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¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA Y LA NECESIDAD DE QUE EXISTA UNA LEY DE COOPERATIVAS SOCIALES EN ARGENTINA?

El Padre Carlos “Charly” Olivero, en un encuentro realizado en la casa de las cooperativas, habla sobre la importancia que tendría este reconocimiento a las cooperativas sociales por el rol y labor que llevan adelante estas instituciones con los sectores más vulnerables de la sociedad.

El pasado martes en el encuentro de “cooperativismo e inclusión”, que se realizó en la casa de las cooperativas junto a miembros de diferentes cooperativas sociales y de trabajo. Un encuentro que además contó con la participación de Monica Poletto, presidenta de la cooperativa italiana “CDO Opere Sociali”, para compartir diferentes experiencias y sobre todo poder entender los puntos que desarrolla la legislación italiana respecto de las cooperativas sociales.

En este marco, el referente de la cooperativa AUPA –Acompañantes de usuarios de paco-, Carlos Olivero –mejor conocido como el Padre Charly-, contó cómo se fue gestando la cooperativa desde sus inicios, cuando abrieron uno de los centros de rehabilitación y acompañamiento, y finalizó remarcando la importancia que radica en lograr el reconocimiento de las cooperativas sociales como un actor fundamental en la sociedad a la hora del acompañamiento y la reconstrucción del tejido comunitario devastado por las crisis económicas, políticas y sociales que atravesó nuestro país a lo largo de su historia.

Su exposición comenzó con una breve reseña de la Villa 21-24, en Barracas, allí donde hace muchísimo tiempo vienen haciendo un gran trabajo. “Algo estaba cambiando en la cotidianeidad” dice, refiriéndose a la llegada del paco que comenzó a distorsionar el paisaje habitual. Ese fue el puntapié para comenzar a caminar la génesis de un proyecto colectivo que hoy es una cooperativa de trabajo.

“Había personas que quedaban en la calle y la villa nunca tuvo gente en esa situación. Fue ahí cuando entendimos que teníamos que hacer algo y abrimos una especie de centro de día”. Un centro cuyo funcionamiento fue, en principio, efímero porque de alguna manera, repetía el patrón de las instituciones ya existentes. “Comprendimos que había una complejidad en los problemas y no podíamos abrazar desde las acciones de un centro de día. No alcanzaba con un psicólogo que charlara con un grupo de autoayuda, con un tallercito y un poquito de deportes”.

Con esta perspectiva, el plan del padre junto a un grupo de personas que lo acompañaba, fue un poco más ambicioso, porque había cuestiones que “se les escapaban de la mano”. “Las pibas se prostituían porque estaban desesperadas, contraían sífilis, quedaban embarazadas, los pibes no tenían DNI, no lo podían hacer porque tenían alguna causa pendiente. Cuando decidimos abrirnos y acompañar todo tipo de situación, pasamos de tener 15 pibes y pibas, a tener cientos, muchísimos. Sentían que dábamos respuesta a su sufrimiento”.

La organización y el trabajo a diario

Quienes están todos los días en los Hogares de Cristo, nombre con el que decidieron llamar a sus refugios, los acompañantes de usuarios de paco llevan un trabajo minucioso que los llevó a tener que afrontar otras situaciones. “En el 2009 empezamos a encontrar que personas que acompañábamos tenían tuberculosis. No podían entrar a una comunidad terapéutica porque contagiaban, pero tampoco se bancaban el encierro del hospital. Me acuerdo que, encontramos a María Elena en un volquete de basura, inconsciente. La llevamos al hospital, tenía tuberculosis y recuerdo que se escapó 7 veces del hospital. Ese año se sumaba la gripe A y la guardia del Muñiz estaba explotada, era muy difícil que te escuchen. El jefe de la guardia me dijo que no la iban a internar porque no valoraban el tratamiento. María Elena paraba en la calle, en un ranchito con otros chicos, también ella y algunos otros fallecieron por tuberculosis años después porque los hábitos del consumo no les permitía continuar con el régimen de la medicación. No iba a la salita todos los días a tomar el medicamento”.

