Encuentro 4: Las mujeres en la Iglesia – Yolanda Galka y Mirta Tejerina
Yolanda Galka y Mirta Tejerina
Para comenzar este encuentro de reflexión sobre el tema de la mujer en la Iglesia los invitamos a mirar dos citas que un poco van a visualizar qué es lo que queremos y vamos a hacer.
Primero está la linterna, es signo de visibilizar porque eso es lo que queremos, visibilizar a tantas mujeres anónimas que están presentes, están animando, acompañando en los Centros Barriales, en los Hogares de Cristo, en las Comunidades Eclesiales de Base, las Comunidades de las Capillas, de nuestra Iglesia, de nuestros barrios y son como signos del Reino entre los más pobres.
También está y no puede faltar, la Palabra de Dios, que nos va a ayudar a profundizar esa presencia y ese trabajo de las comunidades de la Iglesia de hoy y en las primeras comunidades la presencia de la mujer. Además, se encuentra el telar, que quiere expresar el desafío de tejer nuevas relaciones entre varones y mujeres en la Iglesia. Las relaciones transformadas por el Evangelio de Jesús, transformadas por el Reino siendo signos. Porque la presencia del Reino se expresa a través de las relaciones humanas transformadas por el Evangelio.
El otro signo es estar en círculo, círculo como signo de Reino que nos propone Jesús, el de iguales, todos, varones, mujeres, creados a imagen y semejanza de Dios y esa comunidad de discípulas y discípulos que Jesús quiso que vivamos. A su vez, el círculo porque, así como todos somos iguales, también podemos ser protagonistas todos, varones y mujeres. Hay una relación circular y también la comunicación, el protagonismo es de todos. En un círculo no hay categorías, esas categorías que a veces hacemos de arriba – abajo, lejos – cerca, superior – súbdito. Esas categorías en las que nos movemos socialmente.
Y nos representa el sueño de Jesús de la comunidad de iguales. Nadie se apropia en el círculo del saber, del poder. Todos sabemos y podemos. Fluye, circula el amor, la vida en una comunidad de iguales el espíritu de vida, las búsquedas que hacemos, el discernimiento en el Reino, por eso este signo lo deseamos vivir en esta comunidad de iguales que es la propuesta de Jesús.
Hablando de las mujeres, de nosotras en la Iglesia hoy, la primera constatación sería muy simple: estamos y somos la mayoría. Muchas veces de manera anónima, invisible y no muy apreciada, pero estamos, a pesar de todo y estamos porque amamos a esa Iglesia que es el pueblo de Dios y que somos también nosotras, las mujeres casadas, solteras, consagradas y algunas a veces con situaciones bastante complicadas eclesialmente, de los Centros Barriales, de los Hogares de Cristo, de las Capillas de la periferia, de los barrios, las mujeres encargadas de los merenderos, de los comedores, de los centros de apoyo escolar, las voluntarias de Cáritas, las catequistas, las recicladoras que de esa manera están cuidando nuestra casa común.
Las mujeres de los movimientos sociales que luchan por un mundo mejor y muchas veces sin darle ese nombre de lo que realmente es el Reino de Dios. Son mujeres fuertes que reciben la vida como viene, la sostienen, la defienden, la acompañan para que pueda llegar a la plenitud de la vida en Cristo.
También estas mujeres impulsan, organizan, apoyan y acompañan las luchas del pueblo por una vida mejor en nuestros barrios. Mujeres muchas veces anónimas porque no buscan ser conocidas ni reconocidas o también porque les interesa otra cosa, simplemente acompañar a los que lo necesitan o también porque piensan que la vida es así y así tiene que ser. Y hemos pensado cuál sería la imagen que pueda representar todo esto, la presencia de las mujeres en todos esos espacios.
