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Encuentro 2: Antropología Cristiana – Hugo Ortiz

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Encuentro 2: Antropología Cristiana – Hugo Ortiz

Hugo Ortiz

La Filosofía se ha alejado del mundo y de las cosas que pasan en el mundo. Los filósofos de la antigüedad eran parte de la ciencia, de la cultura, de la política. La Filosofía, sobre todo contemporáneamente, se ha alejado un poco de la discusión más cotidiana. Y aparecieron otras lecturas del mundo: la sociología, la psicología, ahora la neurociencia, han ocupado ese lugar y ese espacio de explicación del mundo.

Durante mucho tiempo di clases de Filosofía a gente muy distinta, de edades muy diversas (chicos de colegios secundarios, universitarios) y siempre me desafiaba saber cómo llegar a la distinta gente que tenía delante. Yo daba clases en La Plata, vivía en Buenos Aires así que ya era todo un desafío ir, sin auto, dar Filosofía a administradores de empresas un martes de 9.15 a 11 de la noche. Indudablemente era algo que tenía que querer mucho porque ni ellos ni yo queríamos estar ahí. Pero la verdad es que tengo muy buenos recuerdos. Uno de ellos, es haber pensado que si yo quería trabajar de esto tenía que estar muy atento a ver cómo lograr una conversación con la gente que estaba ahí, a esa hora, en ese lugar. Lo primero que entendí es que, en el fondo, hay mucha gente que construye una idea de lo que es la Filosofía que está muy lejos de lo que es la Filosofía, piensa que es algo súper complejo o para gente muy especial, pero es como todo.

¿Vieron que cuando uno empieza a ir al médico mucho ya al final lee los informes médicos y sabe de qué se trata? Al principio es algo oscurísimo y después al final entendés. Lo mismo pasa cuando hay una situación ligada al Derecho, al principio no entendés nada y después cuando por una razón u otra empezás a familiarizarte con ello, después entendés. Es un lenguaje, es una forma de explicar algo muy específico, una inquietud muy específica del mundo.

Entonces el primer desafío que yo encontré fue cómo hacer para acompañar a la gente en ese proceso de incorporarse en una nueva forma de hablar sobre el mismo mundo que ellos viven, del que piensan otras cosas. Eso fue para mí el gran desafío. Y la idea de esta charla tiene que ver con eso, con el desafío más importante que es la desorientación que al principio pueden sentir algunos y que, al final, resulte una conversación y menos un monólogo, si logro eso me voy a sentir muy satisfecho.

Con el Padre Charly conversamos sobre este tema y dijimos que había dos grandes tendencias en el presente. Una es que la idea que yo tengo sobre las cosas me haga tanta presión sobre mis decisiones al punto de que esa la idea gane todas mis decisiones. Es decir, que lo que pienso sobre las cosas termine absorbiendo todo lo que hago. O, en línea contraria, lo que hago es tan complejo, tan difícil, exige tanto de mí, que me olvide de pensar. Entonces, en la práctica, terminé siempre haciendo cosas y no sé bien ni por qué, si se contradicen con otras. Claro, cuando uno tiene que estar decidiendo todo el tiempo y sobre cosas relevantes, al final no hay tiempo para pararse a pensar un poco.

Estas dos cosas, que parecen dos puntos opuestos, en el fondo, tienen algo en común y es que lo que sea que uno haga, sea más o menos consciente, tiene detrás una idea que representa, siempre. Ruth Sautu que es una socióloga argentina, dice todo es teoría y una parte es cierta. Tal vez no podamos desestructurar verdaderamente lo que estamos haciendo pero cuando nosotros decidimos algo, cada vez que decidimos algo, estamos viendo las cosas de un modo, juzgándolas de un modo, y a nosotros de un modo particular respecto de eso y decidiendo con ideas, supuestos, aunque no las hayamos nunca pronunciado. Ese es el gran desafío.

El gran desafío es ¿qué pensamos, qué piensa la tradición de la iglesia, respecto de lo que es el hombre? Las personas que están ahí en el trabajo que ustedes llevan adelante todos los días. Quiénes son esas personas o qué es lo que puede decir la tradición de pensamiento de la Iglesia. ¿Para qué? Para que la idea que uno trae absorba lo cotidiano y yo pueda ver a las personas que están ahí adelante y reconozca esa humanidad y cómo se configura esa humanidad. También para que cada tanto frene y recuerde en las miles de decisiones que uno tiene, quién es ese que está ahí detrás. La idea es volver a pensar un poco en quién es el hombre que tenemos todos los días delante, al que miramos y sobre el que tenemos que tomar decisiones muchas veces también de acompañar.

De ahí, hablar de Antropología Cristiana. Antropología es lo que entendemos o pensamos sobre el hombre y Cristiana porque pensamos al hombre a la luz de la tradición filosófica y también teológica seguramente de la Iglesia y lo que tiene para aportar. La tradición filosófica de la Iglesia es una herramienta muy poderosa teóricamente, aunque tenga mala fama y aunque uno no le confíe demasiado. Lo que se ha construido a lo largo del tiempo sobre lo que es el hombre en esta época es una herramienta muy poderosa porque explica mucho más que otras. O sea, lo primero que yo los invito es a tener un poco más de confianza en eso porque a veces nos viene un poco de pudor, ¿hablamos de espíritu? ¿Delante de quién? ¿Qué van a pensar si yo digo espíritu o alma?

La construcción que se ha hecho es muy poderosa, ¿saben por qué es muy poderosa? Por algo que siempre trae a colación Charly, porque ese hombre que encontramos es una realidad muy compleja, quiere decir que tiene muchas dimensiones, que se ponen en juego muchas cosas y para explicar una cosa muy compleja necesitamos un conjunto de ideas muy complejas, que tiene muchas dimensiones y que es capaz de explicar todo ese conjunto de cosas que pasan. Justamente, la Antropología Cristiana tiene ese poder teórico, de explicar muchas cosas de la realidad, incluso las que inmediatamente la gente tiende a solucionar rápido corriendo del medio.

