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Encuentro 4: Jorge García Cuerva – Presencia y Cercanía

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Encuentro 4: Jorge García Cuerva – Presencia y Cercanía

Padre Jorge García Cuerva 

En este texto quiero acercarles algunos conceptos para que puedan refrescarlos para volver a descubrir el sentido que tiene nuestra tarea, porque tenemos un tesoro que quizá otros no tienen. Entonces vamos a volver a compartir ese tesoro. Quizá ese tesoro lo tenemos asumido naturalmente. Nosotros hacemos lo que hacemos, le ponemos onda, ponemos lo mejor de cada uno de nosotros y aparte de que lo que hacemos, es bueno que tomemos conciencia de cuál es ese tesoro que tenemos. Les aseguro que no todo el mundo lo tiene.

Para eso voy a empezar con una cita del Evangelio de Lucas 2, 39-40; que puede decirnos mucho: “… una vez que cumplieron todo lo que decía la ley del Señor la familia de Jesús, volvieron a Galilea y a la ciudad de Nazaret. El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría y la gracia de Dios permanecía con él”. También de Lucas 2, 51 dice: “mientras tanto Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante todos los hombres”.

En las dos citas nos hablan de Jesús creciendo, acompañado de sus padres, acompañado de la Virgen María y acompañado de José. El amor de Dios por nosotros es tan grande que quiso aprender, aprender a ser humano. Eso puede parecer casi una tontera o una cosa que pasa por adelante, pero no es así. Jesús quiso aprender a ser humano.

Los Evangelios nos hablan de la infancia, cuando nació, el pesebre, el exilio de Egipto, el regreso. Y después nos muestran a un Jesús que comienza su vida pública. Pero nos dicen muy poquito de este Jesús que aprende a ser ser humano, de este Dios que tiene que aprender a hablar, que tiene que aprender a relacionarse con los demás, que tiene que aprender a ser varón, que tiene que aprender de la cultura de su época, que tiene que aprender a escribir, que tiene que aprender a obedecer. Sólo tenemos el relato de cuando se pierde en el Templo, que parece que aprender a obedecer no era de lo que más fácil le salía. Jesús, el hijo de Dios, que quiso aprender.

Agrego una tercera cita del Evangelio, que quizás es la que más repetimos pero que tampoco nos damos cuenta realmente de lo que significa, Juan 1, 14: “… y la palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” o “la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios que se metió a vivir entre nosotros. Cada uno de nosotros tiene ese mismo talento que tuvo Dios. Nosotros también tuvimos alguna vez ganas de aprender, aprender de nuestra gente que es ponernos en el lugar humilde del alumno, el decir “yo no sé”. Quizás estudié en la facultad, quizás hice todos los cursos sobre adicciones, quizás me sé todo… pero del escritorio a la realidad hay, a veces, un trecho muy largo.

Hay un trecho tan largo que a veces algunos no lo quieren recorrer y entonces lo que hacen es pegar el salto y creen que ya está. “Sí ya aprobé en la facultad, sí ya tengo los títulos, suficiente”. “No necesito nada más, no tengo nada que aprender”. Por eso, hablo de una espiritualidad del aprendizaje; que siempre tengamos ganas de aprender, que la realidad siempre nos maraville y nos sorprenda. El filósofo Romano Guardini tenía una frase: “la realidad es verbal y nos habla”. Bueno, aprendamos a escuchar lo que nos dice la realidad.

Dios se ocupó durante 30 años de querer aprender a ser ser humano. Y cuando más o menos nos entendió se animó a “salir a la cancha”. A veces creo que uno problema al que se enfrentan en la tarea que realizan en los centros barriales es que hay gente con muy buena voluntad que cree que con los estudios ya es suficiente y se mete y comete errores, porque no hay ganas de aprender. Yo trabajo en la cárcel también y, hoy por hoy, es como una moda el tema carcelario.

Hoy justamente en la cárcel de la que soy Capellán hacía una nota TN sobre una cancha de rugby y considero que es gente que no tiene ganas de aprender lo que es la realidad carcelaria. Entonces llevan el proyecto de afuera y lo instalan ahí adentro. Por ejemplo: para poder poner esa cancha de rugby allí y para poder inaugurarla van a hacer lo mismo que hicieron cuando fue el embajador de Inglaterra, a los presos que están en las celdas de los costados los trasladan a otro lado para que no se vean. Se hace el partido y después los vuelven a traer. Es una cosa ridícula. Tenemos que aprender. Aprender que eso no se hace.