En esas andanzas por territorios del conurbano, en ese caminar me encontré con Ana, una jujeña, que entre todas las luchas, es animadora en una comunidad. Nos contaba qué es ser pastora y nosotras dijimos “esto es pastora.” Ella en Jujuy, en su montaña, desde chica hacía este trabajo y nos comentaba que caminaba horas con las ovejas, las llevaba para que consiguieran un buen pasto, una buena agua. La voz de ella era muy reconocida por las ovejas y si venía algún extraño se asustaban. También, dependía del clima, si llovía, tenía que ponerle fuerza para ver cómo llevarlas adelante.
Y esta imagen nos ayudó a nosotras a pensar a la mujer en las comunidades en la Iglesia. Pastora. Estar, que sería la presencia, vemos muchas mujeres presentes. También interesarse, saber conocer a cada una. Una pastora sabe, tiene 50 ovejas pero las reconoce a cada una. Entonces también la mujer pastora, es aquella que es presencia, se interesa por cada una. Su misión es cuidar a cada una y también al más débil, entonces podíamos reconocer ahí ese servicio como cercanía, la mujer pastora. Además, de cuidar aun en esas complejidades muy grandes que podía presentar el lugar y responder de una manera integral, es importante saber ser creativa. Esa mujer pastora que es animadora aun en la complejidad sabe dar respuesta de una manera integral aunque estas palabras no las tenga ahí pero es la vida misma que recorre su acompañar, su ser pastora.
Algo que nos llegó mucho es que ella desde chica, luego se vino para Buenos Aires, se hacía cargo, ser pastora es hacerse cargo. Asimismo, las mujeres en las comunidades de la Iglesia nos hacemos cargo. También tenía que curar las heridas de las más débiles, de las enfermas. Entonces esa imagen de mujer que también nosotras en los centros barriales vemos, esa mujer pastora que tiene que acompañar a sanar heridas. Pero defenderlas, por ejemplo en la montaña si viene el zorro tiene que defenderlas, entonces también está esa imagen de las mujeres pastoras.
Nos llevó muchísimo poder identificar nuestra misión. Es posible identificar nuestra misión con la mujer pastora. Ustedes recuerdan en la Biblia el Salmo, “el Señor es mi pastor”, y nosotras cuando hacíamos alusión a esto, mirábamos a Dios en ese rostro femenino, rostro de madre, rostro de pastora. Y acá también recordamos las palabras de Francisco cuando habla del pastoreo y los distintos modos de situarse en él, cuando se coloca al medio, atrás o adelante, los distintos momentos de pastorear. Otras veces caminando en medio de ellas como una más, a veces animando yendo adelante, otras atrás. Por eso pensamos que esta imagen nos podía ayudar a poder ubicarnos en nuestra misión en la comunidad en la Iglesia.
Creemos que cada una de ustedes podría sumar su historia a esa imagen porque, de una u otra manera, está ejerciendo ese pastoreo en el ámbito donde se está desempeñando. Por ahí, reflexionando más a fondo sobre esa imagen, hay algo que la opaca en nuestra Iglesia. Simplemente por el hecho de que no es una imagen asumida, no es generalmente aceptada, no es común por decir así, ni siquiera comprendida culturalmente o por tradición.
Generalmente se hace alusión al varón como pastor, o sea la función del pastoreo como si fuera reservada para los varones, y es como si con esta imagen de mujer pastora nos estuviéramos metiendo en un lugar que no nos corresponde. Por eso, volvemos a los signos que hemos presentado, la palabra de Dios. Qué lindo es revisar esas prácticas, ese lugar que se le asigna a la mujer a la luz de la Palabra de Dios, a la luz de la práctica de Jesús.
Una pregunta sencilla: ¿cómo Jesús trataba a las mujeres? Porque de hecho, la práctica de Jesús no es optativa, es normativa. Para todos los miembros de la Iglesia, para varones, para mujeres porque los Evangelios nos transmiten ese hecho. Muchas mujeres lo seguían a Jesús y entonces uno puede preguntarse qué es lo que vieron en él. Jesús fue Buena Noticia, es Buena Noticia para todos, también para las mujeres. Desde esa perspectiva podemos ver qué trato le daba Jesús a las mujeres.