Entonces el primer mensaje es: confíen en esa tradición de pensamiento porque, intelectualmente hablando, tiene mucho poder de explicar el mundo y da muchas más respuestas de las que podemos creer al principio, no sólo en cuestiones de fe. Como el canto rodado, son 2000 años de historia rodando un pensamiento, cuando había por ahí un pensamiento que era lúcido, que era interesante, la Antropología Cristiana lo tomó, cuando tenía una parte que estaba muy en roce con otros pensamientos las fue limando. Es un pensamiento que se construyó en 2000 años. No estamos hablando de un pensamiento que nació, que apareció como una luz, de repente, en el siglo XX. No, 2000 años explicando, 2000 años en diálogo con otros pensamientos, tiene una riqueza que nosotros tenemos que descubrir. Eso es lo más importante, esa riqueza que hay que empezar o volver a reconocer. Y volver también a reconocer para afuera porque a veces nosotros la reconocemos y no siempre nos animamos a sostenerla o a decirla.

Hasta aquí fue un preámbulo, una primera parte, para introducirnos al tema. Lo que vamos a hablar es de un conjunto de ideas que se construyeron durante mucho tiempo y que explican un montón de cosas de las que nos pasan cotidianamente. Eso es la Antropología Cristiana. ¿Por qué es una idea muy poderosa? Porque la persona, el hombre, es un ser muy complejo. Complejo significa todo lo que se les ocurra que es complejo. O sea, que tiene muchas dimensiones, que es difícil, que se juega por un lado y por momentos por otro, que cada vez que uno lo mira y cree que lo abarcó y que dice “ah ya lo entendí”, ya no está más ahí. Eso es un poco lo que significa la complejidad. Por eso es muy difícil definirlo. Si bien, todo el mundo tiene una definición, porque uno operativamente necesita ciertas definiciones para avanzar, es preciso recordar que una definición es un elemento para explicar, pero que no agota la totalidad de lo que está ahí adelante, eso es como la premisa.

La Antropología Cristiana busca dar una respuesta acerca de lo que es el hombre, pero no pretende reducir al hombre a una respuesta o a una frase sintética que le permite transportarlo de un lado a otro. Es lo que les pasa a ustedes, todos los días conocen a personas, ¿qué será personas? De algún modo está explicado por el término “personas” pero cada una de esas personas es más que el término “persona”. Eso mismo, esa lógica es la que hay que entender. Queremos saber qué es el hombre sabiendo que los hombres son más complejos incluso que la definición que damos, eso es lo que expresa inmediatamente la complejidad.

Vamos a empezar diciendo que el hombre está hecho de muchas dimensiones, de muchos planos, que hay muchas cosas que cuando uno quiere contar quién es el hombre tiene que considerar. Algunas de ellas son: el cuerpo, el espíritu, su relación con otros, su relación con Dios. Todo eso es parte y distintas dimensiones o capas, aspectos, ámbitos de lo que es el hombre.

Hay una idea, para mí es muy luminosa respecto de la explicación de esas dimensiones del hombre y es el término dialéctica. Acompáñenme unos párrafos por un terreno más árido para luego tener más claridad.

La palabra dialéctica, es una palabra que se usa mucho en Filosofía. El primer paso que damos sobre la palabra dialéctica es la relación entre dos cosas que son distintas. Madre e hijo tienen una relación dialéctica. Son dos distintos ligados por algún tipo de relación.

¿Por qué el término dialéctico es importante? Porque en lugar de pretender terminar todo en una explicación cuadradita y cerrada lo que dice el término “dialéctica” es que se pone en juego muchas cosas, lo primero que dice, la antropología cristiana, orientadora de la mirada para la intervención cosas que a veces son contradictorias. Dialéctico entonces tiene que ver con la persona humana.

Podemos distinguir en la historia del pensamiento dos modos de entender o de resolver la dialéctica. ¿Vieron que cuando algo está en alta tensión, que tiene como dos partes, siempre tiene que ganar uno? Cuando hay dos, hay que resolver el problema, no podemos vivir en tensión. Alguien tiene que tener razón y alguien no, alguien tiene que ganar y el otro tiene que salir derecho con la cabeza gacha porque estamos más cómodos así. La dialéctica viene a decir: no resolvamos todavía. De hecho, esta idea de resolver es lo que yo entiendo por dialéctica negativa. Es la acción de ciertas personas o pensadores que, frente a algo que ven dialéctico, dicen: “no las dos cosas no, una de las dos”. O las dos desaparecen y ya no son lo que eran y se transforman en una nueva, distinta; o una absorbe a la otra y se transforma en la primera; o una destruye a la otra y se acabó y queda una sola combatiendo. Eso sería la dialéctica negativa, es decir, cuando uno se enfrenta a una realidad dialéctica ¿qué es lo que tiende a hacer? Bueno, si está como en tensión de dos partes, yo me quedo con una. Y me explico o que la absorbió o que la destruyó o que la anuló, pero no sostengo estas dos.

La segunda manera de entender la dialéctica se llama con una frase larga y difícil, dialéctica de la implicancia y la copresencia, es un término acuñado por un filósofo italiano contemporáneo que se llama Michele Federico Sciacca. Esta dialéctica dice que en una relación dialéctica de implicancia y copresencia, esos dos que se encuentran en relación dialéctica exigen de su contrario para seguir siendo lo que son. Dos cosas encontradas en relación dialéctica requieren del otro pero no para anularlo o absorberlo sino para ser lo que son, no para perderse en el otro sino para ser lo que son. Madre e hijo tienen relación dialéctica de implicancia y copresencia porque la madre es madre por el hijo; y el hijo es hijo por la madre y si no fuera por la madre no sería el hijo. El hijo para ser hijo necesita de su contrario, necesita que exista su contrario. Pero, no para que exista su contrario y él no, sino que para ser él mismo requiere del contrario. Para ser ella misma es su condición de madre, necesita de la existencia de su hijo.