Hay una novela de la televisión que tiene un título que para mí es expresivo de lo que no tenemos que hacer: Los ricos no piden permiso. El tema aquí no es un problema de ricos de bolsillo es un tema de ricos del corazón. Creer que me las sé todas, creer que yo sé cuál es la solución a tu problema. Yo tengo claro cómo vas a salir adelante y te invado. Y nosotros sabemos que la vida del otro es tierra sagrada, por eso queremos todos los días aprender.

Por eso, hablo de espiritualidad del aprendizaje. Y es propio, de los que quieren aprender, preguntar. Se acuerdan cuando éramos chicos, cuando uno no entendía: “no entiendo, ¿puede explicar de vuelta?” o “¿se puede correr porque tengo que copiar del pizarrón?” Cuando éramos chicos teníamos mucho más claro esto de preguntar, ni hablar de los años de los “por qué”, a los 3 ó 4 años: ¿por qué? ¿por qué? Por otro lado, la formación académica hace que uno a todas las preguntas le busque una respuesta. Y si todas las preguntas tienen respuestas y uno consigue esas respuestas se saca un 10. ¿Quién es el que aprueba exámenes? El que contesta todas las preguntas. Si uno deja las preguntas sin responder, tiene un 0. Creo que en la dinámica de la vida es exactamente al revés: a veces se sacan 10 los que se animan a sostener las preguntas.

Animarse a sostener las preguntas. Animarse a veces a decir “no sé”. Animarnos a que la realidad nos interpele y nos deje sin palabras, y no estar siempre buscando qué responder. Por eso, propongo también una espiritualidad de la pregunta. En esta espiritualidad la mejor alumna ha sido la Virgen María. El mismo Jesús, utilizando palabras del Salmo, en la cruz dijo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Y la Virgen se quedó muda, estaba al pie de la cruz, podría haber dicho algo: “Bueno en realidad hijo esto es una prueba quédate tranquilo, ya lo vas a superar, Dios es tan bueno que te quiere llevar con él”. Son las cosas que le decimos a la gente en los velorios, porque en esos momentos no nos aguantamos quedarnos mudos y hablamos y damos respuestas y la mayoría de las veces son respuestas tontas pero las damos porque queremos decir algo, porque no nos aguantamos el silencio. Entonces esta espiritualidad consiste en animarnos a sostener las preguntas, animarnos a tener ese espíritu del aprendizaje.

Cada uno de nosotros, cuando se acerca a la realidad de los más pobres, a la realidad de los más marginados, vamos en esa línea. Jesús durante 30 años quiso ser un Dios que aprendía a ser ser humano. Nosotros a veces no nos aguantamos ni un tiempito. Y ya llegamos y queremos hacer y le queremos solucionar la vida a todo el mundo y ya tenemos claro qué es lo que tiene que hacer el otro: “Vení que yo te lo digo y te bajo línea”. Y eso es invasión, eso no es encuentro, eso es invasión.

A veces con muy buena voluntad, como el ejemplo que les daba recién de la cárcel, cuando no tenemos capacidad de aprender, cuando no tenemos una empatía cultural hacemos macanas. Entonces, esto nos lleva al título del apartado porque, en definitiva, para poder tener esta espiritualidad del aprendizaje uno tiene que estar cerca de la realidad y ahí yo planteo la primera palabra que es la cercanía. Estar cerca, primero físicamente.

Estar cerca del dolor del hermano, estar cerca del dolor del que sufre. Parece una verdad de perogrullo y sin embargo es muy importante, estar cerca del dolor de quien sufre. Poder sentir con el otro su dolor Un ejemplo, con una lectura Lucas 7, 11-15, cuando Jesús resucita al hijo de la viuda y en general con lo que uno se queda frente a las actitudes de Jesús es con el milagro, Jesús la cura y cura al hijo, lo resucita, Jesús consuela a la mujer, pero para poder hacer eso primero tuvo que estar cerca.

