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Encuentro 9: La escucha – Bachi Britez

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Encuentro 9: La escucha – Bachi Britez

Padre Bachi Britez

Cuando me proponen hablar sobre la escucha le quise dar un marco a esta experiencia de la Familia Grande que tiene que ver con la fe. Lo que nos motiva o lo que nos da fuerza es la fe. Y la fe en un Jesucristo que está vivo, que es cercano y que sale al encuentro de los que más sufren, con una opción preferencial.

Se me viene a la memoria momentos de encuentro: la pecadora, los leprosos, el ciego. Y cada encuentro que tenía Jesús con esta gente les cambiaba la vida, algo pasaba. El encuentro con Jesús genera en el otro algo, nada sigue igual. Una vez que te encontraste con él nada sigue igual. Pero también están los discípulos a los que él juntó y en los que él también creyó y los eligió para que construyeran el Reino y les fue diciendo cómo. En esa tarea es que nos encontramos todos nosotros, después de tantos años tenemos que seguir construyendo el Reino, quizá hoy con este nuevo desafío que es abrazar a los nuevos leprosos, a los que están al costado del camino, los que el Papa Francisco llama los decantados, los descartables.

Esto es un desafío porque no es fácil abrazar al leproso. Primero porque lo que vemos del leproso nos asusta. No nos da ganas de abrazarlo porque somos prejuiciosos, porque a veces nos hacemos los delicados y, sobre todas las cosas, porque no los vemos como un hermano. Entonces en esta tarea aparecen estos nuevos leprosos que nos tocan en las tareas en las casas, en los Centros Barriales que son los que han caído en las drogas.

Cuando uno piensa en eso dice: “hay que abrir lugares para que los pibes se recuperen de la droga”. Por lo menos es lo que a mí me tocó como experiencia. Abrir lugares para que los pibes se recuperen de las drogas. Parecería que eso era lo máximo, lo mejor y después en el camino uno se va dando cuenta que no alcanza, que no es solamente abrir el lugar sino cómo lo abrís, qué pasa ahí adentro, cómo los recibís.

Entonces ahí aparece esta palabra clave que es el tema de la escucha. La escucha es vital. Quiero iluminar el tema con un texto de la Palabra de Dios, del Evangelio de San Marcos 10, 46 -52 que dice así: “…llegaron a Jericó y cuando salía de allí con sus discípulos y un gentío considerable Batimeo, hijo de Timeo un mendigo ciego, estaba sentado al costado del camino. Al oír que era Jesús de Nazareth se puso a gritar: Jesús, hijo de David, compadécete de mí. Muchos lo reprendían para que se callase pero él gritaba más fuerte: hijo de David, compadécete de mí. Jesús se detuvo y dijo: llámenlo. Llamaron al ciego diciendo: ánimo, levántate que te llama. Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó ¿qué quieres de mí? Contestó el ciego: Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino”.

Palabra de Dios. No sé si hay mucha diferencia con la vida que recibimos en nuestros Centros. Primero, entendemos que los pibes que recibimos viven en una profunda oscuridad. Al principio pensé que era por las drogas, en el camino uno va entendiendo que la oscuridad había llegado antes que la droga. Tenía que ver con su vida, con su historia, con eso que le pasó en algún lugar, en un día concreto y quedó ahí ciego, en la oscuridad absoluta, al costado del camino. Y podríamos decir hasta mendigando algo, mendigando alguien. Este ciego gritó fuerte y muchos lo querían hacer callar como diciendo “hay que tapar esto, no se tiene que ver”.

Nos pasó que nos hayan gritado y pasamos de largo cien millones de veces porque enseguida sale el prejuicio: “es peligroso”, “no sé cómo ayudar”. Molesta. “Justo estaba comiendo”, “justo estaba durmiendo”. Y sigue gritando más fuerte. Para mí eso es oír, si no le doy bolilla, si no presto atención al que grita. Como les pasó a estos discípulos que querían callarlo. Hay que callarlo porque grita, porque molesta. El Maestro ¿qué hace? Les dice: “paren y díganle que venga”. El Maestro escuchó a ese hombre que algo le estaba pasando. Él sabía, es Dios, pero Él quería escucharlo, por eso le pregunta ¿qué querés que haga por vos? “Quiero ver, necesito ver”. Por la fe sabemos que se curó y la Palabra dice que deja su manto y lo sigue por el camino.