Entonces, la dialéctica negativa anula una. La dialéctica de implicancia y copresencia dice “tienen que existir los dos”, el otro existe para que yo sea quien soy, propiamente hablando. Ahora bien, ¿Qué necesidad hay de pensar todas estas cosas? De hecho, hay muchas cosas de la persona que tiene que ver con esto. En la realidad concreta se ponen en juego, aunque no lo sepamos, un montón de estos conceptos. Aunque no podamos nunca esgrimirlo y pensarlo bien pero se ponen en juego un montón.

Definamos algunas dimensiones. Es necesario que aclare que mi idea es aportar con algunas dimensiones que se explican mejor a partir de la dialéctica de la implicancia y la copresencia pero lo que desarrolle en este texto no agota al hombre ni todo lo que podamos decir refiere al hombre, si no todo lo dicho al principio no tendría sentido. La primera dimensión que es interesante analizar según estas categorías del hombre, es la dimensión del individuo con respecto a la sociedad. Sería como una relación dialéctica. Todos sabemos que estamos insertos en un grupo social y que, de alguna manera, nos vincula a eso. Por un lado, nos sentimos distintos pero, por otro lado, muy parecidos a los lugares donde estamos o a la sociedad, o a la comunidad que conformamos.

Entonces hay una primera relación dialéctica de la persona primera. Entonces, en este sentido, complejidad significa reconocer dimensiones y reconocer el juego dialéctico de esas dimensiones. El primer espacio o dimensión que analizamos de la persona es la relación de la persona con la sociedad. ¿Qué dirá la dialéctica negativa cuando se enfrenta al dilema persona – sociedad? Uno de los dos. Entonces, hay quien opina que todo en el hombre (particular, individual) se explica por la sociedad. Yo tengo dos y como no soporto esa tensión anulo uno. ¿Y qué dice quien opina esto? “En el fondo las personas no son nada particularmente, todas se explican por lo que conforman como sociedad”.

Entonces, en la dialéctica de individuo y sociedad, queda absorbido el individuo y lo único que impera es la mirada social, del todo social. La contraria, pero también dialéctica negativa ¿cuál sería? En el fondo, lo social es un artificio que no explica nada de la persona. Sino que lo único importante en una sociedad es como la suma absolutamente estéril, diría yo, de las personas. No hay algo así como una comunidad o como una sociedad sino una suerte de cúmulo empaquetado de individuos que, finalmente, no tienen que ver unos con otros.

Esas serían las opciones de la dialéctica negativa. O todo en el hombre se explica por la sociedad o, en realidad, la sociedad no tiene nada que ver con la persona y sólo encontramos individuos aislados, uno al lado y amontonados con los otros. Esas serían dos formas de dialéctica negativa.

¿Qué dice la Antropología Cristiana de eso? ¿Qué tiene para aportar la Antropología Cristiana? Lo que tiene para aportar con este concepto de dialéctica de implicancia y copresencia es que la persona es el fundamento último de lo social. O sea, no se puede explicar lo social sino es por las personas que lo componen. Tiene más peso ontológico en ese sentido las personas que la sociedad como un todo. Pero no hay nadie que sea totalmente la persona que es si no es también porque los otros que lo vinculan han hecho con él. Nosotros somos y también somos por nuestro vínculo con otros. Nos constituimos y nos vamos haciendo las personas que somos, no sólo por lo que trajimos sino también por lo que fuimos obteniendo de otros.

Entonces, es muy difícil la tensión porque ¿qué somos nosotros? ¿sociedad o individuo? Somos personas, somos individuos, pero también somos lo que somos por la sociedad en la que estamos. El desafío acá es tratar de evitar la lógica excluyente. Entonces está mal hecha la pregunta ¿qué somos? Nosotros somos personas. Pero ¡ojo!, las personas son individuos que han sido también determinados o condicionados en lo que son por la gente que los ha rodeado.

Esto es empezar a entender una de las dimensiones con respecto a la dialéctica de implicancia y copresencia. La persona que somos es la que es por las personas que están cerca nuestro y la sociedad es también por las decisiones que las personas toman; pero las decisiones que las personas toman también las toman por los contextos en los que están.

Primer punto entonces, todo el tiempo ir tratando de conservar las dos cosas. No resolver la tensión que es lo que uno rápidamente querría hacer.

En este marco, mirada de la intervención de la prevención en términos estadísticos es una mirada muy interesante. Porque estas dos dimensiones aparecen siempre en tensión en nuestras prácticas cotidianas y siempre aparece también la tentación de resolver la dialéctica en uno de los polos. Piensen ustedes en el que está en una oficina pensando en las políticas públicas. ¿Cómo piensa las políticas públicas? Probablemente, mirando estadísticas. La estadística mira el dato social pero Juan está sufriendo, ¿qué hacemos con Juan? Si yo sólo miro, si a mí sólo me importa el dato estadístico estoy resolviendo la tensión dialéctica en el polo de la sociedad.

Hay muchos ejemplos de resolver la tensión dialéctica en el polo de la sociedad. En el último tiempo aparecen muchas corrientes que dicen: “el problema del consumo en una sociedad de consumo es un problema social y cultural”. Y tienen razón. Nosotros estamos en una sociedad de consumo y en esta sociedad de consumo se consume todo. Somos en la medida en que consumimos. Y el mensaje en la televisión, en las revistas es todo el tiempo: “consumí, consumí, pero no consumas droga”. ¿Cómo es ese mensaje?

Entonces los que, de algún modo, resuelven la tensión en el polo de la sociedad solo van a decir: “hay que intervenir, nuestra intervención tiene que ser en la sociedad, no en el individuo”. ¿Cómo es la intervención en la sociedad? Bueno, evidentemente, hay que trabajar las representaciones sociales, cuál es el contenido de las ideas que tenemos como sociedad sobre un tema. Entonces, si nosotros identificamos al pibe que tiene un problema con la droga con el delincuente, cada vez que veamos un pibe fumando un porro vamos a decir “este es un delincuente”, y cerramos la puerta en casa. Por eso, es necesario cambiar las representaciones sociales, las ideas que tenemos. Y tenemos que generar redes nuevas, tenemos que trabajar sobre la sociedad para que se generen vínculos como nuevas redes.