Comienza la lectura diciendo: “Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, con él iban sus discípulos y un buen número de personas. Cuando llegó a la puerta del pueblo acababan de enterrar a un muerto. Era el hijo único de su madre que era viuda y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla el Señor se compadeció de ella y le dijo: no llores. Después se acercó y tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron. Jesús dijo entonces: joven, yo te lo mando, levántate. Se incorporó inmediatamente el muerto y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.” Estuvo cerca y por eso vio pasar a un cortejo. Porque estuvo cerca habrá experimentado el dolor de esa mujer, porque estuvo cerca pudo tocar el féretro. Estuvo cerca. Parece un detalle, pero sin embargo es importantísimo. Estar cerca.

Por otro lado, pienso que el estar cerca a nosotros, en general, nos llena de problemas también porque el estar cerca hace que el dolor te atraviese. El estar cerca es lo que hace que la gente todo el tiempo pueda recurrir a vos, el estar cerca es lo que hace que el dolor del otro sea el tuyo. También el estar cerca hace que la alegría del otro sea tu alegría y está buenísimo. El estar cerca y animarnos. Y estar cerca para aprender. Estoy convencido que la inserción entre los más pobres, básicamente, tiene que ver con eso, tiene que ver con estar cerca para aprender de ellos porque son sujetos de nuestra caridad, no son objetos.

Nuestros pibes, los pibes de las esquinas, los pibes que tienen problemas con las drogas, los jóvenes, los adolescentes, las familias del barrio, ¡cuánto tienen para enseñarnos! Y nosotros, si tenemos que aprender, tenemos que estar cerca. Para saber de su lenguaje, de sus anhelos, de sus problemas, de sus sufrimientos. Estar cerca. Esta cercanía de la que hablo no es sólo física porque la cercanía puede ser física solamente. Podemos estar como en el subte, recién en el subte estábamos pegados con un montón de gente, estábamos cerca, sí. Pero era una cercanía de un ratito, se terminó el viaje en subte y ya está. Cuando la cercanía se hace cotidiana, cuando la cercanía se hace más periódica yo digo que se transforma en presencia.

La presencia me parece que es una cercanía mucho más honda, mucho más profunda. Es una cercanía que no es solamente una cercanía física sino que es una cercanía emocional, psicológica. La presencia es algo mucho más fuerte, que incluso, a veces, cuando uno no está y sin embargo sigue presente. Como a veces las personas que en nuestra vida nos han marcado mucho, siguen estando presentes aunque no las veamos porque esa presencia ha sido muy grande en cada uno de nosotros.

En este sentido, para los pibes de nuestros Barrios es muy importante saber que cuentan con nosotros. Saber que en esa presencia estamos, que pueden recurrir, que los bancamos, que no nos borramos, que no son experiencias de un toco y me voy; que queremos un poco parecernos a Jesús que se encarnó de lleno, se metió de lleno, aprendió y se quedó, no se borró, no era toco y me voy. Él se quedó y nosotros también queremos estar en esta presencia. Y esto me parece que es fundamental.

Hay una lectura de Marcos 3 que dice que Jesús andaba por la sinagoga, Jesús siempre iba a la sinagoga como buen judío. Se daba una vuelta por ahí porque sabía que ahí se cocinaba el bacalao. Siempre había gente, siempre seguramente había algún debate, pasaban cosas. Era como la plaza del pueblo. En el caso de algunos Barrios podríamos decir que hay como una calle, en la Cava nosotros decimos que hay como una calle Florida, esencialmente por la cantidad de gente que va y viene. Pero si vos querés saber algo, parate ahí en la calle Newbery que baja al pozo de la Cava, que baja la escalera, ahí vas a enterarte de las cosas.

Volviendo a la lectura. Entonces Jesús, en esa cercanía, en esa presencia en la sinagoga descubre que hay un tipo con una mano paralizada. Se da cuenta porque está ahí, porque si no, es tanta la gente que pasa, y tan importante que ¿quién va a ver al hombre de la mano paralizada? Y Jesús lo que hace es ponerlo en el medio y dice aquí está el importante. Nosotros igual.

