Dimensión profética: Respuesta Comunitaria
Por: José María “Pepe” di Paola
En el marco del “Encuentro de Comunidades Eclesiales situadas en lugares marginales del Cono Sur,
que responden problemas de adicción y consumos problemáticos.”
Participantes: Comunidades eclesiales de Chile, Colombia, Uruguay, Paraguay y Argentina
Villa Marista de Lujan, 30 de Junio de 2019
Primero tengo que decir que estoy muy contento de poder participar con ustedes y también ver que hay mucha experiencia con distintas formas y con historias de distintos lugares; ya me estuvieron contando, a algunos con los que estuve hablando ya nos conocíamos de antes.
Mi intención es solamente contar un poquito el tema de la Voz Profética que planteó recién María Elena Acosta y después compartir una ronda con testimonios, experiencias. Evidentemente mi experiencia -como la de muchos que están acá- parte de lo que llamamos la Familia Grande Hogar de Cristo. Justamente a partir de esa propuesta de la que voy a hablar es que surgen algunos de los temas que me parece bueno que compartamos junto con sus experiencias en otros lugares, vividas como si estuvieran en comunidad.
La dimensión proféticapara nosotros es vital en nuestra vida vocacional. Muchos de los que estamos acá, laicos, religiosas, curas la recorremos cuando habilitamos la palabra: encontramos permanentemente en los profetas, en Jesús, en los apóstoles, en el nacimiento mismo de la Iglesia, a cuantos han muerto para que nosotros podamos creer en Cristo y podamos realmente llevar esta fe sabiendo que la sangre de los mártires se convierte después en semillas de evangelización. Entonces y en el mismo sentido, cuanto más el hecho de reconocernos hermanos latinoamericanos. Nuestra Iglesia latinoamericana tiene una historia grande de profecía en sus distintos lugares y también acompañada del dolor de la muerte. Hace poco, para la Iglesia argentina, el Papa beatificó a los cuatro Mártires Riojanos. Justamente el ejemplo de la Iglesia donde hay un obispo, dos religiosos y un laico, está representada una Iglesia profética, una Iglesia que vive la fe, fe que tratan de llevar a la práctica en el momento que les toca vivir hasta dar la vida.
Podía haber beatificado solamente a Angelelli o solamente a los frailes (Murias y Longueville) pero, sin embargo, me parece que Francisco en esta beatificación nos muestra un tipo de Iglesia comprometida, una Iglesia que anuncia y cree que en ese anuncio pone todo su vida.
También nos pasa, que aparece cierta incertidumbre en nuestras vocaciones cuando no asumimos esta dimensión profética; pensamos que estamos traicionando quizás la vocación de ser cristianos y más cuando nos ponemos en comparación con las figuras ejemplares que tenemos en la Iglesia Latinoamericana.
De todos modos quiero llegar a la elección proféticasolamente en una línea, que no está mal, pero es una línea. De hecho, nosotros como curas de las villas tenemos como uno de nuestros fundadores a quien fuera asesinado, el padre Carlos Mugica: para nosotros es un mártir de la fe también y espero que alguna vez sea reconocido como lo es ahora Angelelli.
Hay un camino que es el que estamos realizando como Iglesia y que también constituye una dimensión profética que elabora una conducción comunitaria. Para nosotros el Hogar de Cristo, así tal cual lo hemos vivido, y creo que también la experiencia de ustedes con otras presencias diferentes, con otros nombres, los vemos como un anuncio profético. Primero porque buscamos en las raíces del Evangelio el modo de concebir la vida y la fe; también buscamos que este modo de vivir nuestra Iglesia, en el que estos chicos y adultos no quedan afuera sino que están dentro, son parte importante, interpela a la misma Iglesia. Estas personas van teniendo un lugar en donde antes eran quizás dejadas afuera o tratadas como solamente a quienes tenemos que ayudar, algo como “te ayudo a levantarte” y ya está, sin darle a través de una presencia protagónica una duración diferente al vínculo. Esta actitud también es una dimensión que hemos encontrado en este tiempo que vamos andando con el Hogar de Cristo como un anuncio profético que llega a la sociedad (hacia afuera) pero también a la misma Iglesia diocesana a la que pertenecemos (hacia adentro).
Con este modo se pone de manifiesto también aquello que nos propone el Papa Francisco cuando resalta la desigualdad de una sociedad consumista donde reinan las leyes de las finanzas, una desigualdad que hace que aquellos que se consideraban descartables podamos asumirlos como protagonistas y aquellos que eran descartables empiezan a ser ellos mismos los que llevan adelante el proyecto. Por eso pensamos que el Hogar de Cristo en su dimensión profética, como serán muchas de las organizaciones que ustedes conforman en sus países, interpelan tanto a los gobiernos como a la sociedades.
Muchas veces podemos ser cuestionados como es cuestionado el Papa Francisco en forma permanente pero pensamos que justamente en esta interpelación es donde se da esta dimensión profética a veces no comprendida por la sociedad.