Este tipo de intervención está muy presente, es una mirada muy presente en algunas políticas de adicciones. Es una limitación más de espacio de quienes miran lo macro, los que tejen la política pública.

Otra mirada, que está más presente en instituciones tiende a resolver la tensión dialéctica en el polo del individuo y entonces ese pibe que tiene problemas con la droga viene a hacer un tratamiento y hacemos terapia y hacemos grupo de autoayuda y hacemos un montón de trabajos sobre la persona y nos olvidamos que el pibe está en una sociedad de consumo. Nos olvidamos que tiene vínculos, amistades, que está inserto en un barrio, en una comunidad que tiene características particulares y pensamos que el tema es un tema de salud individual. La persona hace un tratamiento y ya está resuelto, cuando vuelve a su casa. Pero después nos asombramos porque “recayó” como si la culpa o la responsabilidad fuera de esa persona y nosotros nos olvidamos que no es sólo el pibe sino también es el panadero de la esquina que le podría haber dado trabajo, es la señora que cuando él pasa cierra la puerta rápido expresándole su miedo y su desprecio. Pero nosotros centramos nuestra intervención en la persona.

Pensar desde la Antropología Cristiana es pensar en la persona, en la sociedad, en la comunidad y en la cultura. Nosotros no podemos pensar nuestra intervención solamente en el pibe que viene a pedir ayuda y en todo caso su familia. Nosotros tenemos que mirar más grande. ¿Cómo miramos más grande? Bueno, por ejemplo, con ese pibe que tiene un problema para acceder al sistema de salud, probablemente, haya que buscar algún tipo de cambio en el sistema de salud. Lo acompañás una vez, dos veces, tres veces, diez veces al hospital y tenemos que ir modelando esa puerta de entrada del hospital para que sea más amigable con los pibes que tienen el problema como este pibe que estás acompañando. Y así como el hospital, las oficinas de los ministerios de Desarrollo Social, de Trabajo, las empresas y demás organismos.

Y así como pensamos entonces, nuestra intervención en el pibe, además de que tiene que cambiar el pibe, tiene que cambiar el mundo alrededor de él. Nosotros tenemos que trabajar en eso. Que cambie un poquito la guardia del hospital, hacer programas más amigables pero también tenemos que hacer fuerza para que ese pibe que está haciendo un camino tenga alrededor una comunidad que lo banque, que lo haga sentir querido, que lo apoye. Si vos lo largás solo ¿cómo va a hacer eso?

Nuestra intervención, desde esta óptica de la dialéctica de implicancia y copresencia, desde la óptica de la Antropología Cristiana, mira al individuo, mira a la persona pero mira también las instituciones, la cultura, la comunidad porque si no mira eso resuelve mal la tensión. Pensar que con que solamente el pibe haga un tratamiento, él individual y en todo caso su familia, pensar así es pensar resolviendo mal la dialéctica. Es pensar que era un problema individual cuando nosotros decimos que es un problema tanto individual como un problema social.

Por eso es importante que nosotros sepamos cuál es el objetivo de nuestras prácticas. Nosotros trabajamos para que cambie Juan, lo ayudamos, estamos con él, lo acompañamos para que se genere una comunidad, para que se transformen las instituciones y para que en esa comunidad empecemos a vivir y a pensar de otro modo, a instalar algún cambio cultural que también permita otra vida. No podemos resolver la tensión matando un polo. Tenemos que pensar nuestras prácticas desde esta lógica.

La idea, en estas páginas, es ver cómo hay ciertas decisiones que uno puede no juzgar pero que siempre tienen detrás una forma de entender el mundo. No hay manera de quedar indemne, por un lado, y, por otro, de tomar una sola opción siempre. Aparte de ser poco práctica la filosofía tiene otro problema esta forma en particular que es que si hay una forma de aceptar más complejamente el problema no siempre va a ser así, no siempre va a ser esta. Sería mucho más fácil decir “bueno, entre dos cosas yo me quedo con una”. No, el desafío más importante es que, la Antropología Cristiana dice que para conocer al hombre hay que ir por toda su complejidad, no se puede dejar afuera un pedazo.

Es un poco el límite que tienen otras ciencias. Por ejemplo, de la sociología. Esta suele mirar a la sociedad como un todo y, en general, analiza al individuo como una parte de esa sociedad. No se detiene a analizar cada una de las personas y las decisiones que toma sino el funcionamiento más general ¿y eso está mal? No, eso no está mal. Eso es la sociología y la perspectiva sociológica. ¿Y entonces no escuchamos nunca más a un sociólogo porque no nos importa? No, todo lo contrario. La mirada que tiene la socilogía respecto de la sociedad es muy poderosa porque entiende cómo funcionan esos mecanismos y todo lo que dice sobre el modo de intervenir sobre los individuos de las comunidades y de las sociedades en general es muy útil. Lo que nosotros tenemos que recordar es que no es la última mirada sobre el problema. Y la mirada individual, la de las personas concretas y sus problemas concretos no hay que descartarlas; todo lo contrario, hay que incorporarlas porque son las que nos impiden olvidar por dónde pasa la mano porque la persona es la cuestión.

Hay una frase que es muy interesante de Francisco Leocata que las ciencias como la sociología y la psicología tienen la capacidad de ver muy profundo un problema pero es como mirar con una lupa. Cuando yo miro con una lupa veo muy bien un problema, pero todo lo que está alrededor se me escapó. No está mal, es la forma particular del mundo el desafío de los que están en otro lugar, es tomar eso que precisamente sabemos que funciona y sirve pero no olvidar nosotros que no es el único factor de explicación de todo lo que hay ahí adelante, que es una parte importantísima pero que no se acaba el problema en esa mirada y en esa óptica.