Ante semejante contexto, la disyuntiva estuvo en poder encontrar a las personas adecuadas para que acompañen cada caso particular. “Las mismas pibas y pibes que estaban viniendo, que estaban ordenando su vida y resolver algunas cuestiones, resultó que fueron acompañando. Entonces nosotros empezamos a ver que la cosa, que los primeros que habían llegado y aquellos que eran más complejos, pedían la reconstrucción del tejido social que no se resolvía en una institución con especialistas sino que pedían acompañamiento, amor y paciencia”.

La cooperativa como abordaje comunitario

La forma de cooperativa fue impulsada por el ‘hermanito’ Gustavo Barreiro, que ya tenía experiencia en empresas sociales. “Si en la comunidad somos todos y todos somos importantes, en la cooperativa somos todos socios. Bueno, por la luz que traía Gustavo nos metimos en ese baile”, bromea Charly, explicando el paso que tuvieron que realizar para conformarse como cooperativa. “Fue la herramienta más coherente, con la que nosotros estábamos buscando mucho más que lo que podía hacer una fundación o una asociación civil que siempre termina siendo de un dueño” y lejos de eso, lo que ellos entendían y promovían es que la cooperativa sea de la comunidad, porque en definitiva, estaban intentando reconstruir el tejido social comunitario.

“La comunidad se reconstruye alrededor de determinados valores: el perdón, la paciencia, el cuidado y el acompañamiento pero también alrededor de la satisfacción de las necesidades, entonces la forma de la cooperativa era cada vez más clara para nosotros”. Así fue como hicieron los trámites y el INAES les otorgó la matrícula un tiempo después.

Lo que Olivero plantea es que si bien la figura de la cooperativa de trabajo es una buena y gran herramienta para llevar adelante el trabajo diario, no termina de ser clara para este tipo de casos, porque “el fin no es el trabajo sino una reconstrucción del tejido social”. Allí está el problema real de las instituciones que, a veces, no se topan o no entienden situaciones tan particulares y complejas como las que se abordan aquí. Por eso, el consenso que se está gestando es el trabajo para lograr una legislación que contenga a este nuevo actor: la cooperativa social, porque “el Estado debe hacerse cargo de las personas que están vulneradas socialmente”, dice parafraseando al ‘hermanito Gustavo’: “Lo que para las cooperativas de trabajo es un fin, para las cooperativas sociales es un medio”.

Para ver nota original: http://www.cnct.org.ar/cual-es-la-importancia-y-la-necesidad-de-que-exista-una-ley-de-cooperativas-sociales-en-argentina

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Un espacio de contención para superar las adicciones

Brindan asistencia y alojamiento a jóvenes que consumen paco. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos firmó con este centro un acuerdo de cooperación.

 

Brindan asistencia y alojamiento a jóvenes que consumen paco. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos firmó con este centro un acuerdo de cooperación.

“En esta casa nos dedicamos a los chicos que han sido usuarios de paco, que se han complicado la vida por el paco y que tienen problemas con la Justicia”, explica Gustavo Barreiro, presidente de la Cooperativa de Acompañantes de Usuarios de Paco (AUPA), desde la Casa Libertad, una de las que forman parte del proyecto.

La cooperativa nació como complemento de la tarea de los centros barriales del Hogar de Cristo, que surgió en Barracas en 2008. Cada centro barrial es, define Barreiro, “un dispositivo de bajo umbral, que recibe a la gente como esté: chico, grande, mediano, sucio, limpio, empezando un proceso o atravesándolo por la mitad”.

El proyecto Casa Libertad cuenta con la asesoría de abogados que orientan legalmente a quienes tienen causas con la Justicia. Está ubicada en Martínez Castro 1170, y tiene espacio para albergar a 12 personas, aunque a menudo concurre un número superior de personas, buscando asesoría legal o permanecer allí mientras consiguen rearmar su vida, luego de haber cumplido una condena en la cárcel.