Nosotros, a través de la experiencia del Hogar de Cristo, podemos decir que a partir de esta interpelación que se dio a la sociedad se generó también una política de Estado que se materializó en una incidencia concreta en la política nacional que logró que no solamente hubiera lugares como las comunidades terapéuticas, lugares cerrados, sino que exista una propuesta desde el abordaje territorial-comunitario. Entonces nacen los que hoy se conocen como CAACs: Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario. Fue la Iglesia quien formuló la propuesta, generando una especie de inicio, de pivote.
Lo más interesante, al menos de nuestra parte, es que surge un modelo basado en la idiosincrasia misma de la Iglesia que es la comunidad. O sea: la comunidad es la que se hace cargo de la vida total. Entonces, como muchas veces nos repite Charly Olivero y tiene razón porque lo vivimos: no es una cuestión de especialistas, es una cuestión en la que la comunidad entera se hace cargo de la realidad sufriente de los hermanos con los que estamos compartiendo la vida.
Entendiendo como comunidad no a un pequeño grupo muchas veces asociado a una Parroquia en donde participan algunas instituciones. No. Estamos hablando de una comunidad en un sentido más amplio, donde no solamente hablamos del objetivo Parroquia como templo sino de la Parroquia como distrito, como barrio. Desde nuestra experiencia no se trata justamente de trabajar con un pequeño grupito en una agrupación que se reúne en la Parroquia sino que estamos focalizando en la comunidad en un sentido de barrio y el sentido del barrio nos dio el nombre que tenemos: Centros Barriales.
Este abordaje territorialtiene una dimensión proféticamuy grande porque hace que en el mismo barrio empiece a verse una presencia diferente, una postura diferente frente al excluido; comenzando por la gente del barrio y siguiendo después por el resto de la sociedad que va conociendo este proyecto, se va logrando que esta dimensión de la profecía se ayude también a otros que se van sumando y van viendo que este proyecto viene del Evangelio.
Acá estoy con las Hermanas de Don Orione y, para que vean que no soy un chupamedias, también nombro El Valdoco de Don Bosco, el Cotolengo de Don Orione, los Refugiados que lleva Francisco a la Santa Sede, son abordajes que también se hicieron proféticos hasta hoy en nuestra sociedad.
El construir, el hacer en comunidad tiene una dimensión de profecía muy grande. Hay un camino, evidentemente, diferente al que dije al principio pero la construcción comunitaria cuando parte de raíces verdaderamente profundas, comprometidas, inclusivas, hacen que realmente puedan darse y ser realidad.
En nuestros Centros Barriales la comunidad anuncia, por un lado una esperanza y por otro lado el pecado del narcotráfico, eso sin duda. La gente, la sociedad en general, creo que fue más consciente de estas cuestiones a través de nuestros Centros, al menos en la Argentina; hay un testimonio nuestro muy expreso. Desde los Centros se ha puesto el tema dentro de la sociedad y no solamente como una acusación —que hay narcotráfico lo puede decir cualquiera—, sino que el narcotráfico con sus consecuencias en las villas, en los barrios más postergados, llega para matar. Y lo otro: los Centros Barriales llegan para dar vida, para devolverle la esperanza al excluido. Entonces ahí hay un anuncio de esperanza, una denuncia si se quiere, que tiene que ver con la realidad que se vive en el barrio.
En los Centros Barriales se pone de manifiesto el drama de la exclusión por eso ahí podemos encontrarnos con que hay centros con pueblos originarios, con poblaciones “trans”, con hombres de la calle, enfermos, con problemas que no tienen ningún tipo de cobertura, con enfermedades producto de esta situación de calle y un montón de cosas más. O sea la exclusión queda expuesta en toda su dimensión en una sociedad que se preocupa quizás por consumir y ha perdido el espíritu solidario, comunitario, que es el que tenemos que crear.
La construcción comunitaria permite asumir el problema y no derivarlo porque la denuncia significa justamente “asumo a estos chicos que podría derivarlos para sacármelos de encima”. Acá lo asume la comunidad y al hacerlo hace que esos chicos empiecen a ser también protagonistas. Digo protagonistas porque muchos, y acá tengo uno, Horacio por ejemplo, que es de mi comunidad, muchos empiezan a tener un rol de liderazgo, llevan adelante proyectos de entre los cuales algunos van variando, van cambiando gracias a su propia experiencia.
Varias ideas han surgido porque dimos lugar a aquellas personas que antes parecía que tenían la obligación de estar mudas.
Creo que, en este sentido, nosotros tenemos un plus muy importante por ser Iglesia que no lo tienen las organizaciones sociales de otro tipo: lo espiritual y lo comunitario le dan a esta mirada profunda y grande.
Charlando con otros que con muy buena voluntad inician procesos parecidos, nos dicen “qué bueno pero ustedes tienen eso que son Iglesia”, a veces no saben cómo ponerlo en palabras. Nosotros nos damos cuenta de que es gracia y que realmente nos ayuda a sostener de una manera diferente, de abordar de una manera diferente y de tener realmente algo que no se puede comprar ni militar, se da, se da porque tiene que ver con la idiosincrasia de nuestra Iglesia.