Primero es vital animarnos a escuchar al otro porque sin esa capacidad de entrar en un diálogo donde el otro no es que me tenga que escuchar a mí, sino que yo lo tengo que escuchar porque hay algo que me quiere decir, difícilmente él pueda encontrar lo que vino a buscar porque yo siempre tengo la respuesta a todo, porque a mí me parece que vos tenés que hacer esto.

La primera experiencia que nos regala Jesús es esta capacidad de escuchar al otro. Tengo que saber qué quiere porque si no termina haciendo lo que yo quiero y la clave no está en que haga lo que yo le digo sino en yo poder acompañarlo en esa búsqueda que él está haciendo de una vida distinta, de una vida nueva. Sin esa capacidad de escucha podemos tener lugares lindos, pibes o pibas que hagan lo que le decimos pero que nunca van a ser felices porque nunca terminaron de hacer lo que ellos quisieron.

Por ejemplo, en el barrio vivía una mujer ciruja que se llamaba Ita. Nosotros entre los curas nos creemos que somos Superman, que vinimos a salvar a todos. Me acuerdo que armamos un ejército de gente para ir a limpiarle la casa a Ita, sacarle toda la basura. Y durante esas tres horas que estuvimos limpiando, Ita se la pasaba llorando. Y ahí es donde yo solamente oía que Ita lloraba, pero no la escuché, no le presté atención. Y así muchas veces. Hasta que una vez intentaron matarla. Pudimos hacerle una casita un poco más adelante, ella se mudó y a los meses murió, porque estaba viviendo en un lugar que no era como ella quería y, de alguna manera, no estaba su vida ahí, su vida era lo otro.

Ese es el peligro que a veces corremos cuando nosotros queremos decirle al otro cómo tiene que vivir, cuando el otro me tiene que escuchar a mí porque yo llevo la verdad o yo llevo la receta de cómo salir de esta. Me parece a mí que la clave es al revés. A nosotros nos toca poder acompañar y esa compañía lleva tiempo, el tiempo no lo ponemos nosotros, el tiempo es de cada uno, dura lo que cada uno quiere. A nosotros nos toca acompañar y estar siempre, eso creo que es clave.

Cuando uno solamente oye, el riesgo está en que nunca toquemos el corazón o la vida del otro y entonces tenemos pibes que comen bien o están mejor físicamente pero no más que eso. Y la realidad es cómo les tocamos la vida, cómo Dios le toca la vida a cada uno de ellos. Me acuerdo ese texto donde Moisés va a la zarza y Dios le habla y le dice quitate la sandalia porque esta tierra que estás pisando es suelo sagrado, es tierra bendecida.

Qué maravilloso sería que todos nosotros pudiésemos descubrir que el que llega no es el que me viene a pedir un favor a mí sino es alguien que Dios me pone en el camino para que uno pueda acompañar con respeto, con cuidado, como una vida sagrada, porque es sagrada, para poder llevarlo a la tierra prometida porque esa es la libertad. Ahora bien, siento que hay un gran vacío de hombres o mujeres que quieran escuchar, que son necesarios para lograr todo esto. Les pasó a ustedes, me pasa a mí.

Necesito que alguien me escuche, necesito que alguien descubra que estoy, que existo y que tengo un montón de cosas para sacar y decir y contarle. Necesito que alguien me lleve hasta el encuentro de ese hombre, Dios, que es el único que me puede sacar de este pozo oscuro donde caí por aquellas cosas de la vida. Por eso, es vital la experiencia del encuentro con Jesús. Y la verdad uno dice dónde está Jesús y los veo a ustedes y son ustedes. Cada vez que abrazaron a alguien, cada vez que dieron de comer a alguien, cada vez que vistieron a alguien. Jesús en ustedes y en ese pobre que estaba esperando el auxilio. Los gritos hoy realmente son muchísimos. Podemos decir que tengo hambre, tengo frío, necesito un lugar donde dormir. Yo pregunto cuando esa persona accede a su casa, a la comida, a la cama, ¿alcanza con eso?