Entonces insisto, y esto es muy importante, el mensaje no es que los que miran a partir de considerar sólo un aspecto lo hacen mal, no. No hay manera de no restringir de algún modo para conocer en profundidad un problema, lo que pasa es que nosotros tenemos que recordar siempre que es sólo una parte de ese problema complejo, no renunciar a la complejidad, alguien tiene que evitar renunciar a la complejidad. El aporte de cada mirada es importante, pero tenemos que estar atentos a no olvidar la complejidad.

Frente a la complejidad la respuesta que aparece como más a la mano es la interdisciplina. Entonces van a ver que para cualquier decisión, para ver si este pibe se interna o no se interna, para poder evaluar una persona con algún problema en su salud mental aparece la interdisciplina. ¿Qué es la interdisciplina en la práctica? Y bueno, sentamos a un psicólogo, un psiquiatra, un trabajador social, quizás algún otro especialista y mirar la integridad, comprender la vida entera, la mirada holística. Salir de la lupa de la especialidad requiere pensar que el todo es más que la suma de las partes. Ese es un mandamiento del paradigma de la complejidad. El todo es más que la suma de las partes. Juan es más que la mirada del psicólogo, del psiquiatra, del trabajador social, del sociólogo.

De hecho, pensémoslo en la práctica, lo que nosotros sabemos en los centros barriales es que sólo con eso no alcanza porque ¿quién lo acompañaba a Juan a sentarse tres horas en la guardia del hospital para verlo al psiquiatra si no tiene control de impulsos, si no puede quedarse? Supongamos que estás en una institución y Juan pasa por uno, por otro, por otro y por otro. En un rato ya vio a los cuatro profesionales, los vuelve a ver en una semana. ¿Y el resto de la vida con qué se come? ¿Cómo hacemos? La suma de las partes no abarca la totalidad de la persona ni tampoco la totalidad del problema. Si bien la interdisciplina es mejor que la mirada lineal de una sola ciencia, no cabe duda y es importante pero hace falta una mirada integral, una mirada más compleja que mira a la persona en todas sus dimensiones, como mira la mamá, como mira el papá. La mamá no puede decir yo soy especialista en psicopedagogía o en salchichas con puré. La mamá es mamá de todo, de cómo le va al pibe en el colegio, de las vacunas, de la ropa que se pone y de las salchichas con puré.

Entonces cuando nosotros queremos armar un centro barrial, nosotros buscamos encontrar la mirada que tiene la familia. Es una mirada que está atravesada por el amor, que mira íntegramente a la persona en todas sus dimensiones, incluso en aquellas para las cuales no tenemos un profesional. Ese es el primer plano. Esas ideas que parecían tan teóricas al principio se ponen en juego en cosas muy cotidianas.

Hay otra dimensión que es muy característica, y es una riqueza, de la mirada de la Antropología Cristiana que es la relación entre cuerpo y espíritu. De vuelta, relación dialéctica, dos principios: cuerpo-espíritu. ¿Qué hace la dialéctica de la negatividad o dialéctica negativa con esta relación? Absorbe o elimina uno de los dos. ¿Cómo serían las opciones de eso? Una, la opción de decir: “Ustedes no han entendido nada, le ponían nombre de espíritu a lo que no entendían, pero ahora que sabemos un montón, entendimos que todo en el hombre se explica a partir de su entramado biológico, neuronal, físico, etc. etc.”. O sea, en el fondo somos un gran combo físico y químico y toda la persona está explicada en ese tema. Es decir, a esta tensión dialéctica entre cuerpo y espíritu, algunos dijeron el espíritu es una forma vieja de explicar un problema, en realidad la persona se reduce a su biologicidad.

¿Cuál es la otra opción? Que muchas veces está dando vueltas también. Esa que piensa que como el espíritu es una parte muy importante de la persona y detrás del espíritu la religiosidad y el encuentro con Dios, como eso que es lo espiritual lo hace tan distinto de los otros parece que fuera lo único importante, que es otra forma más subrepticia de anular la tensión eliminando un pedazo. Y entonces pareciera que el hombre no es lo que tiene que ver con su cuerpo o que en su cuerpo sucede lo malo y lo negativo porque lo bueno, lo verdaderamente bueno, va por el lado del espíritu.

¿No sé si les pasó alguna vez de encontrarse con gente que dice bueno lo corpóreo está ahí pero lo importante está en otro lado? También esa es una forma de resolver insuficientemente la tensión dialéctica; ya sea anulando la espiritualidad dentro de una explicación de combo material, ya sea diciendo lo físico y lo corporal no importa, lo único que importa es el alma.

¿Cuál será la mirada de la Antropología Cristiana? La más difícil de todas, la que intenta conjugar que la persona está hecha de cuerpo y también de espíritu; la que intenta decir, por ejemplo, que no hay nada de lo que hagamos, incluso lo biológico, que no esté atravesada por nuestro espíritu. Una imagen que me llama mucho la atención: ¿cuántos animales calculan las calorías de sus comidas? Ningún ser de la naturaleza hace algo así, tan atravesado por lo espiritual. ¿Alimentarse es comer para nosotros? Nosotros armamos un show alrededor de la mesa, la gente, el vino, la coca, la música; no nos alcanza con comer. Biológicamente nos alcanza con comer y sin embargo no toleramos simplemente comer.

Otro ejemplo, es reproducirnos. ¿Nos alcanza reproducirnos? ¿O le ponemos un grado de complejidad incluso a la percepción del placer? No hay nada que la persona haga biológicamente que la haga puramente biológica. Nuestro cuerpo está atravesado por lo espiritual, todo lo que hacemos con nuestro cuerpo está teñido de una forma muy particular de ser. Pero, justamente, la dialéctica de implicancia y copresencia decía que reconocemos la propia individualidad en el reconocimiento de la otra parte. Por ejemplo, comer como comemos los hombres es comer al modo humano, no es hacer algo espiritual, es hacer algo corpóreo pero en el modo único y exclusivo en el que lo hacemos nosotros. Dialéctica de implicancia y copresencia significa no dejar de reconocer lo biológico en alimentarse sino reconocer que eso biológico se hace de un modo único en virtud del reconocimiento del otro término o el otro punto dialéctico que es el espíritu.

