Encuentro 3: La Mística que nos anima – Gustavo Carrara
Gustavo Carrara
En las próximas páginas, intentaremos decir algo sobre la mística que nos anima o la mística que nos inspira de alguna manera. Obviamente, yo no soy depositario de esa mística, por consiguiente voy a enunciar algunas intuiciones que no están acabadas, no podemos decir esto es la verdad. Intuiciones que inviten, que ayuden a rezar y a pensar nuestra práctica, desde dónde nos paramos, qué nos anima, qué nos inspira.
La Familia Grande Hogar de Cristo, en primer lugar (puede que alguno no quiera ponerla en primer lugar, pero que sí la tenga en cuenta), es una respuesta pastoral que busca llevar el Evangelio de Jesús a la vida social, a la vida concreta de tantos que sufren, y mucho. Yo me pararía desde ese lugar: antes que nada la Familia Grande Hogar de Cristo es una respuesta pastoral. ¿Cuál es el momento fundacional de esta Familia Grande Hogar de Cristo (si lo miramos desde esta perspectiva pastoral del Evangelio de Jesús)?
Simbólicamente podemos decir que esta Familia nació del lavatorio de pies del Jueves Santo del 2008 cuando el Padre Pepe, el Padre Charly, el Padre Juan invitaron al Cardenal Bergoglio para repetir ese gesto de Jesús en la última cena. Y el Cardenal, junto con Pepe, lavaron los pies a chicas y muchachos que estaban empezando o retomando su lucha por vivir bien. Así en Barracas recordó ese gesto de Jesús en la última cena con sus discípulos. En ese momento se acuñó esa frase de Bergoglio, que era algo que él venía enunciando de una u otra manera pero que lo enunció con fuerza en ese tiempo: “hay que recibir la vida como viene y hay que acompañarla cuerpo a cuerpo”.
Es una frase que nos inspira. Porque a medida que los centros barriales vienen creciendo, se consolidan estructuras y las estructuras tienen cierta rigidez. Pero considero que las estructuras tienen que ponerse en diálogo con la vida porque si no ya no sirven. De ahí el valor de la frase: recibir la vida como viene y acompañarla cuerpo a cuerpo. El Cardenal después repitió este gesto en la Villa del bajo Flores, en el 2012, en el Centro Barrial Don Bosco. Ese Jueves Santo de 2012 también les lavó los pies a chicos y chicas del Bajo Flores. Recordemos el Evangelio que inspira este gesto. Lo transcribo a continuación: “Antes de la Fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quita sus vestidos y tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un cántaro y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con la que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro y éste le dice: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús le respondió: lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde. Le dice Pedro: no me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: si no te lavo no tienes parte conmigo. Le dice Simón: Señor, no sólo los pies sino hasta las manos y la cabeza. Jesús le dijo: el que se ha bañado no necesita lavarse, está del todo limpio y ustedes están limpios aunque no todos. Sabía quién lo iba a entregar y por eso dijo no todos están limpios. Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo: ¿comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman el Maestro y el Señor y dicen bien, porque lo soy. Y si soy el Maestro y el Señor y les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros porque les he dado ejemplo para que también ustedes hagan lo que yo he hecho con ustedes. En verdad les digo no es más el servidor que su amo ni el enviado más que quien lo envía. Felices ustedes si, sabiendo estas cosas, las practican.” (Jn 13, 1-17)
Tratemos de entrar en el contexto de esa escena, vayamos al Evangelio. Se acercaba la Pascua judía, la gente se preguntaba: ¿vendrá Jesús a Jerusalén? El Señor había hecho milagros, había multiplicado panes, había sanado con ternura el corazón de muchos. Generaba muchas expectativas. ¿Restaurará ahora el reino de Israel? ¿Se mostrará Mesías? ¿Nos liberará de los romanos? ¿Qué hará Jesús? Y él, se abaja y lava los pies de sus discípulos. Lo vemos a Dios sirviendo y lavando los pies de su criatura. Ahora bien, no sigue otra lógica que la lógica que el rico se hace pobre, el fuerte se hace débil y todo esto por amor. Este camino de descenso es el que lo va a llevar a la cruz. Pero volvamos a la escena del Evangelio. Pedro le dice a Jesús: “¿cómo me vas a lavar los pies a mí?” Y hay que entenderlo a Pedro, es el mundo al revés. Jesús quiere ocupar el lugar del esclavo y esto es importante.