Y acá es donde falta lo más fuerte, cuando Jesús le dice al ciego: “andate porque tu fe te salvó”. La experiencia es más profunda, no alcanza solamente con eso. Por eso los Centros Barriales tienen que ver con eso, con el encuentro entre personas que no solamente dan de comer, que asisten en las necesidades básicas sino que tocan la vida y desde ahí hacen que el otro vuelva a encontrarse con su dignidad. Deja el manto (al manto podemos ponerle nombre: la esquina, los pasillos, ese cartón, ese rancho o donde se armaban los grupos para fumar juntos) para encontrar el camino de la vida.

Para eso es vital que volvamos a recuperar el sentido de “hermanos”. El otro es mi hermano. No es un paciente, no es el adicto que viene, no es el fisura, como muchos quieren llamarlo. Es mi hermano y ese hermano mío necesita que yo lo abrace, que yo le tienda la mano, que se sienta amado, recibido, acompañado, cuidado, acogido. Si a mi hermano no le doy la mano, si a mi hermano no lo hago sentir que es valioso, por más que le haya dado de comer, por más que lo haya vestido, no alcanza, no va a alcanzar nunca.

Este es el desafío: hacer que el otro me pueda contar y que yo le pueda contar a Dios lo que le está pasando y que, en algún momento, cuando él quiera y como él quiera, se pueda poner de pie y hacer el camino de la vida. Mientras tanto tenemos que estar al lado acompañando nosotros, viendo, cuidando esa vida. Todos los que estamos acá tenemos experiencia.

Creo que si hay una riqueza que tenemos los cristianos es esta: poder amar y entregar la vida por el otro. Esto es lo más valioso que tenemos. Y no son 8 horas, son 24 horas. Y quizás muchos de nosotros no somos profesionales pero la vida nos fue enseñando, la vida hizo que nos pongamos de pie, que podamos abrazar, que podamos abrir espacios. Y sobre todas las cosas somos hombres y mujeres de fe y eso nos empuja a salir al encuentro y a hacer algo por los hermanos. Cuando Dios nos pida la vida la pregunta clave va a ser ¿dónde está tu hermano? Y le tengo que contar dónde está mi hermano. “Estuvo conmigo, lo acompañé en esto, hasta acá pudimos”. Le tengo que contar. Decir a Dios “mirá, yo no soy el guardián”, como fue la experiencia de Caín cuando mató a su hermano, le dijo “yo no soy el guardián”.

Ahí Dios le estaba dando la oportunidad de que él pueda reconocer, que le cuente y capaz que empezaba una vida nueva también. Sin embargo, él prefirió esconderse, lavarse las manos y Dios le pidió cuenta. Ojalá que ese día, cuando llegue y Dios nos pregunte ¿dónde está tu hermano? Podamos contestarle porque si estamos acá es porque Dios tiene algo para nosotros y Dios nos pide algo para el otro, no estamos de casualidad. Y lo mejor que le puede pasar a una persona es encontrarse con Jesús, sin esa experiencia vital del encuentro personal con Jesús, repito porque para nosotros es la clave, todo lo que hagamos no va a alcanzar. Poder escucharlo, a partir de ahí hacer camino con él, el tiempo que haga falta porque es cuando el otro quiere no cuando yo quiero.

A veces queremos que en 6 meses se tiene que recuperar o en un año se tiene que recuperar. Y no es tanto cuando yo quiero como cuando él quiere. Lo que sí, que es importante es que él tiene que saber que estamos acá, no nos mudamos. Que este es su lugar, que esta es su casa y que esta es su familia. Quiero, de alguna manera, dar gracias a Dios por eso porque la experiencia nuestra tiene que ver con haber acompañado y seguir acompañando a tantos hombres y mujeres que estaban al costado del camino, mendigando que alguien les tienda una mano y ahí aparecimos por la gracia de Dios y nos encontramos.

