A Nicolás Angelotti se lo conoce como “el Padre Tano”. Es sacerdote de la Parroquia Santa María Madre del Pueblo, ubicada en la villa 1.11.14, cuyo cura párroco es Gustavo Carrara.
Tiene 32 años, hace cinco que es sacerdote, pero desde los 17 que pastorea la villa. El cura Tano visitó Gualeguaychú el fin de semana pasado junto a una delegación de 120 personas perteneciente al Club Madre del Pueblo que funciona en esa barriada ubicada en el corazón de Flores. “Estudié en el seminario de Devoto y entendemos a la villa como una parroquia más. El cura del clero secular, que no es una pastoral específica, está formado para ir a la parroquia que le toque, sea cual sea esa realidad. Siempre mi vocación estuvo ligada a vivir en la villa y no me imagino vivir fuera de ella. Pero la vivimos como una parroquia más, no es una excepción o en todo caso tiene las particularidades que cada lugar pueda tener”, referenciará para dar cuenta de su opción de vida. La villa 1.11.14 está ubicada frente a la cancha de San Lorenzo de Almagro, antes era una laguna y el vecindario fue rellenando el suelo y haciendo sus casas y hoy es una de las villas más populosas de la Capital Federal. Allí viven aproximadamente 60 mil habitantes, de los cuales el 60 por ciento proveniente de Bolivia, luego Paraguay, Perú y Argentina y más del 50 por ciento de sus vecinos es menor de 21 años de edad. El cura Tano recibió a EL ARGENTINO al mediodía del viernes en las instalaciones del Club Regatas donde levantaron campamento con el Club Madre del Pueblo. En el diálogo que sigue no sólo habla por sí mismo sino que se convierte en una voz colectiva y por eso pondrá siempre el acento en la integración, la solidaridad y en la imperiosa necesidad de no ser ajenos al dolor del otro. “El amor es la victoria de la vida”, dirá en un tramo de la charla. “La villa es un barrio de mucha fe popular, de familia, de trabajo, de educación, de progreso. Con vecinos que llegaron buscando mejorar su vida y la de su familia. Y para eso vinieron a sacrificarse. Y hay muchas faltas de oportunidades, muchas desigualdades y muchas injusticias”, también señalará para no caer en idealizaciones o en nostalgias de experiencias no vividas. -En Argentina decir que se es extranjero siempre ha sido una muy buena carta de presentación. Viene del ADN del Preámbulo de la Constitución. Excepto si se es de Bolivia, Paraguay, Perú, Chile… -Tal cual. Con el equipo de curas que tenemos el privilegio y la Gracia de vivir en las villas, siempre rezamos para que no nos resulte extraño el extranjero. Nosotros somos una Patria parida de la Madre Tierra con los pueblos originarios y los inmigrantes. Ese encuentro de culturas nos da particularidades. No sólo es una buena noticia el extranjero que viene del otro lado del océano, sino también aquel que viene de las propias entrañas de nuestra Tierra Madre. Además, hay que tener en claro que la Independencia de Argentina se da de la mano y en comunión con otros países limítrofes y que se derrama por todo el continente. Somos una Patria Grande. -Si se pregunta al común ciudadano que devuelva una palabra tras pronunciar “adicción”, seguramente la devolución será “delincuencia” y no enfermedad. ¿Cómo se vive esa situación en la villa? -En la villa la adicción es el rostro más cruel y acabado de la marginalidad. Cuando uno ve a un chico que cae en la droga, estamos hablando de un niño de 12 años hasta un joven de 22 pasando por cualquier adulto mayor, observará el rostro del dolor. Cuando comenzamos a hablar con ellos, a abrazarlos, a intentar sanar heridas del alma, a estar al lado, a acompañar… a abrazar… empieza a ver que se trata de una persona que no pudo superar el segundo grado de la escuela primaria, que nunca tuvo el abrazo cálido, que las necesidades básicas fue su constante. Observará una orfandad humana muy fuerte, pero también una orfandad social, una orfandad espiritual. -Es como si tuvieran que parirse una vez que la vida les fue dada… -Esa es la imagen. Y una de las primeras condiciones es dejar de tener esas orfandades que horadan el alma de toda persona. –Usted como sacerdote está preparado para recrear la esperanza; aunque para ello no hay fórmulas mágicas… -La esperanza en nuestro barrio es tomar la vida como venga como enseña el papa Francisco. Y para nosotros la recreación de