Creo que nuestra presencia tiene que ser fundamentalmente para poder poner en el medio a los que son importantes y poder poner en el medio a los que quedaron excluidos o han quedado afuera. Así como Jesús lo hizo con el hombre de la mano paralizada, ¿cuántos hermanos con sus vidas paralizadas conocemos nosotros por estar cerca y por estar presente? Un montón. Entonces nuestro desafío es ponerlos en el medio porque tienen que estar en el medio de nuestro corazón, en el medio de nuestra iglesia y en el medio también de las políticas públicas de nuestro país.

Si hay cercanía, si hay presencia no puede faltar el vínculo. Cercanía, presencia y vínculo. ¿Qué es el vínculo? Que cuando estás cerca y estás siempre, entonces hay presencia, nos conocemos. Y si nos conocemos sabemos cómo nos llamamos. Y si sabemos cómo nos llamamos, nos miramos a los ojos. Y no sos uno más. Qué bueno que está esto de llamarnos por el nombre. Jesús estuvo cerca, estuvo presente y generó vínculo con los más pobres, a la gente la llama por su nombre: “Zaqueo baja pronto”. “María, ¿por qué lloras?”. “Tomás vení meté la mano acá”. Para Jesús los más pobres no son anónimos, no son cifras. ¿Se acuerdan la lectura de Lucas cuando habla de Lázaro y el rico? ¿El rico cómo se llama? ¿dónde dice eso? Lázaro es el que tiene nombre y eso es muy simbólico.

Los anónimos de la historia para Jesús tienen nombre. Para nosotros, los peligrosos de la villa tienen nombre y apellido. Para nosotros los pibes que son cifras de muertos o de delincuentes o de los que consumen o de los que no consumen o de los que se recuperan o de los que no se recuperan, para nosotros son personas con nombre y apellido. Los conocemos por su nombre porque hemos generado vínculo y eso no es detalle menor. Nos conocemos por el nombre. En mi caso, yo soy el cura y el pibe te dice de última su sobrenombre, con el tiempo yo paso a ser el Padre o paso a ser Jorge y él pasa a ser una persona que se blanquea y me dice el nombre. Ya no es más El Orejudo, El Tuerto, no, es una persona con nombre. Porque el nombre es muy fuerte.

Yo digo, estas tres cosas: cercanía, presencia y vínculo. Son ese tesoro que nosotros tenemos como iglesia y no lo tienen otros porque hay otros que están cerca un rato de los más pobres o que no los tocan ni con un chorro de soda. Pero hablan de ellos todo el tiempo. Son quienes de presencia ni hablar, están un ratito y se llenan la boca.

La Cava es una villa en San Isidro, paradigmática en realidad, es el ejemplo cuando el Papa Francisco en el Evangelii Gaudium dice que la inequidad es la causa de todos los males sociales. Nosotros tenemos un Barrio en el lugar más rico de San Isidro, una villa en el lugar más rico de San Isidro, nos divide un paredón. Paredón que es de ladrillo pero también es un paredón cultural, un paredón económico, un paredón psicológico. Porque de aquel lado ¿quiénes son los que están? Eso es la Cava. Cuando uno dice: “yo soy cura de La Cava”. Te responden “ah sí yo estuve yo trabajé, mi mamá trabajó”. Deben haber sido millones de personas las que trabajaron en La Cava porque, en definitiva, da chapa. Decir que trabajaste en La Cava da chapa. Pero ¿qué es trabajar en La Cava? ¿Se dan estas tres cosas? No, no se dan. Y si trabajaste, pero sin estos tres conceptos me parece que eso no echa raíces.

El gran laburo de Dios ha sido este misterio de la encarnación, se metió de lleno entre nosotros para comprendernos y, desde esa realidad, salvarnos. De ahí nos rescató y nos salvó. La experiencia de nuestro Centro Barrial, básicamente, está sustentada en estos tres pilares, como la mayoría de los emprendimientos de cada uno de ustedes. No sé si los operadores barriales y los psicólogos con los que trabajamos son los mejores, seguramente no. Pero trabajamos con estos tres pilares todo el tiempo. Los operadores están cerca de los pibes y están cerca todo el tiempo, por eso hay una presencia, el centro es presencia.

El centro es la casa. Quisieron ponerle 25 nombres distintos, todos de Santos. Los que venían de afuera decían “¿no tiene nombre?”. Los pibes le pusieron “La Casa”, es una casa, quedó “La Casa”. La sienten propia. Y para nosotros, cada uno de los pibes tiene nombre y apellido. Los pibes llegan al centro barrial con otras experiencias en centros o programas de adicciones quizás mejor pensadas, científicamente por decirlo así; sin embargo no resultaron.