Y lo mismo pasa al revés. Lo puramente espiritual, los actos de absoluta libertad, de amor, de renuncia incondicional contra todos los instintos, el acto de encontrarse con Dios, la capacidad de Dios; son imposibles sin nuestro cuerpo. Cuando uno quiere rezar, tiene que disponer también su cuerpo para lograr determinado espacio. Cuando uno quiere amar a otro necesita expresarlo físicamente, aunque sea tocándolo, cada uno sabe cómo lo expresa. Lo más espiritual en las personas también está atravesado por lo corpóreo.

La expresión “espiritualizar el cuerpo y encarnar el alma”, es lo que explica la complejidad de la persona. Somos el cuerpo y el espíritu que somos. Y el cuerpo es el que tenemos gracias al espíritu que tenemos y nuestro espíritu es el que es por el cuerpo que nos constituye.

No hay nada de lo que hagamos propiamente humano que por ser biológico sea puramente biológico y no hay nada de lo que hagamos por ser humanos que por ser espiritual sea puramente espiritual. Lo que no significa que no sea espiritual por estar inmerso en lo físico o, que no sea biológico porque está inmerso en lo espiritual. Alimentarse sigue siendo un acto biológico pero el modo de hacerlo propiamente humano es siempre atravesado por lo espiritual y eso es lo que lo hace humano. El modo de amar a otros para el ser humano tiene que ser también corporal porque somos esa combinación de cuerpo y espíritu.

¿Cuál es entonces frente a la dialéctica: cuerpo o espíritu? Somos las dos cosas juntas, somos las dos cosas y nuestra propia corporeidad está atravesada por nuestro espíritu y nuestra propia espiritualidad es la que es porque está atravesada por nuestro cuerpo. Siempre la respuesta más compleja porque la realidad es compleja.

Volvamos a las miradas un poco más “parcializadoras”. Pienso en aquellos que explican las conductas de las personas por un conjunto de fenómenos psíquicos, de acción y reacción o de estímulo y respuesta que es cierta mirada psicológica, no toda pero cierta mirada psicológica. Evidentemente, quien entiende la totalidad de la persona por ese aspecto de la emotividad, de la neuronalidad y de la psiquis es capaz de decir muchas cosas y muy profundas sobre las personas porque mira con mucha atención un aspecto de ellas. El problema está en querer explicar la totalidad de la persona por ese solo aspecto o al revés.

Por ejemplo, el médico para hacer bien su trabajo de médico tiene que mirar muy bien el cuerpo, tiene que saber, no puede decir “como vos tenés espíritu quedate tranquilo porque tu espíritu de algún modo resolverá el problema con tu cuerpo”. No sería buen médico si no supiera del cuerpo. La pregunta es si la mirada que tiene sobre la persona, a pesar de estar focalizada en el cuerpo, le hace olvidar que no es sólo un cuerpo, o al revés, el que piensa en las personas y el modo de vincularse psíquicamente con otros, no piensa que la única forma de explicar a la complejidad de la persona es a partir de ese tipo de vínculos.

Hay una anécdota que ilustra muy bien esto. Llega un pibe al hospital, un pibe que estaba con un problema cardíaco, puede ser por sobredosis. ¿Vieron que a veces la cocaína genera alguna hipertensión? Y el pibe estuvo en el hospital, lo estuvieron analizando, estuvo internado un par de días. Cuando empiezan a ver que ya estaba para darle el alta, entonces viene el médico y le dice a quien lo estaba acompañando: “Padre, bueno ya está para darle el alta”. Él, que tenía la entrevista para internarlo en otro lado, le dice: “aguantámelo un día que mañana vamos derechito al Sedronar”. El médico le responde: “no, ya está para el alta, se tiene que ir”. El sacerdote le dice “pero es un día aguantámelo un día, es muy importante, imagínate este pibe en la calle, viene mal, a los tumbos. Mañana nos lo llevamos para que pueda internarse”. Y el médico dice: “Mire Padre, está muy bien lo que me dice, yo lo entiendo, me parece muy valioso su trabajo, yo miro esto (se dibuja un cuadrado en el pecho), a mí me interesa el corazón, la hipertensión, el resto es un problema suyo, yo miro esto”.

Nosotros todo el tiempo, en nuestras prácticas, tenemos también la tentación de resolver la tensión de la dialéctica. Pienso en dos modos bien concretos que se dan en las prácticas vinculadas con el acompañamiento de personas adictas.

Otra anécdota. Habíamos viajado con algunos del Hogar a Formosa, estuvimos hablando un montón, para un lado para el otro, y un grupo de pastores se acercan a Vicente, un médico de allá de Formosa y le dice: “¿Por qué no viene, nosotros trabajamos en adicciones, por qué no viene el Padre y charlamos un poquito?” Entonces juntan a todos los pastores y organizan una charla ahí y me invitan. Bueno, dos horas hablando, explicando, que la complejidad, que la importancia de recibir, todos los aspectos de la vida, recibir la vida como viene, todo lo que decimos siempre, en dos horas. Cuando termino, había varios que la habían pescado bárbaro y hay uno que se para y dice: “disculpe Padre, está muy bien lo que usted dice, pero en última instancia nosotros miramos si recibió a Cristo en el corazón o no”. Como si esas dos horas no hubieran tenido sentido.

En la Iglesia católica nosotros también tenemos este modo de pensar, la tendencia a pensar que lo único importante es que nos convirtamos, que aceptemos a Cristo en el corazón. Es una suerte de negación de la parte corporal porque, por ejemplo, si el pibe en mi comunidad es terminante, acá no se usa medicación ¿y si el pibe está brotado? Y si el pibe tiene algún problema… ¿por qué no se usa medicación? ¿la medicación es mala en sí misma? Yo no digo que haya que estar empastillando a todo el mundo.