Si nosotros, la Familia Grande Hogar de Cristo, somos fieles a ese texto del Evangelio otra de nuestras notas es poner el mundo al revés, patas para arriba, por así decirlo. Nuestro mundo hoy está construido según el modelo de la pirámide. En la cima se encuentran los poderosos, los inteligentes, los ricos. Son los llamados a gobernar y a guiar. En la base de esa pirámide están los inmigrantes, los cartoneros, los que están fuera del mercado laboral y también los chicos en los pasillos que fuman paco.
En el Evangelio, está Jesús ocupando el lugar de una persona de esa base de la pirámide, no de la que está encima. Ocupa el lugar de esas vidas que muchas veces parecen estar de sobra. Incluso esas personas son consideradas feas, molestas, sobrantes para sacárselas de encima. Jesús quiere estar en ese lugar. Parece que en un país como la Argentina hay mucha gente que estuviera de sobra, nosotros tenemos que dar vuelta el mundo.
De alguna manera, la Familia del Hogar de Cristo, si quiere dar una respuesta pastoral a tono de esta propuesta de Jesús, debería estar ahí. Jesús vino a transformar el modelo de la sociedad de la pirámide al cuerpo. Por ejemplo, en el capítulo 12 de la Primera Carta de San Pablo cada una de las personas tiene un lugar, cada una depende de la otra, cada una es llamada a cumplir una misión, los miembros del cuerpo que son más débiles son tratados con mayor delicadeza porque cada persona es sagrada, irrepetible, única. Jesús les dice a estos discípulos que lo escuchan y nos lo dice a nosotros: hagan esto entre ustedes, hagan esto con los más pequeños, lávense los unos a los otros, que no es otra cosa que decir “ámense los unos a los otros así como yo los he amado”, Evangelio también de la última cena, de Juan.
¿Cuál es la medida del amor, entonces? Amar sin medida. Otra de las notas de la espiritualidad, de la mística que nos anima es un amor concreto. La Semana Santa también nos presenta la contrafigura de este lavatorio de los pies, la vemos en Poncio Pilatos lavándose las manos. Piensa que de esta manera deslinda responsabilidades. Nosotros, como Familia Grande Hogar de Cristo, no tenemos que ser presurosos para deslindar responsabilidades. Le cabe al Estado, le cabe a tal lugar, le cabe a la institución, es verdad. Pero también nos cabe a nosotros, como mundo adulto, como Iglesia, que muchas veces hemos dejado en situación de abandono y orfandad a miles de niños y adolescentes. Por eso es importante no deslindar responsabilidades rápidamente.
Es una imagen fuerte la de lavarse las manos ya que, cada vez que pasamos frente a un hermano de los más olvidados, los preferidos de Jesús, nos convertimos en discípulos de Poncio Pilatos. Y también en algún momento uno tiene que confesar esto: a veces me comporté lavando los pies o dejándome lavar y a veces me lavé las manos como Poncio Pilatos. Recordemos que después de lavarle los pies a sus discípulos Jesús enseña una bienaventuranza: “felices ustedes si, sabiendo estas cosas, las practican”.
Las bienaventuranzas las encontramos agrupadas en dos textos, uno en Mateo 5 y el otro en Lucas 6. Felices los misericordiosos, felices los pacientes, felices los que trabajan por la paz, felices los perseguidos por practicar la justicia. Cuando hablamos de bienaventuranzas estamos hablando del corazón del Evangelio pero las bienaventuranzas, si uno espiga el Evangelio, mira con atención, uno las encuentra en varios lugares. En este caso, el Evangelio del lavatorio de los pies, termina con esta bienaventuranza: “felices ustedes si, sabiendo estas cosas, las practican”. Para profundizar esta idea que venimos trabajando, detengámonos en la siguiente bienaventuranza que se encuentra en Lucas 14, 12-14. “Cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete llama a los pobres, a los viciados, a los paralíticos, a los ciegos. Feliz de ti porque no te pueden corresponder pues te recompensará de la resurrección de los justos.”