Yo creo que no resultaron por esto, primero hay que hacer este camino por años: estar cerca, generar confianza, conocernos, llamarnos por el nombre. Por años hay que hacerla para después entonces poder construir. Por eso decimos que esos son pilares. Pilares sobre los que construimos. Siempre decimos de la casa que es una casa con patas porque tiene que caminar, porque siempre tiene que estar cerca de los pibes, siempre tiene que ser una casa cercana, siempre. Y para eso la casa tiene que caminar.

Los profesionales tienen que ser profesionales que caminen el barrio. Los pibes se dan cuenta cuando los profesionales están detrás del escritorio y les tienen miedo, por eso es difícil conseguir profesionales con ese perfil. Porque lo que se necesita no es algo que se estudia, algo del curriculum, se aprende y se aprende a veces de grande, y se aprende aunque tengas 25 títulos.

Yo estuve en La Cava del 97 al 2005, me fui a otro barrio y volví en el 2014, vivo adentro de la villa y vivo ahí para aprender. Y la realidad me sorprende todos los días, la realidad me genera interrogantes todo el tiempo y cada vez me lleno más de preguntas y me animo a contestar menos. Eso lo voy aprendiendo de los pibes. Nosotros tenemos entre los operadores a pibes nacidos y criados en el Barrio, que las pasaron todas, que hoy tienen cerca de 40 años y son los referentes, son los que nos enseñan. Entonces, es importante rescatar estos tres conceptos. Y esto del Centro Barrial ha sido para nosotros un golazo.

En definitiva, por ejemplo, en una reunión de personas que se encuentran esporádicamente, ¿están cerca físicamente? Sí, pero si se vieran más seguido, si pudieran generar un vínculo ahí quizá que alguno de ellos se anime a levantar la mano y decir: “mirá yo te quiero contar un dolor grande que tengo adentro, te quiero contar una frustración en mi vida”. En la reunión de entrada ninguno se va a animar a abrir su corazón y contar sus miserias porque son buenos, aunque vaya el Papa Francisco.

Necesitamos primero generar confianza, saber quiénes somos, tener la garantía de que cuando yo te muestre mi herida vos no me vas a tirar sal gruesa. Y eso se hace con el tiempo, no se hace de entrada. En una Parroquia en la que estaba tuvimos hace un tiempo una psicóloga que iba a colaborar, ella iba con muy buena voluntad. Los chicos comían en un comedor que era un caos. Los adolescentes, que estaban con todo el tema droga, limpiaban vidrios en Panamericana y 197 y después iban a comer. Y ella iba, se sentaba en la mesa y les preguntaba: “¿vos cómo te llamás? ¿cuánto hace que no consumís?” ¿Cuál es el problema de esto? Primero la relación era desde la sustancia, se comunicaba desde la sustancia con el otro, cosa terrible. Segundo, desde el principio les pedía que le cuenten sus defectos porque, en definitiva, decirte que me drogo es contarte algo de mi vida que no está bueno. ¿Y si nosotros le hiciéramos lo mismo? Alguien que no la conoce y la sienta ahí y “contame”. Entonces ella se enojaba y decía: “estos pibes no entienden nada”. Y la que no entendía era ella. Los chicos son como nosotros, no se abren delante de cualquiera. Los pibes necesitan que podamos laburar estos conceptos primero, como cualquiera de nosotros lo podría hacer.

Por eso, al principio señalé: “yo no les voy a decir nada nuevo”, lo que les voy a decir es que ustedes tienen un gran tesoro que a veces está bueno volver a recordarlo. Ese tesoro tiene que ver con esto: estamos cerca de la realidad de los más pobres, esa realidad nos es tan profunda que es una presencia grande nuestro lugar ahí y que aparte los conocemos con nombre y apellido, no son cifras.

Como Jesús, los conoce a cada uno con nombre y apellido. Y que tenemos ganas de aprender todo el tiempo y que tenemos ganas de seguir haciéndonos preguntas y algunas de ellas nos las vamos a tener que llevar al cielo y allí estarán y quizá podremos preguntarle a Dios por qué. Y tenemos que animarnos a bancar eso. Esto es lo que más quería compartir en este texto.