la esperanza pasa por el amor. En el amor está la victoria de la vida. Se trata de construir una comunidad, una familia más grande, donde prevalezca la solidaridad, el amor al prójimo, el no ser indiferentes frente al dolor ajeno… O hacer propio el dolor de los demás. En mi caso particular, esa es la esperanza que no defrauda. -Lo iba a interrumpir, ¿pero qué iba a decir? -Nosotros tenemos el privilegio de vivir en la villa y por eso sabemos y somos conscientes que ellos tienen mucho que aportar para una mejor sociedad en el país. Es una voz que puede sumar y alimentar una reserva de valores de humanidad, de fe. -Tampoco hay que idealizar la villa… -Por supuesto. La idealización tampoco ayuda a la integración. No es la única voz, pero se trata de una voz que se tiene que escuchar. Y el secreto de la integración es escuchar las diferencias. -Usted no es oriundo de esa villa. -No, soy del barrio de Villa Crespo. -¿Cómo es esto de sentirse ciudadano de la villa 1.11.14? -Algunos pueden pensar que se trata de un despojo para enriquecerse. Pero en rigor de verdad no lo experimento como un despojo, sino como un enriquecerse de manera permanente. Para mí es un privilegio y una Gracia que la gente de mi barrio, que hoy es mi familia, me haya dado un lugar con tanto cariño, con tanta delicadeza, con tanto respeto. Así encuentro en esta villa un lugar que tal vez en mi barrio de origen no lograba ubicarme. Por eso hablo de privilegio y de Gracia. En la villa 1.11.14 me descubrí humanamente recibido, cálidamente en familia. -El trabajar en la villa como sacerdote es una vocación, un carisma especial o es un mandato que le encomendó el obispo. -Es donde nació mi vocación sacerdotal. Es donde escuché el llamado de Dios para ser sacerdote… atendiendo las voces del dolor. Vivir el ministerio dentro de la villa es similar a vivirlo en un hospital, en la cárcel o en cualquier otra parroquia donde el dolor está presente de manera cotidiana. El ministerio es el Evangelio y no es algo particular o específico. Es vivir el Evangelio. Jesús vivió el mundo del dolor, llevando consuelo, llevando misericordia, llevando amor. -Usted está diciendo que una villa es como un pesebre gigante… -Me encanta esa idea. Sí, digo eso: la villa es como un pesebre gigante. Y de hecho vive pariendo vida. Y a uno le queda muy claro que la vida es más fuerte que la muerte, que el amor es superior al odio, que la esperanza es más fuerte que la tristeza. La vida no la detiene nadie. Uno ve en lugares de mucho dolor, de mucha oscuridad, de mucha muerte que la vida sale y no la detiene nadie. La vida depende de Dios. -Alguien que lea estas líneas podrá pensar con lógica que también de ese pesebre gigante proviene la delincuencia… -La delincuencia proviene de muchos lugares y no siempre o necesariamente de las villas. Son muchos los lugares donde proviene la delincuencia. Por eso hay que integrar, hay que hacerse cargo de la vida de nuestros hermanos como viene. El papa Francisco en una cárcel de Bolivia reflexionó en voz alta y se preguntó “¿por qué vos y no yo?”. La línea siempre es muy finita. Y si uno está de este lado es porque tuvo el privilegio o la Gracia de tener otras oportunidades o por haber resuelto determinadas situaciones de otra manera; pero no por otros méritos mayores. Otras veces el que está del otro lado ha tenido mucho más méritos que uno y tuvo que remarla más y terminó mal. No hay que escandalizarse, no hay que asquearse de la carne nuestra que está ahí. Y nadie está demasiado lejos de eso si lo mira de frente. No somos personas aisladas. –No obstante hay mucha cultura de la muerte, sea por falta de oportunidades o de abrazos o de lo que fuere… No estamos juzgando sino describiendo… -El rostro de la marginalidad es cruel, es cizañero, es el demonio. Cuando uno ve que la muerte llega de manera muy temprana, que no hay oportunidades básicas y elementales, entonces es cuando más evangelio hay que vivir. Porque también en ese mismo lugar se construye la cuna donde podemos construir una vida nueva. Por eso tenemos chicos que estaban en la calle consumidos por el paco, con tuberculosis, con embarazos, con hepatitis, con riesgo concreto de vida… y hoy están con sus hijos en brazos, llevando un proyecto de vida y de esperanzas. -Dentro de la villa está el Club Madre del Pueblo. ¿Qué es