Un estudio midió el impacto de los centros barriales del Hogar de Cristo y demostró el éxito de este programa para la reducción del consumo de drogas y la inclusión social de los jóvenes más marginados.
Durante la presentación del informe “Impacto Integral de los centros barriales del Hogar de Cristo” estuvieron presentes (de izq. a der): Ana Clara Camarotti, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet; padre Lorenzo “Toto” de Vedia, al frente de la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé; Ann Elizabeth Mitchell, profesora de la UCA; padre José María “Pepe” Di Paola, presidente de la Federación Familia Grande Hogar de Cristo; y Nicolás Meyer, director ejecutivo de Cáritas Argentina.
“A los 11 años comencé a tomar alcohol a escondidas, a los 12 arranqué con el cigarrillo, a los 13 empecé a fumar marihuana y a los 14 conocí las pastillas, la pasta base y de ahí no paré hasta los 19 años”, relata y enumera Brenda Acosta (26), con la crudeza de quien vivía “perdida en los pasillos”. Brenda tocó fondo. Pero gracias al acompañamiento que recibió del centro barrial San Alberto Hurtado, logró transformar su vida. Hoy, es madre de Ulises y Guadalupe, tiene su propia casa en la villa 21-24 de Barracas, es directora de la Murga Padre Daniel de la Sierra y trabaja ayudando a otras personas en situación de calle.
Los Centros Barriales del Hogar de Cristo nacieron para dar una respuesta integral a situaciones de vulnerabilidad social y al consumo de drogas en los barrios populares, frente a un flagelo que crecía año a año. Hoy, son más de200 centros barriales en 19 provincias, y ya recibieron a más de 20.000 personas que, como Brenda, llegaron para encauzar sus vidas y encontrarle un nuevo sentido.https://imasdk.googleapis.com/js/core/bridge3.443.0_en.html#goog_391040260about:blankAds by
El desafío es grande y muy complejo. Las personas que parten de una situación de alta vulnerabilidad y quedan atrapadas por el consumo de drogas, sobre todo de una tan dañina como el paco, sufren un deterioro que impacta tanto en su salud como en los lazos familiares. La pasta base “rompe” a los adictos en todas sus dimensiones y muchas veces los vuelve esos “fantasmas” que rondan los pasillos o viven en “ranchadas”, hacinados, desnutridos y con una gran propensión a contraer tuberculosis y HIV, entre otras enfermedades.
¿Cuál es la clave de la propuesta empleada por los “curas villeros”? ¿Cómo sus centros contribuyen al desarrollo humano e inclusión social de los más marginados? Según una investigación de la Universidad Católica Argentina (UCA) junto a la Federación Familia Grande Hogar de Cristo, que midió el impacto de los centros barriales, la reducción del consumo de drogas fue el factor más nombrado por los usuarios como desencadenante de los cambios positivos en otras dimensiones de sus vidas. Tres de cada cuatro entrevistados indicaron que habían obtenido una solución habitacional, ya sea mediante la provisión de vivienda o facilitando el acceso a un programa habitacional estatal. En especial, remarcaron el fuerte impacto que tuvo en ellos mejorar su alimentación y salir de la situación de calle. “Es lo único que te permite proyectarte hacia el futuro”, remarca Brenda.
En línea con esto, el padre José María “Pepe” Di Paola, presidente de la federación, remarcó durante la presentación del estudio la importancia de hacer rápidamente un “pequeño diagnóstico” para saber cómo comenzar el camino de la recuperación. “Esto nos parece importante porque de esa manera la persona que se acerca con ganas de dejar el consumo, tiene una respuesta práctica. Después, con el tiempo, se darán pasos más precisos, más claros”, agrega.
El primer centro fue el San Alberto Hurtado, de la villa 21-24. Se fundó el 20 de marzo de 2008, con una misa que ofició monseñor Jorge Mario Bergoglio, hoy el Papa Francisco. Fue el sacerdote “Pepe” Di Paola quien inició el proyecto, al ver que era necesaria una solución integral ante este desafío, y no solo ofrecer a los chicos “dejar de consumir y listo”. En ese mismo centro, Brenda inició su camino de recuperación, y es donde hoy brinda su tiempo y esfuerzo para que otros tomen valor en la lucha contra las adicciones.
“El padre Charly (Olivero) fue a buscarme. Fui con mucha incertidumbre, no quería estar encerrada, tenía miedo. Pero cuando estuve ahí me di cuenta de que era un lugar acogedor: un hogar”, resalta la joven.