Acá la imagen que quisiera tomar que suscita esta bienaventuranza de Jesús es la de sentar al banquete, sentar a mi mesa, con la fuerza que tiene sumar a la mesa de alguien para el Evangelio de Jesús, no es cualquier cosa, sumar a la mesa evangélicamente hablando. No se plantea la cuestión de dar de comer al pobre. No. Se plantea la cuestión de hacerlo parte de una comunidad, de una familia. Sentirlo parte de una comunidad y de una familia.
El Evangelio de Jesús siempre es claro. Permanecer cerca de la gente, especialmente de aquellos que están solos, débiles, necesitados. Ser su amigo, ser su hermana, ser su hermano, hacernos prójimos, hacernos familia. ¿Por qué hablamos de Familia Grande Hogar de Cristo? Es algo que, me parece, hemos tomado de los chicos y las chicas que acompañamos. Cuando nos adentramos en esta pastoral, en un primer momento, todos soñamos y de algún modo siempre lo esperamos (porque sabemos que daña), que los chicos dejen de consumir una sustancia.
Es un paso, una inquietud. A medida que uno va vinculándose con los chicos y las chicas del Hogar vemos la dramaticidad de la exclusión en la que viven y también nos ponemos a hacer cosas y hay que hacerlas para que la gente viva mejor. Hay que acercar la escuela, hay que acercar la salud. Al mirar en profundidad también descubrimos que hay una carencia de vínculos muy importante, una orfandad de amor muy importante. Por eso, los chicos al poco tiempo de estar en los centros barriales, creo que es nuestra experiencia, hablan del centro barrial como “mi casa” como “mi familia” como “mi hogar”.
Ellos plantean la cuestión. Pero, nuevamente, si nos descubrimos cuerpo, si nos descubrimos comunidad, si nos descubrimos familia, tenemos que confesar que muchas veces esos chicos a los que nosotros pretendemos “salvarles la vida” nos la salvan a nosotros. Porque nos abren a cosas a las que tal vez nunca hubiéramos llegado de otra manera. Nos hacen ser, de alguna manera, más humanos, tener una mayor sensibilidad. La Familia Grande entonces es familia extendida, que recibe, que abraza y que acompaña. En esa familia grande tenemos patronos. Una nota de la espiritualidad que nos anima es escuchar esos patronos también, algo tienen para decirnos y no son sólo un nombre sino que de alguna manera nos acompañan.
Don Orione, por ejemplo, tiene una frase que dice algo similar a lo siguiente: “Ante un chico o chica que sufre y que llega a la puerta de nuestras comunidades, de nuestra familia, no deberíamos preguntarle si tiene un nombre que lo recomiende, o qué nacionalidad tiene o qué religión tiene sino tan sólo preguntarle cuál es tu dolor, cuál es tu sufrimiento”.
Un patrono de uno de los centros barriales nos mete en un cauce muy decidor, preguntar cuál es tu dolor, cuál es tu sufrimiento, más que me traigas una ficha de derivación que, a veces las necesitamos pero a veces estamos más pendientes de la ficha de derivación que el dolor que trae y eso se percibe. Entonces otra de las notas, me parece, de la mística o de la espiritualidad es el tema de lo vincular, de generar vínculos con los chicos. Y ese generar vínculos, paradójicamente me parece, permite que los chicos ganen en autonomía y en libertad.
Me gustaría traer a colación un texto del papa Francisco sobre el tema de la familia. La homilía en la Misa de las Familias, cuando visita Ecuador, dice así: “la Familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia también forma una pequeña iglesia, la llamamos iglesia doméstica que es cuando junto con la vida encausa la ternura y la misericordia de Dios. Y en esta familia, de eso somos testigos, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que se tiene a mano. Y muchas veces no es lo ideal, no es lo que soñamos ni lo que debería ser”.
Creo que este texto también habla de nuestra familia del Hogar de Cristo, la Familia Grande, que quiere acompañar la vida. A veces la Familia se hace escuela, a veces la familia se hace capilla, a veces la familia se hace hospital de campaña y no cuenta con todos los recursos. Tenemos muchos límites pero si confiamos vemos también que ocurren milagros en la vida de las personas. Lo que no esperábamos por ahí se da. Hablando de Francisco, el Papa, como Familia Grande Hogar de Cristo, deberíamos leerlo más porque tenemos mucha miga ahí en lo que el Papa va diciendo.