Casa Libertad procura ser un espacio para recibir, albergar, acompañar, capacitar e incluir paulatinamente en el tejido social a las personas que salen en libertad y no tienen un contexto favorable para reinsertarse y desarrollarse integralmente. Procuran que los usuarios sean acompañados en la organización de su vida una vez fuera del penal, lo que implica volver a establecer sus vínculos afectivos, ir incorporándose progresivamente al mercado laboral y, principalmente, ayudarlos a detectar todos aquellos recursos institucionales y legales que les permitan acceder de manera rápida y efectiva a sus derechos como ciudadanos.

“Esto busca generar un cambio muy grande en la vida de la persona, ya que apunta a fortalecerlo para estar en condiciones de salir de su situación de vulnerabilidad y romper con el estigma que sobre muchos de ellos pesa, como los ´peligrosos´ que viven en barrios de emergencia y atentan contra la ´seguridad´ de la sociedad”, dice Barreiro.

Una luz en la adversidad

Los centros barriales, las cooperativas y otros dispositivos del Hogar de Cristo de todo el país se han nucleado en la Federación Familia Grande Hogar de Cristo. El trabajo de la Cooperativa AUPA es en conjunto con otros dispositivos: Casa Masantonio, donde acompañan a usuarios de paco con enfermedades complejas; Casa Animí, para usuarias del colectivo de mujeres trans; y Casa Malvinas y la Granja Madre Teresa, que acompañan a familias que necesitan y deseen armar su proyecto de vida fuera de la ciudad.

Barreiro es misionero laico y en el ámbito de los distintos dispositivos se lo conoce como el sobrenombre de “El hermanito”.  Fue convocado a este proyecto social por el padre Pepe Di Paola, que oficiaba de párroco en la Villa 21-24.

Quienes se hospedan en Casa Libertad, todos jóvenes que han salido de prisión, realizan a cambio de su estadía allí diversas tareas: cocinan, limpian, hacen trámites, ayudan a compañeros que hayan salido de prisión y necesiten gestionar documentación, o en la búsqueda de un trabajo o acercamiento a un núcleo familiar al que se dejó de frecuentar debido al consumo de paco. También, en un espacio habilitado con máquinas, se dedican a llevar adelante un taller de vasos de vidrio, que producen con botellas de bebidas descartables.

Aquellos que son recibidos en la casa permanecen en ella por períodos cortos, dado que está pensado como un hogar de tránsito. “La idea es que estén lo menos posible, algunos necesitan estar un par de meses, y los bancamos, porque quizás no tienen una contención familiar. La idea es que el tiempo que están podamos ayudarlos a armar su proyecto. Que puedan enderezar sus vidas, que no le erren y no vuelvan a la cárcel. Darles herramientas para que no perezcan en el intento de no reincidir”, explica Barreiro.

AUPA se propone el acompañamiento integral de los consumidores de paco y sus familias supervisando el tratamiento en comunidades terapéuticas, institutos de menores, hospitales o cárceles. También los ayuda a poner en regla su documentación personal y a encaminar cualquier situación judicial que los afecte, promueve la formación y entrenamiento para el trabajo, los ayuda a conseguir empleo, les facilita alojamiento provisorio y fomenta el espíritu de solidaridad y de ayuda mutua entre los asociados.

“Brindamos asistencia a quienes no pueden pagar por los servicios que da la cooperativa y que además necesitan ayuda”, aclara. Las distintas casas han derivado en otras iniciativas, como las granjas donde se internan los jóvenes que, luego de iniciar un proceso de recuperación en los centros barriales, deciden abandonar por completo el consumo de la droga.

Con el acompañamiento del Estado

Toda la gente que trabaja en los distintos dispositivos, marca Barreiro, es gente “que lo hace de corazón, toda gente buena”, e interactúan con distintos ministerios -como el de Salud, Desarrollo Social, y de Justicia y Derechos Humanos- para poder llegar con la acción a aquellas instancias en las que el Estado no logra resolver la problemática del consumo de una droga altamente destructiva.

