Pertenece al Hogar de Cristo. Es una de las pocas instituciones en el país que reciben con sus niños a mujeres que consumen sustancias y les permiten maternar.
Como mamá me puse una meta: que mi hijo no viva lo que yo viví, que mi hijo no me vea a mí ni a mis hermanos drogándonos. Quiero que mi hijo tenga una vida sana, que viva en un ambiente lindo, no donde haya droga o personas que se droguen”. Ese es el deseo de Guadalupe (19), oriunda de la provincia de Buenos Aires, que llegó hace pocos días a Córdoba con su hijo Tobías (1) para ingresar a la granja Virgen de Lourdes para la recuperación de adicciones. La granja de barrio Mirizzi, al sur de la Capital, una de las pocas en el país que recibe a mujeres con sus hijos, pertenece al Espacio Puentes Cura Brochero del Hogar de Cristo, que a nivel nacional coordinan los “curas villeros” y, en Córdoba impulsa el padre Pablo Viola.
Guada y Tobi comparten ahora vida con Ayelén (26), mamá de Tiziano (7), una cordobesa también en recuperación y, con un equipo de profesionales y acompañantes que hacen de la casa una gran familia. El predio está acondicionado con 20 camas, una huerta, capilla y patio.
“Pasa mucho tiempo hasta que la mujer reconoce que está en consumo. No se la puede acompañar inmediatamente porque cuando es mamá tiene miedo a que le quiten a sus hijos, entre otras cosas que tiene miedo. La mujer sostiene hasta donde puede hasta que llega un punto que, como todas las adicciones, empieza a perder; a perder la pareja, el trabajo, la relación con sus padres y llega a ese deterioro en que alguien tiene que hacerse cargo de los hijos porque consume mucho, pasa muchas horas y pierde la noción del tiempo”, explica Flavia Angiono, coordinadora de la granja. El desafío, dice, es llegar a las mamás antes de la intervención de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) para que tengan la oportunidad de ser madres. “Queremos estar un paso previo, pero a veces el contexto impide que puedan maternar”, subraya.
EL PRIMER ESCALÓN
Cuando las mamás ingresan con sus hijos a la granja reciben atención psicológica y psicopedagógica, trabajan con las emociones, con espiritualidad y realizan actividad física. Las madres trabajan en la huerta.
“El niño también es el protagonista y por él se toman las decisiones. En el ‘espacio de infancia’ se busca escucharlos y reconocer sus necesidades. No miramos solo a la madre sino a ellos, los vemos en su singularidad porque también atraviesan un proceso de transformación”, explica la psicopedagoga Micaela Ortiz.
El primer mes de desintoxicación, las chicas permanecen en la granja sin salidas para evitar recaídas. Después comienzan las visitas de la familia y las salidas cuidadas.
Las mujeres, por su parte, tienen un doble reto: trabajar sobre ellas mismas y confrontar con su maternidad. “Se enfrentan con lo peor de ellas sin consumo. A medida que va pasando el tiempo empiezan a descubrir distintas facetas que estaban tapadas, esas relaciones que ya no quieren más. Empiezan a verse valiosas y a entender por qué han pasado por eso. El consumo te invisibiliza toda prioridad, te deja solo con tu nube y es un verdadero infierno porque no te podés hacer cargo de tu propia vida”, asegura Flavia.
VOLVER A SER
Ese caos en el que se convierte la vida cuando una mamá consume sustancias se observa al llegar a la granja: las hijas pequeñas, maternan. Saben cambiar pañales, hacer la mamadera o se despiertan cuando llora el bebé. “La hermanita infante se encarga absolutamente de todos los requerimientos de una mamá desde muy pequeña”, cuenta Angiono. Por eso, uno de los objetivos es ayudarlas a salir de ese rol para que sigan siendo niñas. “¿Cómo una pequeña de 4 años puede saber desde tan chiquita cómo se hace una mamadera para que su hermanito sobreviva cuando su mamá está en pleno consumo?”, se pregunta Flavia.
La mayoría llega a la granja con una imagen de familia nula o disfuncional. Por eso, el Hogar de Cristo pone énfasis en compartir la mesa y la comida, en hablar, como parte del proceso para sanar esas ausencias. Guadalupe, por ejemplo, admite que “no sabía vivir en familia”.
“Siempre hay un dolor base que acompaña y que nunca se ha hablado con nadie y este dolor fue surcando hasta llegar al consumo. La problemática no es el consumo en sí; es todo lo que pasó y se tapó con consumo”, dice Angiono. Abusos, abortos, violaciones, prostitución. “Nunca es la vulnerabilidad económica, hay un montón de cosas que sucedieron. La prostitución te da dinero. Y para soportar ese flagelo tenés que consumir y empezás a consumir para poder trabajar más y es un círculo vicioso que no se termina y eso te lleva a la indignidad absoluta como mujer. Las chicas llegan rotas de verdad porque en la prostitución también han abusado de ellas y hay hijos producto de esos abusos o de ese laburo”, detalla Flavia.
Las mujeres suelen recibir poco acompañamiento. “Son muy discriminadas cuando aceptan que tienen problemas de consumo. Su familia las deja a un lado. Cuando un hombre entra a granja, lo acompaña la novia, la esposa, la madre o la abuela; a la mujer no. Es durísimo, pero es real”, acota Flavia.
“Los niños vienen más rotos que sus mamás: contención cero, maternidad cero, no hubo nada, ni nadie que los salvara”, agrega.
Pero la transformación ocurre en la granja y los pequeños mejoran rápidamente junto a sus madres. “Los niños tienen el derecho de venir a vivir en granja, tienen el derecho a este paréntesis en la vida de las mamás y sanan con ellos”, insiste.
Como dice Ayelén, residente en la granja, en ese espacio “la vida es hermosa”. “Me encontré con una familia de mujeres, con hábitos y conductas de una casa y con límites, cosa que yo desconocía”, confiesa.
EN PRIMERA PERSONA
Las chicas se levantan temprano, comparten el Evangelio y a las 9 ya trabajan en la huerta, luego hacen actividades, participan de talleres y tienen su espacio terapéutico.
Ayelén dice que las acompañantes de la granja ponen el cuerpo por y con ellas. “Se ponen en el lugar nuestro y nos contienen con mucho amor. Esta casa se trata de eso: del amor y la contención entre todas”, piensa.
Antes de llegar a Córdoba, Guadalupe hacía tratamiento ambulatorio para las adicciones, pero dice que no le servía. “Puedo hacer cosas que antes no podía, como disfrutar a mi hijo, despertar y ver su sonrisa. Ahora estoy descubriendo cada cosa que él hace. Es maravilloso ver cómo aprende”, apunta.
Ayelén llegó al espacio a sugerencia del sacerdote Viola, que la invitó a hacer un proceso profundo para descubrir de qué herida nacía el consumo. “Necesitaba llegar a la herida más dolorosa. Le dije que quería sanarme… salir de las drogas, recuperar a mi hijo, a mi familia, todo lo que perdí porque en realidad me perdí yo en el medio”, relata.
Para ver nota original: https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/una-granja-de-recuperacion-de-adicciones-para-mamas-con-sus-hijos/