Evidentemente somos espíritu, está muy bien que los pibes en nuestros espacios recen, se acerquen a Dios, pero pensar que solamente la recuperación de las adicciones es estar de rodillas, parece a simple vista muy católico pero no es católico. Eso es un espiritualismo que no se condice con nuestro modo de mirar al ser humano. Eso no es católico, aunque te la pases hablando de Dios.

Por otro lado, ahora están de moda las nuevas corrientes de la neurociencia que explican todo lo que pasa en el ser humano a partir del cerebro, de la neurotransmisión, de la plasticidad y lo explican todo a partir de ahí. Pareciera que no queda margen para la libertad, pareciera que somos como una máquina, una máquina hipercompleja pero una máquina. No es así, no es sólo así.

Al neurocientífico, su ciencia, el objeto de su ciencia, no le permite decir que el alma no existe. No estudió eso, estudió cómo funciona el cerebro, el sistema nervioso central. No le alcanza su límite epistemológico para decir que no hay alma. Él puede explicar un montón de cosas y es muy importante que lo haga y es muy importante que los pibes recen pero no es sólo uno ni sólo el otro. O pensar que es el sistema solamente el que te va a salvar.

¿Cuántas comunidades terapéuticas tenemos que usan ese sistema? El sistema que te piensa como una máquina, como un estímulo y respuesta, como los perros de Pavlov. El sistema que piensa que si vos no escuchás música apológica, si no te juntás con gente del palo, si hablás en un lenguaje que no sea el lenguaje de la calle vos vas a cambiar; y capaz que no cambiás, porque no somos una máquina. Por eso es importante, a la hora de pensar nuestras prácticas, pensarlas de modo integrado.

Es importante que nosotros le demos lugar a la espiritualidad, a la opción libre, al amor. Al amor de la cruz también, que va en contra de los instintos, no es el amor de la primavera sino que es el amor que sufre. Y es importante que también le demos lugar a los avances de las neurociencias, de la psiquiatría, de la psicología. Nosotros no tenemos una mirada sobre el ser humano que diga esto sí esto no.

Ahora bien, es nuestra Antropología Cristiana la que dice de qué modo dialogan y se encuentran cada una de esas ciencias, que son importantes, que dicen algo importante de la realidad de esa persona pero que no lo pueden decir todo. Nuestra antropología es la mesa donde armamos el rompecabezas. Dos cosas que pueden iluminar esto. La primera, cuando Cristo vino a salvarnos puso el cuerpo, no le alcanzó con el espíritu evidentemente, hay un mensaje interesante. Segundo, cuando uno en la tensión dialéctica, deja afuera una parte, deja afuera el todo, porque nosotros cuando miramos a una persona no miramos su cuerpo, miramos a la persona. Porque la persona es todo.

Entonces si queremos encontrarnos con una persona tenemos que encontrarnos con ese todo que la compone. No es una cuestión especulativa dejar afuera algo, cuando uno deja afuera un pedazo de una persona deja afuera a la persona por eso es muy importante pensar a la persona en su complejidad porque si no se nos escapó la persona. Y por eso el desafío de tomar esta complejidad y llevarla adelante.

La última parte, es la que pone en juego todo la demás. Es la más más teórica y compleja de todas (y quizás la más difícil) pero, por otro lado, es lo que da fundamento a todo lo dicho hasta ahora. La primera dialéctica era la del individuo y su relación con lo social, la otra dialéctica es la que se produce dentro, dentro del ser humano que es cuerpo y espíritu. La última, es la relación del individuo con Dios, la persona con Dios, de lo finito con lo infinito. Aclaro, lo infinito no tiene una relación dialéctica para con las cosas, es un tema complejo pero ahí el que tiene una relación dialéctica es lo finito, las personas tenemos una relación dialéctica con Dios.

Frente a la dialéctica de infinito-finito, Dios y las personas ¿cuál sería la dialéctica negativa? Una la más común hoy, la escuchamos todos. Siempre se habló de la relación hombre con Dios, Dios es una explicación perimida resolvamos la tensión, lo único que existen son personas, individuos, nada más; finito, lo único que hay es finito. Eso sería una resolución de la tensión.

La otra manera de resolver la tensión es considerar que lo único importante es Dios, las personas no importan. Todas las formas de esta concepción. Porque hay otra forma que esa que lo único importante es Dios que transforma o invierte y pone a Dios como el todo natural. ¿Vieron esta idea que la naturaleza y todos somos parte de un mismo caldo que es una forma de invertir la misma lógica de que todos estamos absorbidos y somos alguna parte, manifestación de un todo absoluto? Entonces no hay en nosotros ningún valor sino en el todo que conformamos. Ese todo puede ser material, puede ser espiritual pero, finalmente, tiene la misma lógica. O quedamos absorbidos por un todo físico o espiritual, no importa; o en el fondo toda esa totalidad es un invento y nosotros somos miles de piecitas que no tienen ningún sentido.

Eso es un modo de resolver la dialéctica de forma negativa, la tensión está entre lo finito y Dios. El concepto de creación dentro de la tradición cristiana no es sólo un relato bíblico, después fueron construyéndose muchos pensamientos alrededor de la idea de creación. La creación no es un fenómeno en el tiempo pasado, la creación es la relación que tiene el Creador con la criatura y si existe el Creador y existe la criatura, todo el tiempo que existen los dos hay esa relación. La creación no es algo que pasó, es algo que pasa ahora. Si existimos nosotros es porque estamos siendo creados, sostenidos en el ser. La creación es una relación del presente, de que Dios en este momento me sostiene en el ser. Si Dios no estuviera yo simplemente, no existiría.