Con el Ministerio de Justicia hace poco firmaron un acuerdo de colaboración. Así, se establecerán acciones conjuntas y coordinadas para implementar actividades y proyectos orientados a promover la integración social de las personas privadas de la libertad, los liberados y sus familias.

El secretario de Justicia, Santiago Otamendi, visitó la cooperativa junto al subsecretario de Asuntos Penitenciarios y Relaciones con el Poder Judicial y la Comunidad  Académica, Juan Bautista Mahiques. “Es muy importante para el Ministerio apoyar y acompañar en esta instancia de reinserción y destacar el trabajo de los voluntarios que hacen posible que estas iniciativas se sostengan en el tiempo”, dijo Otamendi.

“Los chicos, lo que más necesitan, es una familia, porque es lo que han perdido, y ese calor de familia que brindamos es lo que salva, sumado obviamente a los aportes de los técnicos y especialistas”, dice Barreiro.  Este emprendimiento social busca no expulsar a nadie, sino potenciar la inclusión. Es una alternativa para mantener los vínculos humanos mientras se logran nuevas estrategias de recuperación, acordes con las particularidades de cada persona.

Para ver nota original: http://www.vocesporlajusticia.gob.ar/construyendo-comunidad/historias/espacio-contencion-superar-las-adicciones/

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La cara más oscura del paco: avanza la tuberculosis en las villas porteñas

La Pepo vive en la villa Zabaleta desde que nació. Empezó a consumir paco a los 15 años y hoy, con 35, pasó por muchas recuperaciones y recaídas. Soledad, su verdadero nombre, contrajo tuberculosis -una enfermedad que muchos pueden creer que fue erradicada de nuestro país-, y como abandonó reiteradas veces el tratamiento desarrolló una cepa muy resistente y difícil de curar. Siempre terminaba internada en el Hospital Muñiz, del que se escapó 17 veces por su adicción. Patricia Figueroa, a cargo del Hogar Hurtado, uno de los centros barriales del Hogar de Cristo, en Barracas, la conocía bien. La había acompañado mientras estaba internada y también la encontraba en las calles del barrio. La última vez que la vio, en 2016, Pepo estaba embarazada de cinco meses y Patricia buscó, por todos los medios, convencerla de la importancia de tratarse correctamente para que su bebé naciera sano. La joven entendió que la esperaban meses muy difíciles, pero estaba decidida a curarse de su enfermedad y su adicción, dos caras de las misma moneda.

La tasa de tuberculosis crece ininterrumpidamente desde 2013 en las villas de la ciudad de Buenos Aires según datos del Ministerio de Salud de la Nación. La pobreza, el hacinamiento, el consumo de drogas, la desnutrición y la exclusión aumentan su posibilidad de contagio y propagación.

Soledad necesitaba un tratamiento muy complejo porque tenía una extrema resistencia a la medicación. Su adicción al paco era tan fuerte que pidió que la internaran presa en la Unidad 22 del Servicio Penitenciario Federal, la sección carcelaria del Muñiz, para no poder escaparse. Eso requirió un trámite muy complicado: le escribió una carta al juez, pero no tuvo respuesta. Entonces se buscó una vieja causa que la involucraba en el robo de un celular y, tras muchas idas y venidas, el tribunal dictó su encarcelamiento dentro del hospital. Así pasó los cuatro últimos meses de su embarazo y su hija nació sana.

La llamaron Abigaíl, pero ella le dice Manuelita porque mientras estaba embarazada y encarcelada le cantaba la canción de María Elena Walsh con la letra adaptada: “Manuelita vivía en Zabaleta, pero un día se marchó.”. Tiene 2 años y está con el papá, porque Pepo hoy está en situación de calle. Se recuperó de la tuberculosis, pero no aún de su adicción, aunque la siguen acompañando para que lo logre. Esta es la parte más difícil de todas.