Dejar de consumir no es el único problema que tienen los chicos que sufren adicciones en estos contextos. Un sinfín de problemáticas asociadas deben irse solucionando en simultáneo, desde asuntos legales a la obtención de una vivienda y trabajo. La recuperación conlleva un seguimiento integral. Por eso, los centros desarrollaron e implementaron las llamadas “viviendas amigables”. “No es solo un programa de recuperación de adicción. Es el paco y sus circunstancias. Si después de hacer un camino de internación y recuperación, se vuelve al mismo lugar donde empezó esta historia, estamos en la misma. Por eso, es importante ocuparse del todo: la vivienda, el tiempo libre, el trabajo, problemas judiciales y la salud”, subraya el padre Lorenzo “Toto” de Vedia, al frente de la Parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, de la villa 21-24.
La frustración y el estrés por la dificultad en encontrar un empleo formal fueron mencionadas repetidas veces durante las entrevistas que realizó el equipo comandado por la investigadora Ann Mitchell, titular de Desarrollo Social en la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA. Solo uno de cada cinco indicó que había iniciado un programa de educación formal, mientras que uno de cada cuatro dijo tener un trabajo fuera del centro barrial.
En el caso de Brenda, al tiempo de dejar las drogas estaba con ganas de trabajar, pero no tenía muchas posibilidades. “El padre Charly me propuso sumarme al Hogar, poner el hombro, salir a buscar a las personas en situación de calle. Darles algo para comer y brindarles ese toque de amor que tanto necesitan”, cuenta, con mucha emoción, Brenda.
En los hogares no dan “el alta”, y quienes van transitando este camino de recuperación suelen quedar “enganchados” por amistad, por compañerismo, y muchos se convierten en voluntarios y acompañantes.
Según el padre Toto, el proyecto funciona porque mira mucho la tarea “cuerpo a cuerpo”. “Es bien territorial, es bien concreto en las respuestas, y se replica porque el hogar se adapta a la realidad de los pibes”, subraya el cura.
“A mí me acompañaron a internarme, a sostener una terapia. Me acompañaron cuando quería romper todo, no buscaron cambiarme. Me enseñaron a sentirme segura, a tener vínculos sanos y fuertes. Me enseñaron que no solo se trata dejar de consumir, sino de aprender a vivir mejor”, dice Brenda.
La necesidad de reexaminar los procesos de acompañamiento es uno de los puntos subrayados por el informe de la UCA, junto a fortalecimiento del trabajo articulado con el Estado. Por ejemplo, un eje es desarrollar mejores espacios para las mujeres y sus hijos, en donde pueden albergarse, así como contar con respuestas de contención específicas para las mujeres en las dimensiones de educación y trabajo. También es urgente avanzar en políticas públicas que tomen en cuenta las trayectorias de vida de los jóvenes vinculados con el Hogar de Cristo, como emprendimientos productivos y cooperativas con fines sociales.
Aspectos claves del abordaje “cuerpo a cuerpo” del Hogar de Cristo
- Acompañamiento integral: para poder iniciar un camino de salida del consumo de drogas, las personas primero necesitan un lugar donde dormir a la noche, un plato de comida, ropa limpia y un lugar para bañarse. Si tienen una causa judicial pendiente, necesitan asesoramiento judicial. Requieren un acompañamiento para hacer contacto con un centro de salud, tramitar el DNI o acceder a un programa de asistencia social pública. Cuando las personas experimentan una acumulación de privaciones, se requieren respuestas que actúen simultáneamente sobre múltiples dimensiones de la vida.
- Inserción territorial: la cercanía de los centros barriales a zonas de alta prevalencia de consumo de drogas no solo facilita el contacto inicial con personas en situación de consumo, sino que también favorece el proceso de recuperación a largo plazo. El poder seguir en contacto con la familia o con situaciones cotidianas y poder ver diariamente las consecuencias negativas del consumo de sustancias de quienes no están en tratamiento, hace que tomen responsabilidad por la decisión de dejar de consumir y se mantengan más firmes en el camino de recuperación.
- Dimensión relacional: los centros barriales del Hogar de Cristo priorizan la construcción de lazos afectivos y de confianza, crean un entorno en el cual las personas pueden hablar sobre las experiencias vividas. En algunos casos, los caminos de recuperación son provocados por procesos más introspectivos, como tener tiempo para pensar, estar en la naturaleza o la oración, lo cual desencadena una mejora de la autoestima y un proceso de reducción del consumo, que a su vez actúa como motor de cambio en la reconstrucción de vínculos con la familia y con el vecindario.
Para ver nota original: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/la-formula-de-los-curas-villeros-para-rescatar-a-jovenes-adictos-al-paco-nid24022021/