Primero, que las tuvo en cuenta, que no es poca cosa. En una cultura profundamente machista, misógina, Jesús de pronto les presta la atención, les da importancia, habla con ellas, las admite en el círculo de sus discípulos, de sus seguidores. Ellas también son discípulas, seguidoras, compañeras de la misión, apóstoles. En los Evangelios nos dejan algunos de los nombres, no son muchos pero es importante conocerlos porque alguien dijo que sin conocer esos nombres nuestra cultura bíblica queda reducida.
Y esas mujeres son, sobre todo, María de Nazareth, la madre de Jesús que también fue su discípula y su seguidora, María Magdalena, María de Betania, Marta, Susana, Juana, Salomé, María de Cloufas. Esos son los nombres más conocidos de las discípulas, seguidoras de Jesús, que él les dio el lugar, le asignó el lugar igual que a los varones. Jesús hablaba con ellas sobre los misterios del Reino. Un ejemplo es el impresionante diálogo de Jesús con la samaritana, en el que ella le hace preguntas fundamentales sobre Dios, ¿dónde hay que rendirle el culto a Dios? Y tienen un diálogo profundamente teológico diríamos hoy. Jesús y una mujer que ni siquiera era del pueblo de Israel. Jesús también las defendía a las mujeres ante las leyes injustas de la sociedad machista.
Hasta hoy día llama la atención su trato con las prostitutas, las mujeres descartadas por la sociedad, podíamos decir de lo peor que había en la sociedad judía. La calidad con la que Jesús las trataba, les devolvía su dignidad, a todas las mujeres pero a esas especialmente. Esa dignidad que habla de ellas el documento de Puebla en nuestros tiempos, dice nobleza inviolable que todo hombre y toda mujer por más insignificantes que parezcan, no que sean, que parezcan, la tienen. También dice que ellos mismos y que los demás deben respetar y hacer respetar sin condiciones.
Con respecto a las mujeres y su trato con Jesús, por un lado, fueron ellas quienes estuvieron con Él en los momentos más difíciles de su vida, especialmente en la cruz, donde los discípulos nombrados, por decir así, se dispersaron, quedaron ellas, anónimas, bueno de ellas conocemos los nombres, de algunas pero seguro que había más.
Por otro lado, fueron las primeras testigos de la Resurrección de Jesús. Estuvieron encargadas de llevar esa Buena Noticia a los otros discípulos que encima no le han creído. También Jesús valoraba, y eso es interesante, las vivencias, los comportamientos, los valores propiamente femeninos. Eso de darle importancia a los niños, preparar comida, llorar, conmoverse, pero culturalmente son comportamientos, vivencias asignadas a la mujer pero los Evangelios registran que también lo vivía Jesús. Es posible visualizar todo esto en las Parábolas de Jesús como un modo de acercarnos a los misterios del Reino, o sea que para Jesús lo femenino tenía valor, tiene valor.
Les queríamos citar un texto de una teóloga española que nos quiere hacer pensar: “ en el nuevo Sermón de la montaña, todos conocemos el sermón de la montaña donde Jesús habla de los valores del Reino, Jesús podría decirnos si sólo valoran las cualidades típicas del varón que hacen de más, también los paganos actúan así. Si entre ustedes la mujer está en una situación de inferioridad y de subordinación, ¿qué hacen de más?, también entre los paganos la mujer es tratada así”. Meditando ese texto, pensaba qué bueno es hacernos una pregunta: ¿cuál sería el diferencial cristiano con respecto a la mujer en la Iglesia?
Así como hemos hablado del diferencial cristiano de los Hogares de Cristo, ¿cuál sería el diferencial cristiano con respecto a la mujer? Todo eso nos dice que Jesús fue realmente una Buena Noticia para las mujeres y que ellas lo captaron perfectamente pero los discípulos, desde el comienzo, tuvieron una dificultad como para entenderlo. Pero a pesar de eso en las primeras comunidades, en el movimiento de Jesús y las comunidades después de que se habían formado fue muy marcada la presencia y el liderazgo de las mujeres.