Su caso fue inspirador para abrir la Casa Masantonio, en 2016, un dispositivo barrial que queda al lado del Hogar Hurtado, para el acompañamiento integral de los usuarios de paco y enfermos de tuberculosis y VIH. El “hospitalito”, como también lo llaman los vecinos, nació al lado de la villa 21-24 y desde allí hacen el acompañamiento específicamente a los que padecen estas enfermedades y necesitan tomar diariamente medicación para curarse. “Esta tarea se hace solo con la fuerza de la comunidad. No hay individualidades, somos un montón de personas que ayudan a otros a recuperar el sentido de la vida”, explica Figueroa.

Según el último boletín del Ministerio de Salud de la Nación, de 2015 a 2016, la cantidad de enfermos aumentó de 24,3 a 26,5 cada 100.000 habitantes en todo el país y el 50% de ellos se concentran en el área metropolitana. En el cordón sur de la ciudad, las tasas son comparables a las de algunos países de África (120 cada 100.000 habitantes) y son 20 veces más numerosas que en el norte.

“La Ciudad Autónoma de Buenos Aires responde al modelo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), caracterizado por concentrar muchos habitantes de poblaciones pobres en áreas de urbanización acelerada en circunstancias de vulnerabilidad. Muchos pacientes llegan al hospital cuando la enfermedad está avanzada y en un estado de deterioro importante. Resulta difícil sostener el tratamiento por las circunstancias en las que viven”, explica Marcela Natiello, médica infectóloga y neumonóloga, actual coordinadora del Programa Nacional de Control de la Tuberculosis.

La tasa de éxito del tratamiento es del 50% si se hace con rigurosidad. Una de las principales causas de su abandono es su duración, que puede estar entre seis meses y dos años, según su gravedad. Muchos pacientes, al verse un poco mejor o por la dificultad de trasladarse, abandonan. Muchas veces, el mismo hospital es el que los excluye debido a que la enfermedad viene acompañada por adicciones, malas condiciones de vida y casi ninguna posibilidad de mantener un compromiso.

Masantonio es el único dispositivo en el país con este fin específico y recibe también pacientes de las villas 1-11-14 y 31, principales centros de población vulnerable a contagiarse estas enfermedades. Trabajan en articulación con el Estado que los subsidia, les provee la medicación y les facilita el ingreso a los hospitales para su curación. El gran mérito de estos centros barriales es el trabajo comunitario que hay detrás y les permite a todos los que ingresan recuperarse integralmente como personas. Tienen voluntarios, médicos y profesionales que hacen el seguimiento, los escuchan, les dan un lugar para compartir la comida, les suministran diariamente los remedios que necesitan, los acompañan a hacerse los análisis al hospital y los ayudan a reinsertarse en la sociedad. También se ocupan de que tramiten el DNI, algo que parece simple, pero para ellos es recuperar identidad y dignidad.

Una cruda realidad

La problemática del consumo de esta droga en la ciudad de Buenos Aires fue tratada en profundidad en un informe solicitado por los curas villeros y realizado en 2016 por un equipo multidisciplinario del Consejo de la Magistratura. El resultado fue un crudo diagnóstico, recogido en el libro El paco, donde también se plantean propuestas activas, como la creación de un tribunal de alta complejidad que trabaje en el territorio brindando acceso a la Justicia a los adictos y sus familias.

En 2001, el paco hizo su eclosión de la mano de la crisis socioeconómica, y su consumo nunca dejó de crecer. Se adueñó de jóvenes sin esperanzas, que viven en “ranchadas”, hacinados, desnutridos, con una salud muy deteriorada y con una gran propensión a contraer tuberculosis y VIH, entre otras enfermedades. “En la actualidad, uno de cada tres pacientes con tuberculosis internados en el Hospital Muñiz [que atiende el 50% de los casos de toda la ciudad] consume paco. Por lo tanto, la asociación paco y tuberculosis se ha convertido hoy en un serio problema de salud pública”, explica Jorge Poliak, exjefe de neumonología del Hospital Penna y hoy voluntario del hospitalito de Barracas.

La tuberculosis es un bacilo que ingresa en los pulmones por vía aérea a partir de la eliminación de pequeñas gotas de saliva al toser, hablar o expectorar.