exactamente? -Es un club de barrio como los muchos que existen a lo largo y ancho del país. En nuestro caso buscamos conformar una familia que tenga su base en una identidad concreta. Teníamos en la villa a chicos que iban a un club fuera de nuestro barrio e incluso muchas veces negaban que eran de la villa por vergüenza o tenían que besar la camiseta del barrio de al lado. Y no había identidad. Por eso con el club intentamos dar una pertenencia propia del barrio. También elegimos los colores representativos del manto de la Virgen de Luján, que es la patrona de nuestra parroquia y ha estado presente a lo largo de su historia desde la dictadura cívico militar hasta nuestros días. Es decir, la Iglesia siempre ha estado presente. Por eso nuestros colores son el celeste y blanco, porque decimos que nuestra camiseta es una extensión del manto de la Virgen, que de alguna manera nos cubre y nos protege, especialmente a la niñez y a la juventud que está como carne de cañón. Por eso es un manto de esperanza. Y la identidad en el club la vivimos de manera intensa, donde bolivianos, paraguayos, peruanos y argentinos nos amistamos, nos hermanamos. -Sea más específico con respecto al club… -Nuestra columna vertebral es conformar una comunidad, una familia grande. En el club se ingresa a los cuatro años y se retira a los 18 años de edad y durante todos los días está acompañado por un mayor que es el “profe” que lo quiere, lo abraza, lo lleva por el buen camino, que le despierta vocaciones que a su vez nos proyectan hacia la vida. Y así la persona se va criando en un ambiente bien familiar, amando el deporte, amando la vida… gustando de la experiencia de vivir. Y siempre la integración. Por ejemplo, esto de venir a visitar Gualeguaychú para nosotros es un paso muy importante porque es la primera vez que salimos de la Provincia de Buenos Aires. Y ha sido una visita donde descubrimos que Gualeguaychú es una ciudad muy linda y que nos permite también compartir lo lindo que es también nuestro barrio. Ojalá que esto cierre recibiendo nosotros en la villa a alguien de Gualeguaychú. Eso es parte también de construir la Patria. -Habló de no ser indiferentes, de la integración. La solidaridad no debería ser entendida como una opción sino como una obligación… -Es así. La solidaridad en nuestra villa es un valor muy fuerte que está presente de manera cotidiana. La solidaridad es un sentido muy comunitario de la vida, muy de hermano, de hacerse cargo del prójimo, del más chico, del más pobre, del que está enfermo. En nuestro barrio no es raro que alguien que quiera rellenar su loza o levantar una pared convoque a sus vecinos para que le den una mano y así ocurre con todos los demás. Tampoco es raro encontrarse con un familiar que vino de Bolivia o Paraguay y es recibido en ese pesebre gigante. Tampoco es raro ingresar a una casa y encontrar que en una mesa están compartiendo el alimento los hijos con sus amigos del vecindario. O que vecinos se organicen para llevar los hijos de todos al colegio y así cubrirse con los tiempos que demanda las obligaciones laborales. Hay una solidaridad espontánea y por eso decimos que nuestra comunidad es una familia grande. -Cuesta imaginar el dolor ajeno. ¿Cómo del dolor se puede construir? -El corazón del Evangelio pasa por el dolor de todos. Pero no es un regodeo del dolor, es la victoria del amor, es la victoria de la vida. Así nos termina ubicando en el mismo plano, en hermandad, donde el dolor ajeno dejó de ser algo exclusivo y pasa a ser de todos y así, entre todos, se supera. Yo en la villa no voy a ayudar, sino que fui a vivir. Y es esa vivencia la que me permite ser uno con el otro. -Está bien, pero de todos modos usted abandonó ciertas comodidades para ir a la villa. -No lo vivo de esa manera. Para mí es un privilegio, una Gracia de Dios, no siento que sea un sacrificio. Es más, creo que la villa a mí me salvó la vida. –¿Cómo es eso? -La villa me salvó la vida. Me salvó de una vida superficial, vacía, apática y me la llenó de sentido, de humanidad, de Dios. Es más, hoy no podría salir de la villa, porque observo que en la sociedad se vive demasiado individualmente. -Usted está diciendo que dando está recibiendo… -Claro, olvidate. Ya me superaron y estoy perdiendo por goleada. Siempre estoy en deuda con la villa, con el hermano que sufre.