En nuestro Centro, cuando hemos hecho entrevistas a muchos profesionales, se les da vuelta la cabeza con esto, entonces el planteo es siempre el mismo: – “Bueno ¿te animás a hacer el camino o no?” – Algunos de los psicólogos dicen: “bueno, ¿en qué horario tengo que atender?” – “No, no tenés que atender, tenés que salir a caminar.” – “¡Pero yo soy el psicólogo!” – “Si. Y hay que patear eh.” – “Y ¿cuándo empiezo a atender pibes?” – “Cuando te ganes la confianza de ellos. ¿Qué pibe te va a abrir el corazón porque sí?” Hay que laburarlo eso, es un problema de los profesionales.

Tenemos estudios académicos, nos enseñaron que todas las preguntas tienen respuesta, nos sacábamos 10 cuando las contestábamos todas y llegamos a nuestra trinchera de laburo y nos dicen: “no, esto no es así. Tenés 10 si no respondés ninguna y si te quedás callado te pongo un excelente!”. Volviendo a la espiritualidad del aprendizaje y al Evangelio, creo que se sabe muy poquito de Jesús, de esos años de su vida oculta como dicen, que apenas uno encuentra poquitos versículos porque debe haber hablado poco, debe haber escuchado mucho. Porque debe haber estado preguntando, porque debe haber estado mirando, porque debe haber estado pateando, porque debe haber estado tocando como cuando nosotros fuimos chicos, todo lo aprendimos así: probando, tocando, haciendo macanas y volvíamos a empezar y escuchando. ¿Cómo aprendimos a hablar? Porque escuchamos a otros que hablaban. Ese aprendizaje, cuando Jesús dice “ser como niños”, creo que en nuestra tarea es esto.

Recuperemos entonces el misterio de la encarnación, recuperémoslo y laburemos estos tres conceptos. En nuestro Centro tenemos las palabras escritas: Cercanía, Presencia y Vínculo. Las tenemos escritas por todos lados, porque a veces es verdad también que se hace duro. Porque si estás cerca, si estás presente, si hay vínculo después te molestan todo el día y te buscan todo el día. Y la sangre del otro te salpica y el dolor del otro te llega y el sufrimiento del otro es tuyo y la lágrima del otro es tuya. La fiesta del otro también es tuya y los logros del otro también son tuyos. Pero a veces no pasa.

En el Centro Barrial somos como una vez vi en la placa en una Comisaría, que uno entra a la comisaría cuando tiene un problema, es raro que uno entre a la Comisaría para decir muchas gracias por ayudarme. En general pasa lo mismo en los Centros Barriales, en las Parroquias en los sectores más pobres. La gente en general viene cuando necesita, entonces uno se va como cansando, se va como agotando y dice “¿para qué estoy tan cerca? ¿para qué conocernos tanto si al final después me exprimo como una naranja?”. Nosotros seguimos a Jesús, de eso no nos tenemos que olvidar nunca, Él es nuestro modelo de operador, Él es el mejor en esto.

Para concluir, quiero focalizar en estas ideas: Espiritualidad del aprendizaje, espiritualidad de la pregunta y, agrego, espiritualidad del llanto. El Papa Francisco, desde el comienzo de su Pontificado, insiste con que a la humanidad le hace falta llorar. Lo ha hecho en Lampeduza cuando fue a la isla, ahí en el Mediterráneo al comienzo, lo hizo después cuando estuvo en Manila, cuando fue el tifón que había matado un montón de gente y escuchó a una nena que le preguntó por qué el sufrimiento y el Papa dejó el texto que tenía preparado y comenzó diciendo que a la humanidad le hace falta llorar y que al dolor del otro le quedan solamente las lágrimas y que, en definitiva, las lágrimas tiene que ver con esto de limpiar la mirada porque si limpiamos la mirada vemos más claro y vemos también lo que tenemos que hacer.

Es bueno, siendo adultos, volver a recuperar la capacidad del llanto porque recuperar la capacidad del llanto nos permite limpiar la mirada, ver más claro, renovarnos frente a la realidad. Esa realidad que, a veces, por estar cerca, por estar presente y por haber generado vínculo se nos hace muy dura.

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