El Negro Ángel, como lo conocen en su barrio, salió de las drogas y hoy acompaña a otros chicos en su recuperación.
Con el carisma bajo el brazo y una historia que llenó su mochila de aprendizajes, el Negro Ángel camina y reparte saludos por las calles de la villa 31, donde sus pasos no son inadvertidos.Hace cinco años se alejó del consumo de drogas y hoy pone su experiencia de vida al servicio de los demás: acompaña a quienes se encuentran en una situación de consumo.
Cuando el Negro repasa su presente, enseguida se emociona. Su adicción comenzó cuando tenía 12 años, durante una infancia con conflictos familiares en un barrio de la provincia de Buenos Aires donde las sustancias eran de fácil acceso.
Pero hoy sus días transcurren entre su trabajo en una quinta de San Isidro, las tareas en el Hogar de Cristo y sus horas de estudio cursando la secundaria.
Se define a sí mismo como un milagro y mientras aprecia la vista panorámica de la villa 31 que se ve desde su casa dice: “Cada vez que tomo mis mates nocturnos me pongo a pensar que yo me saqué la lotería, porque acá hay miles de pibes que no están pudiendo salir”.
Ángel está convencido de que la vida es un partido que se juega todos los días y de que para salir de las adicciones hay que compartirlas cuerpo a cuerpo con los demás.
“Siempre les digo a los chicos que hay que tener tres herramientas: saber pedir ayuda dejando el orgullo de lado, la voluntad de verdaderamente dejar de consumir y el esfuerzo necesario para enfrentar un camino que va a costar, y mucho”, explica Ángel sobre los primeros pasos que deben dar los jóvenes que acompaña en el Hogar de Cristo de su barrio.
En esa institución aprendió que compartir las batallas cotidianas -viejas y actuales- puede sanar la propia historia para lograr dejar las sustancias.
Una infancia con consumo
Dentro de esos miles que no pueden alejarse de las drogas muchos son menores que enseguida le recuerdan a Ángel sus años de consumo durante la infancia.
Siente gran impotencia cada vez que ve a chicos y chicas consumiendo por las calles del barrio, porque él mismo vivió el sufrimiento de crecer teniendo mucho miedo, teniendo que hacer un personaje para poder sobrevivir.
Cuando los ve en esa situación, les dice que en lugar de estar fumando “giladas” deberían estar tomando una chocolatada y mirando la tele.
“Busco tratarlos como nenes, porque en la calle reciben un trato de grandes y son pibes a los que la vida los molió a palos con crianzas muy duras”, explica el Negro, y agrega: “Muchas veces acá piensan que la vida no vale nada, pero vale millones: hoy una chica que está fumando paco en realidad tiene que poder ser maestra, ama de casa o tener una familia. Todos tienen que tener su oportunidad”.
Con el afán de que todos puedan mostrar sus potencialidades, Ángel y un grupo del Hogar de Cristo organizan una carpa solidaria en el barrio un sábado de por medio. Así, salen a buscar a los chicos que están en las ranchadas y en consumo para compartir un plato de comida y algo más importante aún: el mensaje de que sí se puede salir de las drogas y que tienen un lugar donde poder hacerlo.
“Negro, vos tenés una misión, que es salvar vidas y rescatar a pibes como vos”, le dijo una vez un cura, a lo que él hoy responde: “Es así, hoy tengo que hacerme cargo, no puedo ser egoísta”.
Ángel está convencido de que hay que arrimarse al otro de a poco para que no se asuste y también compartir algo de la propia historia. Dice que siempre hay que entrar en el otro de manera descalza y humilde, porque el prójimo es terreno sagrado.
Tan sagrado como aquello que él declara haber ganado para su vida: “Sané mi alma y sé que lo que gané vale más que un auto de lujo. Gané la paz interior y pienso que capaz tuve que pasar por todas las que pasé para poder ser lo que soy hoy”.
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