Yo siempre digo que el encuentro entre dos personas no es casualidad, sino que Dios preparó ese momento. ¿Cuántos pibes habrán dicho: “cuando ya estaba todo perdido, mi tía me dijo que en tal lado había un Hogar, un amigo me contó que…”? Cuando estaba todo perdido otra vez aparece Dios diciendo te amo y acá hay una puerta abierta. Y cuando llega con lo primero que se encuentra es con una familia que lo abraza, que lo recibe, que hace fiesta, que se alegra, que le dice: “bienvenido, quedate, no te vayas, báñate, comé”, que piensa en su salud, que después se entera que no tiene documento, “bueno te acompañamos”. Que cuando entró dijo “no tengo familia” y que al mes le encontramos la familia y que a los 6 meses se pudo abrazar de nuevo con su papá, con su mamá.

Todo eso no se logra si no pudimos escucharlo, si no amamos lo que hacemos. Si no amamos esto, es imposible, no se logra. Vamos a ser como esos hombres que dijeron “háganlo callar porque molesta” y la verdad es que tenemos una tonelada de gente a la que le molesta esto, muchísima gente a la que estos gritos le molestan. Nosotros creemos que pueden ponerse en el camino y recuperar la vida y la dignidad. Por eso me parece que si no lo hacemos desde esta experiencia cristiana, desde escuchar, de esperar y de permanecer, la vida no va a encontrar su camino.

Por ahí puede ser como los leprosos, se curaron y se fueron, faltó lo último: “te salvaste, podés irte en paz”. Esta experiencia es vital para nosotros, no alcanza con eso sino esta experiencia de darnos nosotros. Le doy gracias a Dios por eso, la escuela más linda que podemos encontrar para esta experiencia es Jesús, es Él. Cuando todos querían apedrear a la mujer apareció Él y dijo “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Esa mujer que tuvo muchos maridos, parecía que mendigaba por todos lados, Jesús la escucha, tienen un diálogo y la samaritana cambia la vida.

El leproso, el que no caminaba, todos los que se han encontrado con Jesús cambiaron la vida. Ojalá que todos los pibes y pibas que podamos recibir en nuestro Centro, en nuestras casas, con lo primero que se encuentren sea con un abrazo grande, con la alegría de que está vivo y la fiesta grande que se da cuando experimentamos que la familia es de Jesús que es Él el que hace la obra.

Ese va a ser el desafío para todos. Darnos tiempo para escuchar, los que están acompañando a los pibes y a las pibas saben, los gabinetes, saben escuchar porque cuando dicen “me duele la cabeza” están pensando “¿qué hago acá? ¿Qué sentido tiene la vida?”. Cuando te dicen “quiero seguir durmiendo”, te están diciendo anoche la pasé mal, no pude dormir porque estaba pensando en mi familia. Animarnos a escuchar porque en la palabra se juega la vida. El pibe o la piba te está diciendo algo más.

Esta va a ser nuestra experiencia. Me parece que tenemos que favorecer los espacios de escucha y eso que escuchamos amarlo porque si no son ruidos nomas. Amar lo que escucho porque en esas palabras está la vida de alguien.

Y saber que la droga no fue lo peor que les pasó a los pibes, eso es lo que aparece. Lo peor que les pasó a los pibes fue su vida, quizá a los 4, a los 5, a los 6, a los 7. Y lo mejor que le pasó a un pibe o a una piba fue encontrarse con esta familia grande, donde se sintió amado, recibido, acogido, escuchado. Y somos testigos de un montón de pibes y pibas que se levantaron de ese manto y hoy están caminando. Creo que esta es la experiencia grande y no podemos renunciar nunca a esto.

Pequeño diálogo luego de la charla:

En general nos cuesta mucho escuchar porque te duele, entrás en desesperación y no estamos acostumbrados a escuchar, que nos duelan las cosas y que nos saquen de nuestra comodidad, ¿cómo se trabaja eso? Las dos cosas, ¿cómo se trabaja la escucha y cómo se trabaja el acompañar a las personas que escuchan?

Primero que el escuchar te va a exigir compromiso con la vida, por eso es que no se escucha porque no queremos compromiso. Por eso la experiencia del ciego, “hagan que se calle”, molesta ese ruido. El molestar ¿qué significa? Me estás haciendo ver algo que no quiero ver porque me cuestiona, porque me está exigiendo compromiso, porque soy parte de esa situación, soy cómplice de esa situación y entonces no quiero escuchar.