“La tristeza que estos chicos llevan adentro los hace muy vulnerables: no tienen proyectos ni encuentran motivos para vivir. Por eso llegan al hospital cuando ya está muy avanzada la enfermedad y muchas veces abandonan su tratamiento una y otra vez para volver al consumo”, explica Gustavo Barreiro, miembro fundador de Masantonio. Uno de los mayores logros de este dispositivo es que, una vez recuperados, muchos pacientes encuentran un sentido a sus vidas en el acompañamiento y la recuperación de sus pares. Traen a sus familiares, amigos o chicos que conocen y ven por las calles, sin rumbo y con una mala perspectiva de futuro.

“Conocí a Patricia [Figueroa] cuando estuve internado en el Muñiz. Me visitaba, me traía comida y me hacía compañía. Cuando me recuperé, empecé a ir a la casita y ahora soy acompañante. Todo esto me cambió la vida, siento que soy útil por primera vez. Antes no tenía un objetivo. Ahora, a los pibes que trato de rescatar les explico que acá no se fijan de dónde venís ni la vida que hiciste. Te ayudan a vivir”, cuenta Johnny, que tiene 29 años y trabaja desde hace un año como voluntario.

En 2016 hubo 757 muertes por esta enfermedad, 5% más que el año anterior, y dos de cada tres fueron personas menores de 65 años. “Necesitamos que los médicos piensen más en la tuberculosis. Hasta 2012, la tasa venía disminuyendo y eso hizo que se dejara de hablar de ella. Por esta razón, hay mucho diagnóstico tardío y muertes evitables. Si un paciente tiene tos y expectoración por más de 15 días se le debe hacer un análisis. Es fácilmente detectable y totalmente curable”, explica el médico epidemiólogo Marcelo Vila, asesor subregional de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

En 2014, se aprobó la Estrategia Fin de la Tuberculosis de la OMS, que se propone erradicar esta enfermedad para 2035. Uno de los pasos principales a seguir es la prevención y la atención integrada centrada en la persona. En su visita al país, la OPS observó los centros de salud y la Casa Masantonio y destacó: “Su experiencia de abordaje de tuberculosis con población vulnerable es un valioso ejemplo de participación comunitaria efectiva”.

Santiago Giménez es médico infectólogo y es el coordinador médico de Masantonio y del centro barrial Padre Carlos Mugica, en la villa 31. Su trabajo más difícil no es diagnosticar el tratamiento, sino generar un vínculo de confianza para que los pacientes vuelvan todos los días a recibir su medicación. “La importancia de este dispositivo es sostener el tratamiento para cortar la transmisibilidad, y eso está en relación con lo que la OMS llama políticas audaces. Entre otras cosas, facilitarles un lugar para vivir si están en situación de calle o darles un incentivo económico para que puedan llegar. Se genera una acción comunitaria donde se sienten protegidos, recuperan una identidad y se cuidan entre ellos”, explica Giménez.

Julio Gestal, conocido por todos como el negro Julio, confirma lo que dicen los que están cuerpo a cuerpo y día a día en estos barrios. Él mismo se define como único autor de su caída y agradece mucho lo que hacen los “curitas” por él y toda la gente de la villa 31. Diseñador gráfico y traficante de drogas desde muy joven, tuvo mucho dinero y una vida llena de lujo y desorden. A los 37 años, la Justicia lo condenó a siete años de prisión por delito de robo y tráfico de drogas. Perdió todos sus bienes y también a su hijo, que se fue a vivir a Europa con la mamá. Al salir de la cárcel, empezó a consumir paco y terminó viviendo en un parador de la Ciudad. Allí, unos compañeros le propusieron ir a ver al padre Guille [Guillermo Torre], de la parroquia Cristo Obrero.

