Notas

Fingió ser malo, cayó preso y se transformó en la cárcel

“Mientras estuve preso fueron importantes mi mamá, mi papá y mis hermanos. Estuvieron 5 años viniéndome a visitar todos los sábados. Eran mis brazos, mis piernas. El motor para seguir adelante”, dice Juan Candia. Se crió en Villa Itatí, Bernal, pasó cinco años privado de su libertad y gracias al rugby y al apoyo de diferentes personas e instituciones, pudo salir adelante.

“También Gonzalo, Pote, Marcos, la parroquia, Gabriela y Melchor. Ellos fueron mi red. Para que un pibe cambie hay que mostrarle algo nuevo. Porque lo que yo veo es que la gente tira la toalla con los chicos. Yo necesitaba alguien que confiara en mí, que me mostrara un camino, que me ayudara a hacer algo bueno”, agrega Juan, que hoy tiene 25 años y trabaja como referente en un centro de día para jóvenes con problemas de adicciones.

Juan siempre supo que había gente que lo quería. Su familia, Gonzalo Macchi – operador socio terapéutico del Hogar de Cristo – que es una especie de segundo padre para él y sus amigos del barrio, Juan Manuel “Pote” Filgueira y Marcos Paredes. Ellos eran sus referentes mientras estuvo “afuera”. “Gonzalo me enseñó lo que es trabajar, el sacrificio, ser valiente. Es un referente fundamental en mi vida. Lo siento un hermano, un papá. Yo estaba amenecido en una esquina y Pote me iba a buscar en la moto porque sabía que me estaba buscando mi mamá. Y yo eso lo valoro un montón”, cuenta Juan.

Durante esa época, Marcos fue un compañero de andanzas con el que a pesar de estar “en la esquina” siempre podía hablar desde el corazón. “Hacíamos las cosas mal pero no éramos malas personas. Muchas personas pueden pensar que sí. Pero es porque no conocen a las personas ni cómo son. No se dan el momento para conocerla, saber qué es lo que siente, qué es lo que piensa. Ellos ven por afuera nomás y hablan por la apariencia”, se defiende Paredes.

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Cuando cayó preso por una entradera con lesiones graves, todos ellos siguieron estando, pero en el “adentro” aparecieron otros como Gabriela González, coordinadora de programas de la Fundación Deportistas por la Paz o Virginia Beltrame, psicóloga U1 Lisandro Olmos.

 

“Gracias a Dios Juan tiene una familia hermosa, que desde el primer momento lo acompañó y nunca lo abandonó, si no tenían para comer igual le llevaban comida a Juan, que iban a verlo bajo la lluvia. Yo creo que su familia lo salvó de que se apague dentro del penal”, señala Macchi.

La historia de Juan forma parte de la quinta entrega de Redes Invisibles, un proyecto que busca mostrar la importancia de que personas e instituciones superen los prejuicios y sirvan de apoyo para que los jóvenes de menos recursos puedan salir adelante.

Juan es uno de los tantos chicos a los que el hambre y las carencias, los hace crecer de golpe. A los 7 años ya iba a los semáforos a pedir monedas o a hacer piruetas para ayudar en la precaria economía familiar. Sus padres también cirujeaban para poder alimentar a sus diez hijos y vivían todos juntos en una pieza en la casa de su tío.

Después de perder a un hermano menor que luchó durante muchos años con una leucemia, Juan cayó en las drogas y en la delincuencia. “Agarré un poco más la joda, el barrilete, el salir, hacer esquina. Uno a veces se confunde en la cabeza y se carga mochilas de otro”, cuenta Juan.

 

A los 19 años entró en la Unidad 40 de Lomas de Zamora. “Era un nene. Nosotros lo íbamos a visitar todas las veces que se podía y le llevábamos todo lo que necesitaba para que no tuviera que depender de nadie ahí”, recuerda Claudia Chávez, su mamá.

Los primeros tiempos se hizo el “rudo”, el “piola” pero al ver todos los sacrificios que estaba haciendo su familia por él, sintió que tenía que cambiar. Con el tiempo se empezó a interesar por los cursos que ofrecían desde el Programa Integral de Asistencia y Tratamiento para Jóvenes Adultos (Piatja).

“Él tenía mucho miedo de pasar por la institución y de lo que se podía encontrar cuando saliera. Siempre tuvo en cuenta que era necesario que alguien lo acompañara, que solo no iba a poder. Que él tenía que buscar redes, apoyos, referentes”, recuerda Beltrame.

El rugby fue un antes y un después en su vida. Ahora tenía una motivación “para bajar” a entrenar, se empezó a sentir parte del equipo Los Gladiadores y se convirtió en su capitán. “Es un deporte en el que no encontrás discriminación por ninguna parte. Es todo grupal. Hoy no estoy jugando al rugby pero estos valores los trasladé a mi día a día”, dice Juan.

González fue una referente fundamental en este proceso desde el deporte y también en empezar a pensar en el afuera. “A Juan lo conocí en 2016, le gusta mucho hablar, tiene mucho liderazgo y se destaca en los grupos. Cuando lo escuchas uno percibe esa lucidez, mucha sencillez pero mucha sabiduría también. Es muy agudo en la construcción de sus oraciones”, cuenta.

Cuando le dijeron que le iban a dar la libertad, a la primera persona a la que llamó Juan fue a Gonzalo. Gonzalo lo llamó a Filgueira y fueron juntos a buscarlo.

“Se escuchó que corrían la traba y apareció. Era como un sueño. Lo primero que hizo fue arrodillarse, le dio gracias a Dios y nos dimos el abrazo que quizás necesitaba durante todos los años que estuvo detenido. Verlo alcanzar ese sueño que tanto quería fue muy lindo, nos pusimos a llorar. Éramos como tres nenes del jardín de infantes”, recuerda Filgueira.

El enorme desafío de estos chicos es no volver a reincidir. Es tener un lugar a donde volver, poder conseguir un trabajo, poder pagar un alquiler, tener plata para cargar la SUBE. Durante su adolescencia Juan había trabajado en el emprendimiento de jardinería de la parroquia y sabía que cuando saliera en libertad, tenía ese trabajo garantizado.

“Un amigo siempre dice que “la libertad es traumática” y por suerte Juan tenía toda una red de amigos y adultos esperándolo. Por eso uno ya sabía que esta historia iba a ser diferente. Hay algunos chicos a los que nadie los va a buscar”, agrega González.

Después de un año, Macchi le ofreció ser referente del Hogar de Cristo, en donde Juan hoy pone en juego su propia historia para evitar que otros jóvenes del barrio caigan en el delito. “Juan es un baluarte acá, por su testimonio de vida. Es un pibe que pasó por eso, por el consumo, por estar detenido y con su vida dice “Se puede”. Se puede cambiar, transformar la vida, volver a empezar”, resume Macchi.

 

Para leer nota Original: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/fingio-ser-malo-cayo-preso-se-transformo-nid2284478