Por ejemplo, hay un texto muy lindo del Evangelii Gaudium, el número 24, donde podemos decir que la familia grande primerea, la familia grande se involucra, la familia grande acompaña, la familia grande fructifica y la familia grande celebra. El Papa nos puede dar luz también para esta mística que nos anima.
Creo yo que lo que está haciendo Francisco en este momento es un signo del Espíritu Santo que le está marcando a la Iglesia por dónde tienen que caminar, le está recordando cómo vivir el Evangelio aquí y ahora, hoy. Y creo que no le estamos dando lugar o demasiado lugar en nuestro corazón y en nuestra vida de nuestras comunidades.
También hay otros textos de Francisco (Por ejemplo los discursos a los movimientos sociales) que marcan un camino, una mística, le ponen una premura, una radicalidad de decir “bueno, no nos podemos dormir, no podemos esperar, hay que encarnar el Evangelio hoy, aquí y ahora acompañando a los más pequeños”. De la exhortación Evangelii Gaudium tomaría un texto que habla de la Resurrección. Nosotros tenemos que celebrar.
A veces uno se deja tentar por las grandes cosas, por la grandilocuencia: logramos esto e hicimos esto grande, lo cual nos puede dar cierta satisfacción pero hay que también aprender a leer las pequeñas cosas, los pequeños pasos. Como dice Francisco: “un pequeño paso de una persona que ha sufrido tanto como han sufrido o sufren muchos de nuestros chicos, a los ojos de Dios, es mucho más valioso que infinitos pasos que puedan dar personas que no han sufrido lo que han sufrido”. Eso es muy del Evangelio.
Tenemos que estar atentos para descubrir esos pequeños gérmenes de vida, de resurrección y saber celebrarlos. Por ejemplo, que una chica o un chico en un momento te ponga en jaque y frente a la pregunta “¿pero vos no querés vivir más?” te diga: “sí, no quiero vivir más”. Y uno dice “¿para qué le pregunté? ¿mejor me voy”. Pasar de eso, de ese poco apego a la vida a ver la sonrisa del chico o la chica y que se empiece a despertar la pasión por vivir es algo grandioso. Y eso lo vemos en la Familia Grande Hogar de Cristo y tenemos que aprender a celebrar cada pequeño paso porque también la vida es así: celebrar las pequeñas cosas, celebrar los pequeños pasos, celebrar los pequeños triunfos.
Para terminar, en los números 276-279 del Evangelii Gaudium, Francisco habla sobre la Resurrección: “Su Resurrección no es algo del pasado, entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la Resurrección. Es una fuerza imparable. La Resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de un mundo nuevo y, aunque se las corte, vuelven a surgir. Porque la Resurrección del Señor ya ha penetrado en la trama oculta de esta historia. Como no vemos siempre esos brotes nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos porque llevamos este tesoro en recipientes de barro.
Esta certeza es la que se llama sentido de misterio, es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor, seguramente, será fecundo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sincera por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia”.
También nosotros estamos llamados a descubrir y celebrar esos pequeños triunfos del amor, de la vida, de la Resurrección de Jesús en la vida de los chicos y de las chicas. Por último, sobre todo para los que somos más viejos en este camino de los centros barriales, siempre es bueno dejarse interpelar por el Evangelio porque si pensamos que estamos bien, que somos unos fenómenos, que somos lo mejor que hay en este rubro… Debemos volver al Evangelio y dejarnos interpelar.
En este caso por un texto del Apocalipsis. El Apocalipsis tiene las famosas siete cartas. En una de esas cartas, a la Iglesia de Éfeso en el capítulo 2, 4 dice: “dejaste enfriar tu amor primero. Conozco tus obras”. Y cada uno de nosotros en los centros barriales podemos decir estamos haciendo esto, hicimos esto, estamos con este proyecto, hemos crecido acá y allá.
Es linda esta frase del Apocalipsis: conozco tus obras, las agradezco, las valoro (en esa línea va el texto) pero debo reprocharte que dejaste enfriar tu amor primero. Un ejemplo de esto puede ser poner la pasión y el fervor en cosas secundarias, en tareas secundarias y, con esto termino, hay que volver a lo primero: recibir la vida como la vida viene, acompañarla cuerpo a cuerpo, no poner la pasión y el fervor en cosas secundarias. Y eso es un arte, es difícil, a todo nos pasa.
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