Ahora los que tenemos experiencia de fe sabemos que el escuchar no es enterarme, sino que es recibir una vida así como viene, abrazarla y entender que realmente no soy yo el que lo va a curar. Eso es lo que la fe nos muestra, que no somos nosotros los salvadores. Después cada uno le va a contar a Dios: “mirá me encontré con Pedro que le pasó esto y está en tus manos porque yo no puedo hacer nada”.

Lo que tiene que ver con el que escucha, tiene que haber un equipo de personas con las que va a compartir esa vida. Lo que le generó lo que escuchó porque a veces a los que escuchamos también nos pasaron cosas y eso que dijo, en definitiva, me movió a mí mi historia. Yo descubrí que yo estoy como él, que somos iguales. Con la diferencia que algo pasó en la vida que yo estoy de pie y en un lugar y a él le tocó estar en la calle, tirado al costado del camino.

El desafío es, a pesar del dolor que causa, nunca dejar de escuchar porque si no ¿cómo abrazo esa vida si no conozco, si no sé? Los que escuchamos sabemos que el lugar donde depositar todo eso es Dios. Tengo que hablar con Él, contarle, aunque ya lo sabe. Me va a preguntar a mí qué querés que haga por vos, acompañame en esta, por un lado. Y el otro se tiene que sentir abrazado. Es un desafío grande que tenemos, pero no podemos por eso renunciar a la escucha. No puedo dejar de escuchar porque tengo miedo que a mí me genere algo.

Queremos acomodarnos un poco y eso ya no es escuchar. Y eso a veces inconscientemente quiere tratar de mejorar algo que en verdad va a pasar en un tiempo y quizá no en el mismo tiempo que nos gustaría a nosotros.

La tentación de los que acompañamos es tener ese librito de las frases. Vino Pedro y dice: “no pude dormir”. Ah, está con abstinencia, “tenés ganas de consumir”. Esas frases que me ponen en un lugar de vidente y entonces creo que sé lo que te está pasando y me imagino al otro diciendo: “¿por qué no te callás la boca si no sabés lo que me está pasando a mí?” Pero como de alguna manera nuestro lugar es el de estar al frente, de autoridad, del que manda, no les queda otra que obedecer. Es un riesgo, una tentación en nosotros y lo mejor que nos puede pasar en esta tarea de acompañar la vida del otro es que nos encuentre desarmados porque ahí se da la experiencia de que juntos hacemos algo. Si, ante el dolor del otro, no sos capaz de llorar, dedicate a levantar paredes. La experiencia de Jesús cuando se le murió el amigo es que lloró, siendo Dios lloró.

Me acuerdo que los primeros momentos realmente yo iba con un bagaje de teorías y un bagaje de autocontinencia, yo tenía que ser autocontinente. Hasta que empezaron a aparecer cosas en mí totalmente diferentes que me permitieron escuchar, aprender a escuchar y seguir aprendiendo a escuchar todos los días como me pasa hoy. Ponerme en el lugar del otro para que mi escucha sea cada vez más grande y cómo este hermano que tengo al lado mío, que abrazo, que veo, que contengo, fue transformando mi vida y sin darme cuenta. Empezaron a pasar cosas…

Los que están al costado del camino, por lo general, te van a decir cosas, que sos un gil, mucas cosas. Pero cuando descubre que el otro lo toma en serio, lo está valorando ahí te va a compartir algo. Vos le fuiste a compartir el plato de guiso con la fruta y el jugo y él te va a compartir la vida, su vida. Entonces vos tenés que estar para escucharlo, no quiere consejos, quiere que alguien lo escuche una, dos, cuatro, veinte veces y después capaz que te deja decir algo, pero lo que busca es que lo escuches.

Al principio es decirte algo, después te comparte la vida pero eso se da en el camino, al poco tiempo de caminar juntos. Ellos descubren enseguida cuando el otro que viene lo está amando o viene a hacer caridad, el que tiene el tiempo libre y quiere hacer algo.

Mirar a la otra persona, muchas veces en esto que yo hace poco que estoy acompañando se juega el sentirme superior con esto de los consejos, de lo que tenés que hacer o dejar de hacer, yo pude vos podés, es como que muchas veces uno trata de poner los tiempos de la otra persona. Y escuchaba lo que vos decías la parte de la fe, es eso lo que nos ayuda mucho a los que estamos de este lado acompañando, me parece muy importante que se pueda poner en palabras eso. El lugar de donde uno sale y esto de poner la confianza en el otro, decirle que vos podes.