Desde ese día, hace cinco años, está viviendo en la villa. Se recuperó de su adicción y hoy acompaña a otros. Camina por las calles de la 31 y todos lo conocen, lo saludan. Recorre las cárceles para llevarles la medicación a los “pibes del barrio” y fue encontrando su lugar. Sueña con ir a ver a su hijo a Europa, con quien está recuperando la relación lentamente. “¿Viste cuando Scarface dice ‘el mundo en mis manos’? Yo me sentía así. Lo tuve todo y lo perdí todo. Estuve destrozado. Me recuperé, y hacer esto todos los días es lo mejor que me pasó en la vida”, se sincera.

Las cifras a nivel nacional

11.560 casos de tuberculosis en 2016

Incluyendo casos nuevos, recaídas y con antecedentes de tratamientos previos. Según el último boletín del Ministerio de Salud de la Nación, publicado en marzo de 2018, hay jurisdicciones que multiplican por siete la tasa promedio nacional, que es de 26,5 cada 100.000. Los lugares por encima del promedio son Jujuy, Salta, ciudad de Buenos Aires, Chaco, Formosa, Buenos Aires y Corrientes

1932 fueron niños y jóvenes

Los chicos y adolescentes menores de 20 años representan el 17% de los casos. De ellos, el 53% correspondió a jóvenes de entre 15 y 19 años que fueron diagnosticados por síntomas respiratorios. Además, el informe oficial menciona que el 50% de los enfermos fueron personas de 20 a 44 años y que seis de cada 10 eran varones

757 Muertes

En 2016 la mortalidad fue 5% más alta que la registrada en 2015. Además, en 2016 la mortalidad por tuberculosis fue mayor en varones (65,2%) que en mujeres (34,8%). Dos de cada tres muertes ocurren en personas menos de 65 años. Y se registraron 26 muertes por tuberculosis en menores de 20 años, lo que representó una tasa de 0,18 muertes cada 100.000 habitantes

Casa Masantonio

Ubicado en Barracas, este dispositivo fue creado en 2016 para dar contención a personas en situación de consumo y con enfermedades complejas

  • 64 casos de tuberculosis
  • 54% completaron el tratamiento y 40%, con tratamiento en curso
  • 6% pérdida de seguimiento (todos de otros barrios sin posibilidad de abordaje territorial)
  • 88% menores de 45
  • 66% hombres, 25% mujeres y 9% transgénero
  • 73% sin vivienda (en situación de calle, en paradores o dispositivos terapéuticos)
  • 49 pacientes con VIH
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La lucha solitaria contra las adicciones no sirve

El padre Pepe invitó a abrir puntos de encuentro para el desarrollo de tareas de prevención y recuperación

El sacerdote José María “Pepe” Di Paola instó a enfrentar la problemática de las adicciones desde una mirada más comunitaria, mediante el trabajo articulado y en redes, durante una charla en la parroquia María Madre de la Iglesia.

Di Paola es referente de la Iglesia Católica Argentina en adicciones y fundador del Hogar de Cristo, un programa de recuperación de las adicciones a las drogas ilegales, que gana presencia en todo el país, incluido Formosa.

De la charla participaron alumnos del Colegio De La Ribera, Don Bosco e Instituto San Francisco, además del administrador del Instituto IAPA, Marcelo Kremis, integrantes de la Fazenda, Grupo Esperanza Viva, Pastoral Aborigen, Pastoral de las Adicciones, la concejal Gabriela Neme, sacerdotes, religiosas y laicos.
“Venimos a compartir la experiencia que lleva adelante la Iglesia. Se está haciendo un camino de tratamiento y abordaje territorial de las adicciones, que cada vez se expende más. La Iglesia en Formosa también tiene su caminar en la temática de la mano del padre Mario Franco, otros sacerdotes, religiosas y laicos”, expresó el sacerdote.

En declaraciones a La Mañana, remarcó que las instituciones deben darse cuenta que el trabajo aislado no sirve y que es fundamental la tarea conjunta y con sentido comunitario en la lucha contra las drogas.

