Notas

La cárcel como pesebre ~ Preparándonos para la Navidad

Dios se sirvió de lo más excluido y pecador para cumplir su plan divino. Eligió hacerse pobre y nacer en un lugar donde ningún ser humano podía hacerlo: un establo donde los animales dormían en las frías noches de Palestina.

Hoy, como hace más de 2000 años, Él se sigue valiendo de los débiles para llegar al corazón de todos sus hijos e hijas, y sigue naciendo entre las personas que más necesitan. En esta Navidad Dios se hará hombre en nuestra gran familia del Hogar de Cristo. Granjas, casitas amigables, hospitales, cárceles e institutos serán pesebres que recibirán la buena noticia de salvación: nacerá el Mesías, el Señor. Y como en aquellos tiempos elegirá también el rincón oscuro y sufriente de nuestros hermanos y hermanas privadas de libertad. Allí donde las condiciones de vida son indignas, donde miles de personas sobreviven sin salud, con mala alimentación, hacinadas, en un contexto de violencia y desamor, el pequeño judío, hijo de María de Nazaret se hace presente una vez más. Cada 25 de diciembre nuestro Cristo nace y se humaniza en los presos para hacer una cárcel diferente y liberadora.

 Los que acompañamos a estos hermanos vivimos esta experiencia de riqueza y libertad como un privilegio que el Señor nos otorgó para crecer en el amor.

Compartimos, a modo de balance y como regalo navideño, lo que Jesús nos dio como equipo de visitas a cárceles de hombres y mujeres.

Los encuentros con estos hermanos y hermanas nos recuerdan el verdadero valor de las pequeñas cosas: estar con los hijos, reunirnos con los que queremos alrededor de una mesa sencilla, ser mirados y abrazados, rezar tomados de la mano o simplemente haciendo silencio y dejando que Jesús nos hable.

Experimentamos la gran importancia que tiene regalar amor, presencia, no solamente en esta fecha sino también cada día de sus vidas. Empezamos aceptándolos con sus historias y sus caídas, recibiendo esas vidas como se presentan, tratando de ensanchar los límites de ese amor con el que no nos cae bien, con el que piensa y vive otra escala de valores, con el que actúa agresivamente o con desconfianza, con el portador de una larga condena, con el que tiene permanentes demandas o es el poseedor de una oscura causa. Poco a poco va naciendo el milagro de empezar a amar más y mejor. 

Aprendimos a no juzgarlos, a no dar a nadie por perdido. A descubrir en cada hombre o mujer privado de libertad, un amigo, un ser humano que siente y quiere lo mismo que nosotros: ser feliz, amar y ser amado.

Ellos nos enseñan y nos ofrecen sus riquezas, aun cuando hayan tomado caminos equivocados. Sus historias nos revelan que alguien los espera, los acompaña, los consuela. Que hay hijos que no conocen o han perdido desde que ingresaron tras las rejas. Que hay pérdidas que produjeron heridas profundas y duraderas.

Conocimos la fortaleza física y anímica de los que lucharon contra la enfermedad y contra la misma muerte. Nos mostraron la templanza frente a la pérdida de sus seres queridos sin haber podido estar a su lado y despedirse.

Nos mostraron el valor de la felicidad: “Soy feliz aun estando en prisión, la cárcel es sólo una circunstancia en mi vida que pasará y dejará su huella”

Aprendimos a apreciar el valor del tiempo  y de la paciencia, a respetar las esperas y los proyectos o la falta de ellos. Vimos en muchos casos como la reja no separa, pues intentan seguir siendo familia, continuar educando, haciendo las tareas con los niños, jugando y anhelando cruzar los barrotes con el deseo de recuperar el tiempo perdido. Es inevitable evocar  a la familia de Nazaret en estas circunstancias. También como ella, perseguida, maltratada y con limitadas posibilidades de sentirse segura, estos grupos familiares luchan por mantener los vínculos reconociendo el sentido de vida  que les da el estar juntos y amarse. Cada Familia con su historia ilumina decisiones, caminos a seguir, procesos a acompañar. 

Que en el día en que Dios se hizo hombre, en nuestra Argentina fracturada y herida, podamos sentirnos hijos de un mismo Padre, compartiendo vida con los más desamparados e involucrándonos con sus tristezas y alegrías. Recibiremos sin dudas regalos que cambiarán nuestra mirada sobre los otros. Como equipo de Casa Libertad les deseamos una Feliz Navidad rogando para que cada cárcel sea un pesebre.

Por: Estela Bereau de Maggi, voluntaria hace 12 años en la FGHC