Cuando tuve el primer encuentro, encontrarte a vos en mi vida y enseñarme el camino que uno tenía que decidir sin saber ni leer ni escribir y con toda la jerga de la calle que uno viene arrastrando y poder transmitir lo que uno puede cuando uno está en plena oscuridad, sin sentido de la vida es bueno vivirlo desde ese lado que en algún momento lo viviste vos. Estar de este lado y poder acompañar a estos chicos y ver también el crecimiento que uno puede tener desde lo humano.

Desde la fe poder ir transmitiendo este saber que la vida vale la pena, que hay otras alternativas cuando uno es adolescente y está perdido en el camino, sin sentido, y encontrar gente con valores y una comunidad que te abraza. Es distinto el caminar y realmente estoy muy orgulloso de que pueda haber estos espacios donde abrazan la vida de los chicos y hoy ser yo también parte. En este sentido, ¿Qué pensás que tendremos que tener en cuenta de este lado, de los que acompañamos, para no caer en esa tentación de querer resolverle la vida al otro, de querer ponerse en un lugar superior? Porque eso es algo muy importante para pensarlo.

Lo que siento es que primero nosotros no podemos negar lo que somos, de dónde vengo y sentir que el otro es igual que yo. La experiencia de la reencarnación, cuando vos ves el Dios que para acercarse a nosotros se hace hombre y que no hizo alarde sino que simplemente nació en un pesebre, de una simple mujer y cuando hacía milagros decía “no le cuenten a nadie”. Simplemente lo hacía, no decía que era Dios.

De hecho, cuando Pilatos lo cuestiona le decía, vos lo decís. Él nunca negó que era Dios, pero no hizo alarde de eso. Cuando viene el otro pibe que está en situación de herida, yo no soy su doctor, soy su hermano y tengo simplemente que abrazarlo y recibirlo. Y después somos compañeros de camino. Entonces ni negar lo que soy, pero tampoco estar siempre mostrándole al otro que estoy en tal lugar o en tal puesto, porque si me niego tampoco es bueno.

Pero sí recalcar y remarcar y recordármelo para mí primero que él es mi hermano, no es mi paciente, no es el fisura que vino… es mi hermano con todo lo que eso encierra y yo lo tengo que abrazar.

Nos está pasando, que me resisto a ese abrazo, lo puedo dar pero en este momento en particular (no sé si tiene que ver conmigo en particular pero sí veo en el ambiente del equipo) yo estoy tomando una distancia emocional yo sé que no la tengo que tener pero la estoy teniendo. Hay situaciones que me están lastimando.

La pregunta sería ¿Cómo hago para seguir sosteniéndome con la misma mirada hacia el otro y a mí mismo? ¿Cómo hago para sostener esa distancia con el otro, esa cercanía, ese vínculo que en realidad se me está cayendo ahora?

A veces también nuestra tentación es esta vorágine de estar siempre para el otro uno se olvida de uno mismo, y realmente el tiempo te lo va a cobrar en algún momento. Yo siempre digo, el límite que pone Jesús: amar al otro como a uno mismo. El límite es uno mismo.

Cuando voy mucho y busco el desierto es peligroso, porque ahí sí me pierdo porque estoy corriendo. Entonces en estas situaciones que uno va viviendo de tanto dolor, desde el pibe que viene hasta los conflictos internos de los equipos porque pensamos distinto, porque tenemos otras opciones, genera conflictos. Y lo que nos pasa es que caemos en el desánimo: “uy me parece que esto ya está, esto no es lo mío, tengo que buscar otro lugar, me equivoqué”. O la famosa frase: “cumplí un ciclo”, entonces ahora me dedico a otra cosa.

Si tomo esto como una vocación, y vocación como un llamado de Dios para este servicio, siento que Dios no se equivocó. Lo que siento también es que si estoy explotando tengo que parar, como dice el GPS “recalcular” porque si no me pierdo, y después volver. Porque que estés cansado o desanimado no significa que no sea tu lugar. Lo que no podés es empujar el carro así, te vas a hacer bolsa. Y ahí es donde se descubre que hay que empezar a amarse.