Esta presencia para nosotros es una denuncia concreta y tiene una dimensión profética.
La otra parte es la denuncia verbal. Aparece la tentación de no asumir una tarea de 24 horas. Aparentemente puede ser más fácil decir “acá hay narcotráfico” y a los tres días te tenés que ir de ahí: no asumís un trabajo de construcción cotidiana que significa bancarte al adicto, abrirle la puerta, estar ahí con él. Ayer, por ejemplo, no pude venir porque tuve un casamiento; entró un pibe dado vuelta que le habían pegado. Le dije “lavate, tomá unos mangos, andá a un centro de salud”. Todo eso podríamos no hacerlo, pero la denuncia con espíritu profético se da en asumirlo y sostenerlo en el tiempo.
Puede ser una tentación también denunciar para no asumir una tarea difícil que significa llevar adelante un proceso de cambio en un barrio. Vos te instalás en un barrio donde sabés que la droga está ahí. Yo siempre digo: el misionero que va al África sabe que puede tener malaria entonces no puede sorprenderse si va a tener malaria. Si está en un barrio complejo, en un barrio con dificultades, pobreza y marginalidad sabe que el narcotráfico está antes, y la droga y la violencia van de la mano.
Les cuento nuestra experiencia con la denuncia que hicimos pública como curas de las villas en el año 2009. Ya veníamos con esta inquietud desde el 2008, en coincidencia con los inicios de Barrios de Pie. Nuestra denuncia fue hacer público un escrito que se llamó “La droga en las villas, despenalizada de hecho”.
Pensamos que eso iba a ser un aporte muy bueno para la sociedad —y es posible que lo haya sido—pero trajo sus consecuencias después. Cuando surge esta denuncia pensamos en poner de manifiesto lo que pasaba en las villas de Buenos Aires. Lo dijimos públicamente, hicimos una conferencia de prensa, mandamos al frente sin señalar quién vendía ni mucho menos pero indicando que ese problema estaba. Eso trajo como consecuencia —yo en ese momento estaba como coordinador del Equipo de curas de las Villas—recibimos una amenaza. Una amenaza ante la que podíamos decir “bueno… en un barrio así todos los días recibimos amenazas o chicanas”, pero esta era una amenaza seria.
Me quedé un año y medio más, casi dos años, esto fue marzo-abril hasta diciembre del año siguiente pero ya veía que se comprometía la vida de los que me rodeaban, en muchas cosas, en el trabajo cotidiano y también en amenazas concretas de unas personas que me lo dijeron. Ahí decidí irme porque ya no estaba en juego solamente mi vida, porque se puede poner en riesgo la propia vida, —los que estamos acá lo haríamos— pero el tema es claro: si estás complicando la vida de aquellas personas que trabajan con vos ya no.
Esta dimensión profética determinada por la denuncia trajo mucha más vida. Recién se iniciaba el Hogar de Cristo en la Villa 21; empezamos nosotros, por suerte había un equipo para seguir, estaba Charly Olivero que era un pibe, seminarista, ahora es un adulto (risas). Dejaba un grupo que claramente pudo seguir con ese proceso de crecimiento.
Supongamos que el Hogar de Cristo hubiese nacido en La Cárcova hace 6 años, si me hubiese pasado a mí y me tengo que ir, queda abortado el proyecto porque estaba solo.
Este tema es muy importante y nos lo planteamos bastante: nuestra dimensión profética tiene que ver más que ver con el estar, el bancar, el reflexionar. Lo que concluimos entre varios es que la denuncia tiene que estar puesta en otro lado, no la tiene que enunciar la persona que trabaja en el territorio. El que trabaja en el territorio ya tiene la obligación de encarar las situaciones, conoce las personas, es el que le puede decir y dar letra en aquellos espacios en donde considera que tiene que estar la denuncia.
Es importante entender esta lógica, al menos como sugerencia, después de lo que vivimos nosotros. Me tocó dar charlas en todo el país y, como coordinador de la Pastoral de Adicciones en la Conferencia Episcopal Argentina, generalmente me llegan este tipo de comentarios: “sabemos que vende el de la esquina y todos sabemos dónde se vende”. Desde la Pastoral de Adicciones pudimos ayudar en varios casos a formalizar cosas que la gente estaba trabajando en el territorio sin necesidad de exponerla.
Por eso esta dimensión profética se divide en dos partes: una es el trabajo que implica una denuncia y su anuncio; la otra es la denuncia formal de cuando percibimos con claridad que hay que saltar fuerte por algo, darle los elementos necesarios a alguien que se constituya como una instancia superior para poder continuar con el trabajo en el territorio.
Yo terminaría aquí, con esta experiencia. Esto es lo que les puedo contar de nuestra experiencia y, si quieren hacer alguna pregunta… Si no me gustaría que alguno de ustedes pueda contar alguna experiencia de su vida gestional en este país.
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