Eso es la relación de creación. Pero, que todo nuestro ser dependa de Dios no significa que nuestro ser se identifique con el de Dios. Para que haya creación real, cuando Dios nos crea nos tiene que dar el ser que tenemos pero una vez que nos lo dio tiene que ser nuestro porque si no nosotros seríamos Dios. O sea, crearnos significa darnos el ser que tenemos, regalarnos el ser, no ser una parte de Dios sino ser el resultado de un don pero hecho el don tener nosotros nuestro propio peso y entidad u ontología.

Esa es la relación de dialéctica de implicancia y copresencia ¿por qué? Insisto, no de Dios con nosotros sino de nosotros con Dios. Porque nosotros para ser nosotros necesitamos de Dios pero no somos Dios, somos nosotros. Para que haya creación tiene que haber una dependencia ontológica (que somos lo que somos porque alguien nos ha hecho como somos) pero tiene que haber también cierta autonomía ontológica. Es decir, tenemos que ser quienes somos si no, no habría creación tampoco, seríamos en el fondo, alguna parte de ese todo.

Para ser quienes somos tenemos que venir de ese lugar pero, por otro lado, ser distintos de eso de lo que venimos. Si nosotros somos el ser que tenemos, que nos lo han regalado pero una vez que nos lo han regalado es nuestro, eso significa que no somos como espontáneamente salidos de Dios, somos queridos y elegidos por Dios. Es decir, no es que nos escupió como si fuéramos una ola en el mar, no, quiso que fuéramos los que somos. La diferencia ontológica entre la criatura y el creador. Y eso es lo que nos hace valiosos.

Nada de lo que hagamos nos puede quitar el valor que tenemos por nuestra creación porque lo que nos hace valiosos a nosotros no es lo que hacemos sino eso que somos porque nos han regalado. Puede alguien entonces equivocarse mil veces o puede ser perfecto pero ni siendo perfecto ni equivocándose mil veces es por eso que vale lo que vale. Cuando miremos a otro y entendamos que es valioso, no lo juzguemos valiosos ni por lo que hizo ni por lo que dejó de hacer sino por lo que es. Y lo que es, es algo muy poderoso porque es un regalo tan lleno de ser que es distinto del que lo dio y en eso radica su valor fundamental.

Nada de lo que hagamos nosotros va a arrancar nunca el valor que tenemos porque el valor ese no lo dimos nosotros y tampoco creamos que porque hacemos las cosas muy bien nos hemos ganado algún derecho o valor, porque tampoco viene de ahí el valor que tenemos. Eso que somos y que nos han regalado y que somos a partir que nos han regalado nosotros, está compuesto de esa complejidad, esa complejidad es la que nos hace ser quienes somos individualmente y en la medida en que somos individualmente, esa mezcla en cuerpo y espíritu, esa combinación dialéctica en cuerpo y espíritu, nos vinculamos con lo social de ese modo particular.

Por eso es importantísima esta parte, la más difícil y es la más ardua. Sin embargo es la que da sentido y atraviesa todo lo demás porque si no fuéramos las personas que somos y no tuviéramos el valor individual que tenemos, poco sentido tendría decir todo lo que dijimos hasta ahora. Ahí está lo central, en ese gesto por el cual somos el ser que nos regalaron pero, una vez que nos lo regalaron, lo tenemos nosotros y es nuestro.

De este último punto dependen un montón de cosas de nuestro posicionamiento y de nuestra mirada en nuestros dispositivos. En primer lugar, lo tratado en el apartado anterior de este libro “Lazos humanizantes”, sobre mirar a la otra persona y entablar una relación de sujeto a sujeto, que la otra persona pueda decirse tiene que ver con esto, con la dignidad que tiene. Con que, en última instancia, por ser creado, amado y querido, la otra persona es un don para la sociedad. El Papa lo acaba de decir ahora en la carta de Cuaresma.

En este punto también del valor que tenemos cada uno de nosotros, en esta dignidad se apoya también que somos sujetos de derechos. Nos corresponden todos esos derechos que enunciamos por este valor que tenemos. La Declaración de los Derechos Humanos es una declaración, pareciera como que no nos preguntamos por qué esa persona es sujeta de derecho, por qué le corresponden todos esos derechos.

Nosotros, desde nuestra Antropología Cristiana decimos que esta persona tiene una dignidad que es absoluta, un valor que tiene que ver con haber sido amado, querido, de haber sido pensado y soñado como un don para los demás. Entonces no hay nadie que sobre, por muy fisura que esté el pibe, por muy rota que esté la piba, nosotros vemos ahí alguien que se puede poner de pie, alguien que es amada y querida por Dios y, por lo tanto, por nosotros también.

No importa las macanas que hizo, no importa lo que equivocó el camino, esa persona vale y por esa persona, por una sola persona, vale que nosotros nos rompamos el alma en los centros barriales. El otro puntito que es importantísimo porque en esta relación con Dios, de ser creados, amados, que nos hace libres, se fundamenta también nuestra relación entre nosotros. Por eso no quedan habilitados (eso es una consecuencia de lo que hablábamos de los derechos) los caminos de anular la decisión del otro.

Yo te domino y te meto en un lugar aunque vos no quieras. Yo que estoy bien, que soy sano y que te meto a vos en un psiquiátrico porque sos adicto. No va. Por eso el posicionamiento nuestro frente a la otra persona, esto tiene que ver con lo que hablaba en el apartado anterior Monseñor Ojea, tiene que ver con dejarlo al otro elegir, ver, ser, decirse. Si yo te quiero controlar te estoy diciendo “vos no sabés, vos no podés, soy yo”.

Por eso en algún punto te acompaño te aconsejo te quiero. Sigo estando al lado tuyo cuando la cosa se pone difícil, cuando te mandaste una macana sigo estando pero no te controlo, no intento anularte, no intento dominarte, no intento controlarte. El desafío es tomar lo que mucha gente tiene para decir pero siempre posicionarse desde el lugar de quien busca y sabe que ninguna de esas respuestas parciales es una respuesta suficiente.

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