Por eso, no tener miedo a parar, pensar, sanar las diferencias porque hay que buscar qué me está pasando y después volver a la cancha. Y si sos un hombre de fe no dejes de doblar la rodilla y hablar con Dios. Porque a veces queremos ocupar el lugar de Dios y nos queda grande ese traje me parece.

También es buscar a Dios, descansar en Él, te hace descubrir que sos igual que el otro y que sin Él no podemos nada, nos cansamos rápido.

Creo que esto de exponernos emocionalmente, porque siempre se nos va a cruzar que nos recuerda lo que nos pasó o algo de un familiar, siempre nos vamos a exponer a esas cosas, creo que lo importante, como decían antes, que en el equipo siempre esté el diálogo, que uno a veces trata de buscar lo mejor y a veces nos estamos olvidando de nosotros.

En el lugar desde el que estemos le vamos a aportar lo que somos al otro, no nos podemos inventar una vida, una historia. Si querés podemos aguantar, pero en algún momento se te escapa lo que sos y lo peor que nos puede pasar es eso, que nos descubran porque si no, ¿cómo me acompañan también a mí?

En la experiencia del buen samaritano, al principio reconozco que me hacía bolsa, yo me iba a mi casa y discutía con Dios. ¿Cómo pasaban estas cosas? Y, en algún momento pensé cómo hace este pibe para seguir vivo con todo lo que le va pasando, si hubiese sido yo no sé si estaría. Y la verdad es que tuve que hacer un parate ahí porque o me interno con ellos o los acompaño. Afectaba muchísimo porque uno nunca se imagina que estas cosas pasen en la vida de otras personas y que tengan ganas de seguir caminando. A mí no se me cruzaba por la cabeza eso. Y en esta experiencia de acompañar a tantos pibes uno va descubriendo un universo de cosas terribles y uno descubre que el ser humano es capaz de hacer desde las cosas más lindas hasta las cosas más terribles.

Hoy lo vemos que hay más tecnología, está más al alcance, lo vemos. Y en la vida todos tenemos que elegir, o soy de las personas que hacen las cosas más terribles o las cosas más lindas, cada uno elige. Y también sé que Dios no se equivocó con nadie. En todos nos hizo a su imagen y semejanza y puso lo mejor. Y en el camino de la vida algo pasó para que estemos en lugares tan distintos.

Pero si yo no dejo que me descubran realmente voy a fingir y la pregunta es cuánto tiempo voy a poder fingir. Cuánto tiempo una persona puede vivir dividido, no se puede. La vida se hace insoportable. En algún momento yo tengo que arrodillarme y llorar por lo que pasa y que alguien me escuche a mí porque yo también tengo para contar.

A veces nos pasa que, en la experiencia del trabajo con todos, con estas vidas que vienen así y la verdad es que nos enfrentamos con nuestra propia historia, con nuestros propios dolores, con nuestros propios sufrimientos y descubrimos, por lo menos a los curas nos toca, descubrimos que somos humanos también y que no somos ángeles.

No somos Dios, aunque para el otro el cura lo puede todo. Me parece que también los curas tenemos que darnos cuenta que no es verdad eso. Yo creo que si hay algo que tienen los Centros Barriales y las casas nuestras es que entendemos que todos tenemos algo para decir o aportar en la vida del otro. Nadie puede decir yo tengo la respuesta.

Entiendo que todos nos necesitamos, desde el comedor, desde la catequesis, desde el psicólogo, el psiquiatra, el cura, el obispo, todos nos necesitamos porque todos tenemos algo para decir y de alguna manera también porque todos somos responsables de que ese pibe haya caído donde cayó, directa o indirectamente, somos responsables.

Entonces no creo que tengamos que dividirnos y la riqueza grande que tiene nuestro centro es justamente, vos entras a ese espacio y no lo dividimos sino que lo acompañamos integralmente.

Comentario(1)

  1. LILIANA MORETTI dice

    EXCELENTE CHARLA DEL PADRE BRITEZ!!!
    Pienso que es una vocación, mi vocación, y si nos perdemos, mirar nuestro interior y seguir con más fuerza con más AMOR Y FE Y CON DIOS! AMEN

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