin tiempo, con mucha dispersión. Y entonces es lógico que estos se encuentren con los amigos, en aquellos que nos acompañan para miles de cosas que no nos hacen bien.

Entonces yo diría que nosotros somos como la alternativa fraterna para que toda esta desembocadura afectiva, toda esta necesidad del corazón pueda expresarse. En esto el equipo es fundamental, todas estas cosas que nos pasan con nuestros hermanos es bueno comentarlas, conversarlas porque es la manera de ir aprendiendo.

Cuando el equipo empieza a hablar de estas cosas creo que todo se ilumina porque empezamos a adquirir experiencias que nos sostienen, experiencias que nos respaldan. Este pretendió ser una presentación y un testimonio desde el lugar de un cura en Parroquias de clase media hacia un trabajo social. Tenemos la oportunidad de ir formándonos, capacitándonos y esto es una excelente herramienta para el futuro de nuestros hermanos.

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