“Si no trabajamos en grupo, en comunión, no podemos alcanzar los objetivos que queremos. Una escuela, un club o una parroquia necesitan del otro. Solos no podemos. Necesitamos un trabajo serio en red, de articulación de acciones. En Argentina es importante el trabajo de las parroquias porque están en el territorio, conocen la realidad y pueden ser el lugar justo para reunir a diferentes actores como colegios, clubes, medios de comunicación y organizaciones sociales. Hay que abrir puntos de encuentro porque son muy valiosos para desarrollar tareas de prevención y recuperación”, remarcó.
Respecto de la realidad que observa en Formosa y otros lugares del país sobre las adicciones, entendió que existen puntos similares, aunque se perciben situaciones más angustiantes en las villas del Gran Buenos Aires o Gran Rosario.

“De igual forma, vemos puntos comunes donde la droga está presente y golpea la vida de los chicos. Acompañamos al padre Mario Franco y a la Pastoral de las Adicciones, que está empezando una tarea de recuperación a través de los centros barriales muy importantes, como el que funciona en la capilla del barrio San Juan Bautista. Tienen un futuro muy prometedor porque vemos a la comunidad muy metida, trabajando y asumiendo esto como un desafío propio, según lo que nos pide el Evangelio”, expresó.

“Es central que la comunidad se comprometa”

Por su parte, el psicólogo del Hogar de Cristo, Pablo Vidal, aclaró que la tarea de prevención y recuperación de personas con problemas de adicción no atañe sólo a especialistas sino a todos los miembros de la sociedad.

“Cada uno, desde su lugar, es parte de la solución. Es central que la comunidad se comprometa más con la temática y no trate de ocultar la problemática. Todos conocemos al que tiene problemas con el alcohol o las drogas en nuestro barrio. Es buscar estrategias para que como comunidad podamos dar nuevas oportunidades y mirar a estas personas desde otro lugar y no sólo como adictas, porque son integrantes del barrio y también tienen cosas que aportar. No son descartables e inservibles. Son personas que pueden comenzar a ayudar a otros y ser testimonios fuertes en la comunidad. Es ver cómo podemos abrirnos como comunidad para dar lugar a todos”, sostuvo.

También hizo hincapié en la forma en que se mira al adicto, si sólo como un consumidor de drogas, lo cual limita la intervención, o como una persona que forma parte de la comunidad y que necesita acompañamiento para integrarse y sentirse parte.

“Una persona que tiene problemas con el alcohol u otras drogas también tiene dificultades en la familia, en el trabajo y hasta con la Justicia. Ver a una persona recuperada de las drogas es una alegría enorme, sobre todo porque en el caminar tenemos muchas frustraciones por chicas y chicos que se mueren en la calle. Cuando aparecen personas que pueden salir del alcohol y otras drogas, nos da empuje para seguir hacia adelante entre todos”, indicó.

A manera de recomendación, comentó que los padres que descubren que su hijo es adicto o tienen un familiar con problemas de drogas, no deben tener miedo y mucho menos aislarse.

“El primer paso es asumir la situación y juntarse con otras personas que enfrentan el mismo problema para tratar de buscar soluciones. No sólo sufre el adicto sino también toda la familia. Hay mucho desconocimiento, no saber cómo acompañar en esas situaciones, ya sea por miedo, inseguridades o falta de información. Hay que abrir espacios de formación y acompañamiento. Juntarse con otros para ver cómo acompañar cada caso. Lo importante es que en esto no nos salvamos solos. Necesitamos volver a cosas básicas como los lazos solidarios”, consideró.

Además, afirmó que se debe vencer el individualismo que caracteriza a la sociedad actual y demostrar más interés en el otro, en el prójimo, en el que está al lado, en el barrio, en la comunidad.

“Debemos terminar con el sálvese quien pueda y propiciar la cultura del encuentro, la fraternidad, la solidaridad, lo comunitario. Todos necesitamos a otros”, agregó e invitó a ingresar a la página: “hogardecristo.org.ar” para acceder a videos, materiales escritos y cursos virtuales.

 

Nota original: http://formosa28.com.ar/movil/index.php?pag=leer&id=10529

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