En cuanto al liderazgo de las mujeres en las primeras comunidades, se dio en la iglesia de las casas, llamada de esta manera porque las comunidades se reunían en torno a una casa en los primeros tiempos. Fueron estas mujeres quienes ejercieron su liderazgo y animaron la vida de la comunidad y muchas de ellas presidieron también la mesa. La mesa donde compartían la palabra, la comida y todo lo que tenían en común, dicen los Hechos de los Apóstoles.
Concretamente fueron las siguientes: María Magdalena, apóstol que Francisco la trajo de nuevo como reconocimiento como apóstol; María madre de Juan Marcos, animadora de una comunidad; Priscila, gran colaboradora de Pablo en Éfeso y Roma, en esas misiones; Lidia, animadora de la comunidad de Filipos, (estamos hablando de los primeros tiempos de la Iglesia, de las primeras comunidades); Junia, apóstol en Roma; Febe diaconisa de Sentrias y Ninfa animadora de la comunidad de la Odisea.
Estas mujeres valientes, líderes, animadoras en los primeros tiempos de la comunidad. Fueron verdaderas pastoras en sus comunidades, fueron historias de amor, de pasión, de entrega al proyecto de Jesús y de fidelidad a la persona de Jesús y a su proyecto. Podríamos preguntarnos qué nos está pasando hoy a las mujeres que estamos ejerciendo el pastoreo en las comunidades barriales, en los Hogares de Cristo, en los Centros barriales. A nosotras, que caminamos junto con el pueblo y que muchas veces estamos en las periferias geográficas y existenciales.
La verdad es esa, que en esas periferias nos sentimos en nuestro lugar, nos sentimos fuertes, competentes, animadas, seguras, animadoras. Pero a veces no es así cuando nos acercamos a la iglesia institucional, a la iglesia jerárquica. A muchas de nosotras nos pasa que nos empezamos a sentir como esa mujer encorvada del texto de Lucas que nos relata la historia de una mujer encorvada dieciocho años, dieciocho siglos, que no podía levantarse porque, dice el texto bíblico que el demonio la tenía así.
Esta mujer podía mirar al mundo, es posible imaginarnos cómo se siente una persona que no puede enderezarse, estaba mirando al mundo desde la perspectiva que le fue impuesta por el demonio. Por esto no podía conocer su propia altura, su propia talla, estaba así silenciosa, invisible. El año que la gente escuchaba a Jesús y qué pasó, nadie la vio excepto Jesús. Él la vio, la llamó, la sacó de su anonimato, de su invisibilidad, le puso las manos y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Esta, se enderezó y empezó a alabar a Dios. Ahí es donde ella pudo descubrir cuál es su verdadera estatura, cuáles son sus posibilidades y pudo recuperar la verdad sobre sí misma, su libertad, su propia perspectiva y podía decir su propia palabra que fue alabar a Dios.
Ya como para ir cerrando nuestro testimonio, los quiero invitar a realizar un signo. Las mujeres nos vamos a ubicar alrededor del aguayo y vamos a tomar la posición de la mujer encorvada, así como estaba ella y así estamos a la escucha de la palabra liberadora de Jesús y esa palabra la vamos a decir nosotras, todas juntas: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad” y como la mujer del Evangelio, nos enderezamos, el gesto de la alabanza a Dios que va a ser abrazarnos en la solidaridad de las mujeres que nos ponemos de pie y ayudamos, queremos ayudar una a la otra a ponernos de pie.
Y ese es el gesto que nosotras las mujeres estamos esperando de nuestros hermanos en la iglesia, para que nuestra iglesia pueda ser el rostro de las relaciones humanas y personales transformadas por el Evangelio y que así pueda ser el signo del Reino.
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